Cap. 7

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—Yo respondo ante El Consejo, son ellos los que determinan tu destino. El tuyo y el mío. Voy a llevarte a Providencia para que los conozcas. Cuando vean que es posible, cuando vean que tu fuiste posible: cambiará todo.

Siguió al hombre caminando por el gran salón, ella estaba intentando hacer alguna de sus preguntas sin embargo no encontraba el momento. Aquel hombre parecía hablar de cosas mucho más importantes que resolver su pregunta de "¿qué es un aeropuerto?".

—Entiendo que no confíes en mi palabra pero si no crees en mí créele a tu madre.

Oh, no, no lo hizo.

—¿Cómo? Qué pena, no escuché—, se acercó con una mueca bastante fastidiada ante la mención de su progenitora.

Odiaba que la mencionaran, con cada célula de su cuerpo. La mujer estaba muerta, ¡déjenla descansar, con un demonio!

—Tu madre no nació en Chicago, nació en La Periferia, y el departamento la rescató.

Cada palabra era un clavo más en su tumba, y no la de la madre de la pecosa; no, en la tumba de su alma, donde Valentine guardaba todos sus pedazos rotos, donde guardaba cada pedazo en el que su alma se fragmentaba.

—Imposible—, sentenció, cruzándose de brazos nuevamente, con una voz que deseó hubiese salido con más firmeza y menos sentimiento.

Pero sabía que David había notado aquel temblor al final de esta, aquel llanto reprimido tras ese "imposible", que solo hacía más posible la ruptura de su ser.

—No. Lo verás tú misma.

El director tomó de una pared una pequeña caja color negro. La abrió frente a sus ojos: en la tapa de esta, en el interior, había una imagen que cambiaba -veía a su madre tal como la recordaba y luego a una pequeña niña, de cabello castaño oscuro y grandes mejillas llenas de pecas. Pero lo que importaba era lo otro, habían dos... cosas de color gris, parecían metálicas.

—¿Qué demonios es esa porquería?—, dijo, con el temor y la incertidumbre colándose entre sus palabras.

—Son los recuerdos de tu madre. Con ellos puedes ver el mundo a través de sus ojos.

¿Y para qué quiero ver eso? No fue suficiente con verla morir de frente, y ahora debo vivirlo a través de sus ojos ¿verdad?

—¿Qué hago con esto? ¿Se come o algo? ¿me los pongo en los ojos? No... ¿o sí?

—Van en tus sienes.

Los tomó de la caja, mirándolos primero, a detalle.

Sea lo que sea, pero que sea ya, maldita sea.

Los ubicó en el lugar dicho por David, primero alejando su cabello. Estos quedaron pegados -literalmente- a la piel en sus sienes.

Sintió su mundo dar vueltas por unos segundos. Su vista se desenfocaba, y se distorsionaba, hasta que por fin vio con claridad.

Se hallaba sentada en el suelo, entre varias rocas rojizas. Miró su ropa -bueno, la misma que Matthew la había dado, que a su parecer era incomoda.

Muy bien, una simulación. Creí que ya habíamos superado esa etapa.

—Cass, vámonos, hay que correr.

Su primer impulso fue corregir a la mujer, que le gritaba casi desesperada para que corriera por su vida, que aquel nombre no era el suyo. Sin embargo, con un escalofrío recorriendo toda su espalda, lo entendió.

Evidentemente, esto es literal "todo desde sus ojos".

Hizo lo que le mujer le había dicho, y corrió justo como los otros muchachos y niñas aterradas -de los cuales no se había percatado- hacia un pequeño y deprimente campamento.

Escuchaba gritos y llanto. Miró hacia atrás notando que eran más personas los que los seguían, solo que estos se veían peligrosos.

—¡Soldados del Departamento!

Y de entre las rocas salieron varios soldados vestidos con el mismo uniforme que ella había visto al llegar al lugar. De colores rojizos y negros.

Se sentía asustada, confundida.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué querían esos hombres?

—Ya estás a salvo, te llevaremos al Departamento. No tienes porqué temer.

Ella habría dicho, sin dudarlo, "vaya, qué tranquilizador", más que nada porque desde que había llegado a ese lugar insistían en que estuviera tranquila, pero lo que lograban era todo lo contrario.

¿Por qué la querían mantener tranquila? Más allá de su inevitable impulso por dañar todo aquello a su paso, y por liarse a puñetazos con lo primero que implicara una amenaza ante ella...‐ no se le ocurría nada.

Pero, estaba viendo todo desde los ojos de su madre. No era ella misma, en ese momento era Cass, -Cassie, como la solía llamar su padre de cariño-, era la Cass que luego adoptaría el apellido Black. No se sentía tan intranquila como normalmente, se atrevería a decir que en ese momento se sintió alegre.

El escenario cambió, se encontraba ahora en lo que parecía un pasillo. A su derecha había un cristal, lo miró, en su reflejo se veía la figura de su madre: pequeña, un poco más morena a lo que recordaba, con las mismas mejillas rellenas... un porte firme, imponente, autoritario. Usaba un vestido gris.

De haber escogido Abnegación no le habría pasado lo que le pasó. Pensó de inmediato. Hasta el gris le sienta bien.

—¿A cuántos salvaron hoy?—, era la voz de ella.

El hombre en frente suyo habló: —No a muchos. Nunca serán suficientes.

—Chicago debe funcionar, David, es nuestra única esperanza.

Más y más recuerdos la atropellaron de golpe.

Vio a un David mucho más joven, cargando a su madre de unos ocho, tal vez nueve, años. Vio a su madre sentada en la primera fila, rodeada de niños: todos mirando las mismas imágenes que les mostraron a ellos al llegar.

Sonrió inconscientemente.

Si así sería cada vez que hablara de su madre, no le molestaría nombrar a Cass más a menudo.

Quitó aquellas cosas de sus sienes, y las devolvió a la caja.

—Tu madre hizo algo admirable, en un tiempo de necesidad, Valentine. Se ofreció a dejar la seguridad de este lugar para entrar al experimento ella misma. Lo hizo porque sabía que los Defectuosos valían la pena, tenía tanta fe en el experimento que quiso formar parte de él. Si puedo mostrarle al Consejo que tu milagro puede repetirse, habrás cumplido con el sueño de su vida. El Consejo se verá obligado a considerar a todos los seres humanos como dignos de vivir. Ayúdame. Salvaste a la ciudad, salvemos al mundo.

Vaya discurso. ¿Cuánto tiempo le habrá tomado aprenderlo de memoria?

Asintió levemente.

( . . . )

—Fue... raro. Lo estaba viendo todo a través de sus ojos. No puedo creer que mi madre viniera de este lugar.

Tobias tenía un brazo sobre sus hombros y ella su brazo derecho alrededor de la cintura del mayor. Caminaban lentamente, sin prisa, disfrutaban de aquel momento a solas.

Estaban en un pasillo, que parecía abandonado: humedad, polvo, mugre, sillas desordenadas y destrozadas. Incluso el techo se estaba cayendo a pedazos.

En aquel momento se veían tan diferentes, que quien los viera diría que eran la clara representación del caos y la tranquilidad.

Y no había necesidad de explicar quién simbolizaría a cuál.

Él lucía unos grandes pantalones negros, estampados de camuflaje pero completamente oscuros, un par de botas -no le sorprendió‐ y una camiseta negra. Ella, en cambio, lucía unos zapatos, que parecían pantuflas, un pantalón suelto, y una camisa sin mangas bastante escotada, todo de un "elegante" color blanco marfil.

—Bueno, puedo entender por qué se fue—, dijo él, deteniendo su marcha, admirando el destrozado pasillo. Valentine rió con él. Tobias le sonrió.

-V

Everything I Wanted || Tobias Eaton (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora