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Septiembre de 2018.

Valentín

—Dale bobo, dejá tus cosas ahí—le indiqué al Depa que venía haciendo chistes con las cajas.

Finalmente, después de romperme las pelotas por dos meses, dejé que se mudara conmigo y me ayudara con los gastos. El alquiler se hacía más caro cada mes y siempre tuve una habitación desocupada donde guardaba boludeces. Además era aburrido vivir solo, aunque últimamente la mayoría del tiempo lo pasara cuidando a Mavi, ella ya había aprendido a andar bastante bien con las muletas, por lo que a veces iba al estudio, salía a tomar algo y durante esos momentos estaba solo y aburrido.

—Vas a ver que vivir conmigo va a ser lo mejor que te pudo haber pasado—me palmeó la espalda mientras dejaba sus cosas por la mesada.

—Mirá que si recibo una queja te culpo a vos—avisé viendo como giraba los ojos.

—¿Pero que decís? Si soy un sol—se agrandó—Es más, hoy conocí a una señora esa de la que me hablaste, la de unos sesenta o sesenta y cinco años y le caí re piola—comentó sonriendo.

—¿A quién conociste?—pregunté con gracia esperando a que la describiera mejor.

—A la señora de acá Valentín. Vieja como todas las señoras, bajita, con el pelo rubio claramente teñido y un carácter bastante jodido. Me dijo su nombre... era Norma, no; Sonia... no tampoco; Silvia... Mirna...

—¿Mirtha?—propuse rogando que me estuviera equivocando.

—¡Mirtha! Así se llamaba, una capa la abuela—afirmó contento—Hasta parece que tenemos cosas en común—agregó.

—Sí, la pasión de querer hacerme los días más complicados—bufé abriendo cajas.

—Además de eso—sonreía victorioso—Sabe dibujar la abuela, nos re copamos hablando del tema de las sombras, las luces...—explicaba mientras yo me imaginaba las mil maneras distintas que encontrarían para molestarme a cada rato. ¿En qué me metí? Esto es casi como juntar a mis dos peores enemigos.

Desembalaba parte de la ropa de Tadeo y cada tanto agarraba la escoba para repasar el piso del polvo que dejaban algunas cajas. Mi casa estaba llena de polvo, llena de cosas que no eran mías pero pasarían a ser cotidianas.

Desde que me fui de la casa de mis padres no convivía con alguien más, más de dos días seguidos. Con la única que había llegado a compartir más tiempo de corrido era con Emma, pero porque ella ya era una extensión mía; y con Mavi, con ella era distinto, convivir con ella era como un disfrute constante.

Y bueno ahora con Tadeo. Él era como mi hermano de otra madre, habíamos estado toda la vida juntos y después de ver cómo me había bancado con el accidente de Mav y de apreciar  como cada día que volvía luego de haber estado con Mavi en el hospital el día entero, mi casa estaba limpia y hasta ordenada por él, me había hecho pensar que quizá era buena idea tener algo de compañía.

—¡Valen, tocan la puerta!—gritó mi amigo desde la cocina.

—¡Ya es tu casa, eh. Abrí vos, pajero!—le devolví el grito terminando de acomodar un par de cajas juntas para que luego Tadeo las acomodara como quisiera.

—¡Che, che, che! A mi casa no pasan ustedes, mugrosos—habló mi amigo seguido de unas carcajadas.

—Mirá nene, antes de echarnos te comes un sopapo—Wawa pasó ignorando a mi nuevo compañero de piso—No sé como vas a hacer con este pibe cuando se ponga en modo rompebolas—me habló cuando salí del cuarto a saludar.

•𝓐𝓻𝓻𝓲𝓫𝓪 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓮𝓼𝓬𝓮𝓷𝓪𝓻𝓲𝓸𝓼 • Wos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora