Happy birthday, little one!

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Junio de 2001

Su cumpleañitos número 3.

Estaba tan feliz jugando con sus hermanos en el interior de la casa, como era de costumbre cada 21 de junio. Por fin los tenía a los 5 para jugar, hasta la pequeña Lola que aprendió a caminar.

Felix era su favorito. Tan solo con ver la sonrisa que se plasmaba en su rostro cuando lo veía, cualquiera se daba cuenta. Igualmente no confundamos las cosas, lo podrá amar con locura y todo lo que queramos, pero una cosa estaba en claro, nunca con tanto amor como con su padre.

Escucho unos toques en la puerta. Sabía que era él, ¡Si, de seguro lo era! Ese típico golpe que hacía lo delataba.  La sonrisita poco a poco se hacía presente. Debbie fue a abrir. Hacía caso completamente omiso a lo que sus hermanos le decían, o hacían, incitándola a jugar. Ahora, por su preciosa mente pasaba una sola cosa. Solo pasaba esa persona que tanto amaba.

—¿Dónde está mi preciosa cumpleañera? —resonó esa voz inconfundible acercándose a la sala.

—¡Papi! —gritó, corriendo hacia donde él se encontraba. Estaba hermosísima, portaba un vestido rosa claro de mangas hasta un poquito más de los hombros, largo hasta sus rodillitas, lleno de encajes. Era toda una princesa. Sus piecitos estaban adornados con unas sandalias, al igual que el vestido, rosa, y su pelo con un semi-recogido. Era una ternurita andante.

Su sonrisa lo era todo, lo derretía aún más de la ternura. Sentía una sensación bellísima cuando eso pasaba, lo hacía sentir querido como nadie más podía.

Se agachó lo suficiente para poder elevar a su pequeña niña, lo cual era tarea fácil al no pesar casi nada. La levantó unos 10 centímetros por encima de su cabeza. La abrazó. Lo necesitaba, no la veía hace unos cuantos días.

—Feliz cumpleaños, hermosa mía —le susurro dulcemente al oído, aun teniéndola entre sus brazos. Él vestía un pantalón de jean oscuro, una camisa blanca con los 3 primeros botones desabrochados, como usualmente hacía, zapatillas blancas y sus típicos lentes de sol.

Su chiquita curvo esa sonrisa tan radiante y propia de ella. Cuando la dejo en el piso, ella, tomo su mano y lo dirigió hasta donde se encontraban todos.

Habían bastantes personas; lógicamente, sus 6 hijos, Debbie, Dom, Brian con sus hijos y Anita.

Saludo a todos y se sentó en el piso a disfrutar de sus hijos con la pequeña Lola en su regazo, que tenía, al igual que su hermanita, un vestido pero blanco.

Los 9 niños, bueno, algunos ya no tan niños, se encontraban riendo mientras jugaban con bloques armando casitas, había alguna que otra pelea pero nada que no se pueda controlar. Roger se había ido a sentar con los demás mientras tomaban el té en los sillones de la voluptuosa sala.

—Es una dulzura —confesó Anita a Roger.

—¿Yo? —preguntó con una sonrisa e hizo un ademán con la mano izquierda mientras que con la derecha sostenía la taza de té— Me halagas, Anita.

Eso provocó las risas de los adultos.

—Hablo de tu hija, Roger —dijo aún entre risas.

—¿Cuál de todas?

—Emita, es un angelito.

Las miradas de los 5 adultos presentes cayeron sobre la pequeña que se encontraba armando su casa junto con Felix, el cual la miraba con puro amor.

—Angelito porque está ocupada —Tomó un sorbo de su té—, ya vas a ver cuándo se aburra.

—¡Papá! —dijo esa vocecita que tanto lo alegraba escuchar. Al dirigir sus ojos zarcos hacia ella la encontró arrodillada en el gran piso de madera cruzada de brazos con el ceño fruncido, acción que lo hizo reír y morirse de la ternura al mismo tiempo.

—¡Roger! —llamó esta vez su atención Brian al unísono de la pequeña.

—Ella sabe que la amo —aún estaba embobado viendo a sus pequeños.

—Bueno —pronunció Debbie levantándose del sillón en el cual reposaba— ¿Quién quiere pastel? —consultó con una sonrisa al ya saber la respuesta de los pequeño, y bueno, de algunos de los mayores.

—¡Yo! —todos los pequeños dieron al unísono dejando de lado los bloques.

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—Papi —llamó su atención desde el asiento trasero del auto.

—¿Que, mi vida?

Al mirarla a través del espejo retrovisor, el cual tuvo que acomodar para poder ver mejor a su pequeña, estaba observando por la ventanilla del lado izquierdo, con su vista perdida en la ciudad. Cuando esta se dispuso a hablar lo miró también por el espejo, fijando sus ojitos claros en los potentes ojos azules de su papá.

—¿Cuál es mi regalo? —preguntó inocente. Roger rió leve y desvió la mirada hacia el camino.

—Ya te dije que es sorpresa, preciosa —Le dedicó una leve sonrisa—, si te lo dijera perdería la gracia. Ya estamos por llegar.

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Reconocida desde pequeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora