Capítulo 2. La tregua

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Sett despierta. Se sienta balbuceando insultos, tiene una fuerte jaqueca y el cuerpo entumecido. Reconoce su alrededor por una fogata cercana, está en una cueva y no hay más luz que la que emana el fuego. Los recuerdos se arremolinan rápidamente cuando ve al chico de montaña sentado en una roca frente a él, mirándolo amenazante.

—Maldito bastardo...

—No oses en llamarme así —la voz del muchacho es débil, pero es claro el tinte masculino. Busca algún rastro de una femenina, sin encontrarla.

—¿Y la niña? ¿No le toca hablar?

—Tus insolencias pueden costar tu vida, forastero. Fue ella quien te salvó.

—¿De qué? ¿De ti? —se mofa.

Phel toma aire, pretendiendo ignorar sus provocaciones. —Tienes magia impregnada al cuerpo. Tus fuerzas vitales menguan.

Sí, lo predecía. La magia salvaje, propia de él, se había descolocado al sentir algo más con ella, el cansancio en sus extremidades no era normal.

—Si intentas hacer movimientos bruscos, dispararé —confirma finalmente.

—¿Y por qué no te atreves a apuntarme ahora, antes de que te muela a golpes?

—No lo repetiré —Phel prosigue luego de un breve silencio—. ¿Cuál es tu nombre?

—... Settrigh, el Jefe —responde, a regañadientes. Prácticamente maniatado, solo le queda ceder y fingir diplomacia—. Aphelios.

—Conoces mi nombre por las leyendas —tantea.

—No. La vocecita no ha dejado de repetirlo —y otra vez, ese estremecimiento que había visto en combate.

No había consumido noctum para este encuentro, aun en contra de los deseos de su hermana. Necesitaba asegurarse que el hombre ni su propósito fueran peligrosos antes de exponerla.

—Niño —llama el pelirrojo—. Aunque me encantaría aceptarte una tacita de té y galletas —ironiza—, de verdad tengo que irme. ¿Así que lo hacemos por las malas, o por las aún más malas?

—No irás a ninguna parte.

—Bueno, galletas de polvo para tragar serán, yo invito.

—Nombraste una flor —con la mención, Sett deja de estar a la defensiva y ahora sí lo observa con interés—. ¿De qué nación eres?, ¿qué es lo que necesitas de esto?

—Mira chico —comienza a hablar Settrigh, arrimándose un poco más—. Ya te lo dije. Mi madre está enferma, y no voy a perderla. Los curanderos dicen que le quedan al menos dos primaveras, pero nunca confié en charlatanes. La única salida es una mierda pastosa de hojas y pétalos.

—¿Desde dónde has viajado?

—Jonia.

Silencio. Sabe que analiza su respuesta, le tomó un largo viaje de cinco días llegar, sin embargo, era la verdad. El lunari otea con disimulo las orejas que nacen desde los laterales de su cabeza y se curvan hacia arriba; la singular evidencia de que era un vastaya...

—¿Cuál es la flor?

A Sett jamás le gustaron los interrogatorios, lo irritan. Murmura entre dientes. —: Dyriums.

Aphelios se contiene de reír. Las dyriums son un mito, pero él mismo las había visto. Flores debajo de la tierra con propiedades curativas. Su hermana trabajó con ellas durante un período de su capacitación, mas una vez dejaron de aparecer por la zona su práctica terminó. Quizá hacía dos o tres años que había advertido de una nueva tanda, aun si no recordaba su punto específico. Era posible que el extranjero tan solo haya reflexionado que mientras más se internaba en la montaña, más fácilmente hallaría una parcela de estas; vaya suerte de tonto encontrarse con la civilización presuntamente muerta de Targón...

—No crecen allá, y aquí hasta hacen una especie de sopa con eso. Sirve para salvar vidas, es lo que me importa.

—Esas flores son una leyenda.

—¿Eres crítico o solo muy idiota? Vine desde Jonia, no me iré hasta tenerlas, y pasaré aunque no quieras —no le agrada repetir las cosas.

—Venir desde tan lejos por un cuento, creo que el idiota es otro —antes de que pueda replicarle, el lunari ofrece—: Te dejaré investigar la zona, si a cambio superviso.

Sett se muestra consternado, el hombre hace unas horas intentaba matarlo. —No, gracias, no estoy buscando niñera. Quítame la maldición que me metiste y me voy a buscar al otro lado de la montaña.

No negará que le gustaría, empero, Alune lo mataría. —Sería una pérdida de tiempo siendo que las dyriums están en nuestro territorio.

La esperanza hace brillar los ojos del joniano. —Son ciertas —afirma, no pregunta.

Se miran casi desafiantes, y Aphelios no demuestra más expresión en su rostro que la neutralidad, confundiéndolo. ¿Cómo podía saber si le hablaba con franqueza? La circunstancia y el mismo muchacho eran sospechosos... no obstante, ya había pasado días vagando entre colinas y ansiedad.

—¿Entonces?

Como él dijo, no podía perder más tiempo. Maniatado y sin opciones, otra vez...

—De acuerdo —accede casi gruñendo, dudosamente—. No vendría mal un guía turístico... pero sácame esto.

Siente un espasmo violento recorrerle de pies a cabeza y suspira el aire que no sabía que contenía. Ve al chico juguetear con una perla violeta entre sus dedos previamente de lanzarla hacia arriba y que se disuelva en la nada. Verifica que todo en su cuerpo esté en orden, y recién ahí nota las vendas en su abdomen, mano y brazo derechos.

—Descansa —recomienda el targoniano, antes de que saque conclusiones apresuradas—. No perdiste mucha sangre. Comenzaremos cuando estés mejor.

Bueno, quizá reposar las heridas le haga bien a la conmoción (sin embargo, tendrá precaución al dormitar). Sencillamente se recuesta otra vez. Se queda en silencio hasta que una duda le asalta. —Oye... ¿tú no eras mudo...? —indaga.

Esa pregunta era un tanto personal de responder. —Descansa, hombre bestia.

Sett frunce el ceño y se gira malhumorado. Aphelios esperará hasta que se duerma.

 Aphelios esperará hasta que se duerma

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"Él puede ayudarnos". Revisa con paciencia los estantes. "¿Estás prestando atención?", refuta. "Sí, sí. Sigue buscando"

La gran biblioteca estaba cerrada a disposición del guerrero de los lunaris. Averigua entre las memorias de la mujer una enciclopedia, un mapa, una pista o lo que sea que lo lleve a las dyriums. Alune más bien quiere seguir conversación de su peculiar individuo.

"Él es diferente a todos los forasteros con los que nos topamos de su región, Phel. Sus vibras retumban con fuerza, su causa es noble. Podría acceder a una petición". Está a punto de contestar cuando oye una exaltación de su hermana, irrumpiendo sobre sus pensamientos. "Ese es. ¡Ese es!"

Con rapidez aparta el libro de "Herbario de Medicina III" grabado en el lomo y lo coloca en una mesa. "No recuerdo otro. Puedes inspeccionarlo", llega al índice y posteriormente rebusca en las páginas 45, 48 y 49.

Un par de mapas, breves párrafos con palabras claves subrayadas, y un dibujo de una flor que remarcó con las yemas de los dedos. Ligeramente sumergida en la tierra, con pétalos violáceos en espiral, similares a una luna menguante. "Esta es", mientras siente la prominente emoción de su gemela, Aphelios intenta opacar el mal presentimiento que se genera en su pecho. 

Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora