1 de SEPTIEMBRE 2019. Seattle.
MANSIÓN DEL ALEMÁN. (PRIMER DÍA, LA ENTREVISTA)
Bueno… entre mis muchas pero muchas desventuras y decepciones en la búsqueda de un buen trabajo, sentía que al fin cambiaba mi suerte, aunque eso sí, yo jamás me esperé o me imaginé que mi entrevista se realizaría en la casa del mismísimo dueño de la empresa en la que si dios y ese tipo quieren, trabajaría muy feliz. El contacto que me llamó me dijo que el señor tenía tanta flojera de salir que había decidido que por primera vez realizaría una entrevista en su hogar, cualquiera en mi lugar se sentiría halagada y súper nerviosa.Sentía el estómago demasiado débil, como si quisiera devolver todo lo que comí antes de venir para acá. Apenas entré a esa casa, no, no es una casa, esto es una gran mansión que parece un palacio. Creo que la alfombra vale más que todo lo que hay en mi departamento. Mi mandíbula no podía abrirse más y caer al suelo, porque no era una caricatura, estaba en la vida real.
—Si así es la casa… ¿cómo será realmente el dueño? —miraba a mi alrededor sintiéndome bastante intimidada entre tanto lujo.
—Señorita. —Me sobresalté cuando el mayordomo salió de la nada —Siga por aquí señorita, el señor la está esperando.
—Está bien —Dios, me siento una pordiosera entre tanto lujo. Lo seguí en silencio— ¿Y el señor…?
—El señor la espera en su despacho.
—Oh. —“Es un hombre serio, me está esperando en su despacho”-pensé con una sonrisa.
“A ver tranquila mujer, es tu quinta entrevista de trabajo. Ten fe, la quinta será la vencida, ¡Yo puedo! venezolana que no es arrecha, no es venezolana”.
El mayordomo me guio hasta una gran puerta de madera y luego se fue, tomé como mil respiros antes de armarme del valor necesario y golpear la puerta con timidez, Osea no podía tocar como lo hacía en mi casa que armaba el propio escándalo si se tardaban en abrirme la puerta más de cinco minutos.—Adelante —dijo bien alto, una voz ronca. Entre abrí y asomé mi cabeza. —Cierre la puerta, por favor.
Terminé de entrar cerrando la puerta a mi espalda. Veo el espaldar del sillón y cierto rastro de cabello, coño el espaldar del sillón es gigantesco y aun así veo pequeño rastro de su cabello, entonces este hombre es casi una jirafa andante. Le hecho una mirada rápida al despacho, era más grande que mi departamento, con estantes llenos de libros que daban el aspecto de una biblioteca.
—Buenas tardes señor… —volteó y creo que en cuanto lo vi mi garganta se secó. Con el silencio de cementerio que había en la habitación, él de seguro escuchó como me tragué mi propia saliva.
Nadie me advirtió que mi jefe era un adonis recién salido del Olimpo.—Siéntate por favor, señorita Jaimes. —Salí de mi ensoñación cuando volvió abrir la boca y debía decir que esos labios súper besables no se podían pasar desapercibidos.
“Ya empezamos bien, no es un viejo”.-Ese dato ahora esta anotado, aclarado y súper guardado en mi memoria.
— ¡Si, señor! —Este hombre podría hasta hacer mojar las bragas de una vieja de sesenta años, ese cabello azabache, unos ojos bellísimos de un color entre azul y verde, el cuerpo esbelto y en forma. Me provocaba echarme aire de manera exagerada con la carpeta que traía en mi mano —Aquí tiene mi currículo.
Le extendí la carpeta y él la tomó, me removí un poco para calmarme. Cálmate mujer o él te vera como una loca. Abrió la carpeta y miro mi currículo, otra vez ese silencio sepulcral. Aquí solo hacía falta la incómoda musiquita de un grillo para completar el ambiente. Después de lo que me pareció un año él me miró.
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©Amor en Seattle.
ChickLit✨Portada hecha por Rosy Shez @rosy_shez (Instagram)💓 En la ciudad de Seattle todo es precioso, se ve el dinero por donde sea que mires. Ubica en esta bella ciudad a una venezolana, ahora piensa en esto, esta chica con mucha pero muchísima mala suer...