Capítulo 10. Por silencios y reclamos

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Tres días después de la revelación de Alune y la inexplicable transición del mundo paralelo a este, las cosas habían retomado el curso habitual para Sett. La búsqueda por las dyriums estaba de vuelta, el clima había decidido estar a su favor para la investigación y no había molestas incógnitas en su mente respecto a su compañero. Quizá todo eso lo derivaría en un muy buen humor, de no ser porque el Arma de los Adeptos se había tornado estrictamente (torturantemente, irritantemente, exasperantemente) callado, crispándole los nervios a niveles exorbitantes.

Y es que fue como si su voz se la hubiese llevado su hermana allá en su retorno al Reino Espiritual, luciendo un estúpido e insoportable voto de silencio en el terrenal. Lo peor era que solo lo había roto ayer para pronunciar un despectivo y mordaz "muévete" antes de echar a Settrigh y sacar por sí mismo la leña que el otro estaba talando mal. Por orgullo, el hombre bestia no se lanzó a golpearlo hasta la inconsciencia (aunque ganas no faltaron).

Era visible que entre ellos destilaba tensión palpable, pero el vastaya se negaba a reflexionarlo. Es absurdo, se repite; no tenía tiempo para el innecesario drama que estaba montando el lunari. Así que lo indigna más el estar prestándole atención a ese innecesario drama. Gruñe, quizá por ya quinta vez en la mañana (y apenas asomó el sol hace un par de horas). Frente a él y caminando con cuidado, el dueño de sus pensamientos se centra en no resbalar por el acantilado que atraviesan, ignorando la hostil aura que emana quien va detrás. Encaprichado, Sett imagina empujarlo.

Al partir por la madrugada, tuvo que contentarse con la información que Phel le había dado unos días antes (antes de lo de Alune) acerca de la zona por la que investigarían esta ocasión porque ni siquiera le habló para guiarlos: existían unas parcelas de flores al otro lado de una montaña algo alejada de la ciudad lunari en el Norte. Y eso estaba bien, pero asimismo recuerda amenamente un "como última opción"; no puede creer que realmente las circunstancias los hayan orillado a esto.

Habían recorrido poco más de la mitad del Noroeste durante todo su mes de búsqueda, y ya estipulaban cambiar rumbo al Noreste, a raíz de no atinar con vestigios de su objetivo. Sin embargo, también transitaron más de lo establecido, tras toparse con coincidencias que prontamente se hicieron un severo problema. Como si fuese un mal presagio de aquella primera vez que hallaron pikmas muertas, los siguientes lugares que visitaron imitaron el mismo cuento: flores marchitas, rodeadas incoherentemente de una extensa flora vívida de árboles y arbustos verdes y despampanantes como lo exigía la primavera (que había terminado hace alrededor de una semana). Al percatarse de que las panorámicas eran demasiado repetitivas e irreales, Sett insistió en hablarlo con alguien de la tribu que supiese del tema; Aphelios se había adelantado, lo había declarado en sus informes como alerta, y nada, nadie sabía justificar por qué estaba pasando.

Aún faltaba para la pre-temporada de otoño donde lo que necesitaba el joniano florecía, pero seguía persistiendo ese temporizador interno, recordándole que tiempo no era lo que tenía y menos sin la certeza de que habría dyriums frescas. Ahora debían, además de encontrarlas, averiguar la razón del inexplicable fenómeno genérico (tarea difícil si la comunicación se había desvanecido entre ellos inesperadamente).

Por este último motivo, el sitio de hoy está al aire libre, aunque sepan que lo que requieren solo crece en espacios cerrados. Han alcanzado la ubicación propuesta tras unos minutos de recorrido: específicamente, una cueva de la dichosa montaña, a unos veinte metros arriba del suelo; único hueco no tan peligroso para atravesar al otro lado donde habitan las afamadas parcelas.

Settrigh se sorprende un poco al ingresar en ella. —¿Cómo conoces tanto del territorio? —pregunta curioso, ya que de no haber sido guiado por el tirador, no hubiera visto la entrada. Como Phel no responde y se limita a cruzar al final de la caverna, inhala, buscando paciencia de donde no tiene. Al salir escudriña la zona: hay una bajada y varios campos de flores diversas, en paralelo hay otras montañas bajo un firmamento azul y despejado. El paisaje le parecería admirable, de no ser por su malhumor—. Así que aquí —murmura. Su compañero retrocede un par de pasos; algo del sector lo está incomodando. Antes de que pueda meditar qué es, Sett lo codea hacia adelante—. Vamos, Chico Luna. Tenemos trabajo.

Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora