Commander.

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Junio de 2017

La curiosidad humana puede llevar al individuo a descubrir cosas que, tal vez, eran mejor no saber. Algo que puede causar una herida en el mismo. Como aquel dicho de "la curiosidad mató al gato". La curiosidad es peligrosa, más aún cuando no se miden las consecuencias de los actos que se toman cuando está asecha.

Le podría suceder eso con su búsqueda de información sobre la mujer. Tal vez todo podría terminar en una trágica historia de amor y corazones rotos. O tal vez no. No sabía que podría encontrar, que podría saber o que podría enterarse.

Finalmente se encontraba frente a la casa de May. En esos meses no había podido ir, desde el accidente de Max. Habían estado los dos muy ocupados. Los finales y parciales se habían apoderado de toda su concentración.

Aún no sabía que le iba a pregunta. ¿Y si no quería hablar de eso como Roger? En realidad, ¿La conocería? Suponía que si era importante para su padre, él, al ser uno de sus amigos más cercano, debía saber quién era.

Golpeteó unas tres veces la puerta de madera, esperando que alguien la abriera. Su mirar se posó en sus zapatillas blancas.

Vestía un un pantalón de mezclilla oscuro, doblado dos veces en la parte inferior y una remera verde militar cubría su pecho. Todavía no tenía en mente una pregunta concisa. Improvisaría sobre la marcha.

La puerta dejó ver a Anita al otro lado, mientras le ofrecía una sonrisa a la joven y abría aún más para dejarla pasar. 

—Hola, cariño —saludó con entusiasmo.

Ella correspondió al abrazó que le proporcionaba la mayor, depositando un beso en la mejilla de la misma. 

—¿Brian se encuentra?

—Sí —contestó asintiendo con la cabeza—, ven.

La siguió mientras caminaban y se abrían paso entre puertas. Anita lo llamó, haciendo que el hombre, a los pocos segundos, se dejara ver al abrir la puerta del lugar donde estaba. La mujer siguió su curso, perdiéndose de nuevo entre la casa. Dirigió su mirada a Brian, quien se hizo a un lado así dejaba entrar a la joven en el cuarto.

Era como una especie de oficina, un escritorio con dos sillas enfrentadas. Una guitarra acústica residía en una de las esquinas. No era un lugar muy grande, pero cómodo al fin. 

Hablaron por un rato, de cosas varias. Contaban sobre sus vidas, alguna que otra anécdota por parte del mayor. También le contó lo que había causado que no pudiera ir el día que habían quedado, lo que lo sorprendió. 

Dudaba entre preguntarle y no hacerlo. En su mente pensaba como formular la pregunta, o, principalmente, que preguntar.

—Oye, Brian —acaparó su atención mientras se acomodaba en la silla. 

—¿Si?

Tomó una bocanada de aire, llenando sus pulmones. Estaba nerviosa por la pregunta que iba a realizar y no tenía ni la menor idea del porqué. El hombre la miraba con intriga, esperando que prosiguiera.

—¿Tu sabes por quien me puso mi nombre Papá?

La sonrisa de May se borró, poco a poco, reaccionando de la misma forma que su padre.

—Sí.

—¿Qué pasó entre ellos dos?

Brian suspiró pesadamente.

—Ella fue muy importante para los cuatro. Nos acompañó y ayudó en todo lo que pudo —comentó jugando con sus manos.

—Pero sin embargo se fue.

Reconocida desde pequeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora