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𝐕𝐢𝐯𝐢𝐫.

Otro día más encerrada en esta presión llamada palacio, perdida entre los libros de la biblioteca del lugar. Me encontraba en el escritorio, tomando apuntes de los libros de la carrera de letras. No estaba del todo sola, Albert estaba a mi lado.

Como siempre.

— ¿Precisa algo, su majestad? —preguntó detrás de mí.

— ¿Sabes algo sobre sintaxis? —me di la vuelta para mirarlo y el bigotudo se aclaró la garganta.

— Sólo sé diferenciar el sujeto y el predicado, ma'am.

Chasqueé la lengua y volví al libro.

— ¿Hace cuánto trabajas para la realeza, Albert? —dije curiosa.

— Estoy aquí desde que su Alteza, el rey Ruel, era sólo un bebé.

— ¿Y cuál era tu misión? Además de servir a la familia, debías tener otro cargo. —lo miré.

— Mi único cargo era y es mantener a salvo al rey, ahora a su reina, luego a sus pequeños y así será hasta que mi espalda deje de funcionar.

Le dediqué una pequeña sonrisa, imaginando a Albert corriendo a un mini Ruel por los pasillos. Miré la hora, junté mis lápices y algunas hojas para dirigirme a la cocina seguida de Albert, que intentaba seguirme a paso apresurado.

— Buenas tardes, señoritas. —saludé.

— Buenas tardes a usted, mi señora. —devolvieron el saludo con una sonrisa y una reverencia.

Me senté en la mesada de la cocina con una manzana en la mano. El lugar se sentía aburrido sin Ruel o sin algo para hacer. Por eso siempre iba a la cocina para charlar con las cocineras, o estudiaba para no pensar en dónde estaría el rey, o le pedía a Albert que me acompañe a todos lados para no sentirme sola.

Habían corrido rumores en las redes sobre una supuesta infidelidad de parte de Ruel, la cual jamás sabré si es verdad o no, pero más allá de lo que se pueda llegar a decir, me esmeraba en construirme como reina, estudiar, conocer, pensar y reflexionar.

— ¿Se siente bien, ma'am? —preguntó Lucía, una de las cocineras jovenes. Las demás, al escucharla, se acercaron algo preocupadas.

Le hice una seña a Albert para que se alejara y él obedeció.

— Acérquense. —murmuré. Las cinco mujeres allí dejaron todo lo que estaban haciendo y se acercaron.

Todas eran de confianza, tres de ellas eran mujeres mayores de edad entre 60 y 70 años, las otras dos sus nietas.

— La verdad es que me gustaría hablarlo con alguien más pero ustedes son las personas de más confianza que tengo en el palacio, así que...

Suspiré.

— Tómese su tiempo, Alteza, estamos aquí para escucharla. —dice Lucia. Tomé su mano y la apoyé sobre mi pierna, le sonreí como agradecimiento.

Tomé una bocanada de aire y las miré.— La verdad es que en este castillo me siento más sola que Pinocho en la jaula. —solté, ahora con la vista en el suelo.

— ¿Las cosas están bien con su Majestad, el rey? —preguntó una de las canosas, su nombre era Alice.

— La verdad es que no lo sé, Ally. —hice una sonrisa falsa.

— Debería empezar una organización, ma'am. —sugiere Gigi, la joven de cabellos rojos.

— Una... ¿organización? —pregunté confundida, las demás la miraron desentendidas.

— Así es, creo que usted debería sentir el amor de la gente, del pueblo, vivir por algo. Podría hacer una organización para perritos. —la felicidad en Gigi era de notarse, se sentía escuchada.

— No es mala idea, la verdad. —asentí lentamente, con una pequeña sonrisa.— Ya vengo, muchachas. Muchísimas gracias.

Salté de la mesada y salí corriendo disparada al despacho de Ruel, donde sabía se encontraban algunos contactos con los que podría hablar para informarme un poco más acerca del tema. No tenía idea sobre qué tema abarcar en la organización, pero con un poco de información lo decidiré.

Los guardias que vigilaban la oficina me detuvieron.

— Disculpe, su alteza, pero el Rey ordenó que nadie entre a su oficina a menos que sea autorizado. —informa cuando estoy por llegar.

- Soy la maxima autoridad en el país, casi en el mundo, y esta es la oficina de mi esposo, necesito buscar unos papeles. —decreté con aires de grandeza. Ambos guardias se miraron e hicieron a un lado para que pudiera pasar.

Abrí la puerta, analizando la mediana habitación donde alumbraba la luz del sol y las partículas de polvillo volaban libres por el lugar. Caminé cautelosamente hasta el escritorio, la madera de éste era tan hermosa como los detalles dorados a sus costados.

Me senté en la silla donde Ruel pasaba su horas trabajando y reí.

— Soy el rey de Inglaterra, arrodíllate ante mí porque soy el rey y eso es lo que los reyes hacen. —murmuré en forma de burla.

Comencé a buscar el cuaderno donde Ruel anotaba todos sus contactos, recuerdo que era rojo y amarillo con el detalle de un leon griego en la portada.

Habían miles de papeles sobre discursos en sus cajones, documentos y cartas del gobierno, pero entre esos, solo uno me llamó la atención.

La tapa decía "et secreto", que significa confidencial en latín. Alcé las cejas y tomé la carpeta para esconderla debajo de mi vestido que, por suerte, con tanto estampado floral, no se notaba lo sobresaliente.

Salí de la oficina apurada pero disimulada. Caminé todo el palacio hasta llegar al jardín y perderme en el pequeño laberinto. Me senté en el banco de madera blanco que había en una esquina, saqué la carpeta y abrí los documentos.

Slingshot.

GOLDEN AGE; ruel |EDITANDO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora