Capítulo 7. Mujeres

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Aphelios consumió de la noctum la noche que llegaron de la montaña; necesitaba notificarle a su hermana que tenía un esguince y descansarían por unos días. Se mostró bastante preocupada por su salud, como siempre, pero quedó maravillada al saber que Settrigh le había salvado la vida. La mujer pasó gran parte de la conversación pidiendo que le presentara al extranjero de una vez por todas, que no olvidara la condición que entre ellos habían impuesto. No obstante, cedió de sus peticiones al momento que el muchacho le manifestó que por hoy, solo quería llenarse de paz ante la imposibilidad de patrullar y la oportunidad de reposar con la mera presencia del otro. Así, y aún sin presiones, la noche transcurrió rápidamente.

Sett no cuestionó nada cuando volvió. Aphelios se recostó a unos metros de su figura, fingiendo haber dormido y esperando hacerlo aunque sea unos minutos. Lo cierto es que el vastaya tampoco había dormitado demasiado.

Sus pensamientos los ocupó el Arma de los Adeptos, título del que ya discernía su significado y peso. Había varias dudas rondando en su cabeza, muchas interrogantes fueron resueltas, sin embargo, se negaba a creer algunas. Su lema de vida "No son tus asuntos, no te metas" batallaba con el deseo de preguntarle por más, más de él. Ni siquiera entendía por qué el repentino interés.

Por la mañana, no obstante, no tocaron el tema. Sett ayudó a Aphelios a coser la herida en su pierna y vendar el esguince de tobillo; el joniano demostró una amplia habilidad para tratar lesiones.

—Cosas de trabajo —contestó ante la mirada inquisitiva por el hecho.

Phel no le dio demasiadas vueltas. —Gracias.

Le sonríe. —De nada. La próxima ten más cuidado de dónde pisas, Chico Luna.

Aphelios da un ligero asentimiento de cabeza. —Debo irme. En unos minutos anochecerá —explica frente la expresión confundida del otro, revisando hacia la salida de la cueva lo cercano del sol al horizonte—. La aldea tiene actividad nocturna. Debo patrullar —la actividad nocturna era una de las tantas cosas que había comentado anoche; esperaba que lo recordara.

Los lunaris se reunían en diferentes templos con su respectivo sacerdote a rezar, era toque de queda para quienes no iban presencialmente; de una u otra forma, todo el entorno deshabitado se traducía en un pueblo casi fantasma durante alrededor de una hora. No obstante, el hombre-bestia se interesa en su primer enunciado. —¿Con ese homúnculo en el pie? —critica, haciendo una mueca—. ¿Crees que si faltas una vez al trabajo alguien muera de un paro cardíaco o algo así?

—Es mi deber.

—Sí, sobre eso, pues —suspira desganado y se encoge de hombros—. A veces el deber importa un bledo —el Arma de los Adeptos lo mira inexpresivo, sin comprender la ligereza con la que se pueden decir esas palabras; la voz de Alune aparece en su mente como si fuese respuesta: "Envidio a los ignorantes..."—, además, solo será por esta ocasión.

—Si hubiese algún inconveniente yo sería sancionado gravemente.

—¿Más grave que un esguince? —Sett bromea, pero no hay ni una mínima negativa de parte del otro, dejándolo congelado. Antes se hubiera reído de mera insinuación, ahora (sabiendo lo que sabe) se le eriza el pelaje y pasea una mano por su cuello, nervioso—. De acuerdo, más grave... ¿y si vamos juntos, y nos establecemos en un lugar?

—¿Establecemos?

—Claro. Un sitio cercano. Zona centro o de ese estilo. Que te permita asistir rápido a todos los templos, sin que sea necesario caminar constantemente, ¿no? ¿Dónde podríamos...?

Aphelios contesta casi inconsciente al unir todos los puntos con algo en común. —El río...

Callan para meditarlo un poco. Debe negarse, mas Settrigh lo observa tan fijamente que le incomoda pensar correctamente. No está acostumbrado a desobedecer órdenes. ¿El joniano se enojaría si se oponía...? No quería retroceder en su relación, anoche habían hecho un gran avance...

Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora