Capítulo 23. Rojo.

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ADVERTENCIA: este capítulo contiene descripciones detalladas de sangre, lesiones fatales y situaciones cercanas a la muerte. Se recomienda discreción al lector.

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Es medianoche, pero el Arma de los Adeptos no está en su puesto. A Sett le sorprende el descaro con el que se presenta a su cueva, tremendamente tarde, sin siquiera mirarle a los ojos desde que llegó; el Jefe le observa de brazos cruzados y puños apretados, esperando, negado a ser él quien comience esto.

Finalmente, el tirador habla. —: Hace días que no nos vemos.

—Dos meses —secunda el luchador, tono mordaz.

Silencio. Luego, el lunari va muy directo al punto. —: No pediré disculpas —adelanta—. He estado demasiado ocupado como para volver y encargarme de tus caprichos, Settrigh.

La verdad es que al joniano le toma por sorpresa su insensibilidad. Así que transita de la irritabilidad a la incredulidad, y de la incredulidad a la ira con la misma rapidez. —Por supuesto —dice, alzando la voz—. El Arma de los Adeptos no tiene tiempo para el forastero, que no vale ni tres segundos de disculpas.

—No es personal.

—¿Tú crees? —cuestiona, avanzando hacia él. Lo levanta de la silla enganchándolo por las solapas del abrigo; aún a estos centímetros de distancia, el tirador desvía la mirada—. Porque yo creo que el Protector pasó sus días pensando en lo que le dije, y llegó a la conclusión de que tenía razón. Y ahora vuelve con el rabo entre las patas, queriendo zanjar el asunto porque es incapaz de admitir que se equivocó monumentalmente conmigo. Eso es lo que creo.

Ha sido una evidente provocación, expectante de explicaciones por su parte. Por qué se fue, por qué dijo lo que dijo, por qué no regresó. Pero contrario al efecto esperado, el lunari se ríe. Bajito, con una sacudida de hombros perceptible solo porque le está sujetando de la ropa. —¿El Protector...? —repite. El joniano traga saliva cuando los ojos violetas al fin lo miran, reprochándose internamente por haberlos extrañado tanto—. Ese fuiste tú.

Settrigh lo observa consternado. Y Aphelios lo besa. El luchador trata de apartarlo, no obstante el Chico Luna no se lo concede, enredando sus brazos tras su cuello y reclinándolos hacia atrás sobre la mesada. El rencor aún persiste como un burbujeo en su pecho, sin embargo, la desesperada pasión con la que el targoniano lo inmiscuye al contacto hace que ambos sentimientos colisionen y exploten en sus intentos de controlar toda la tristeza y ausencia que experimentó. Al final, cede, porque es lo único que le permite encontrar el equilibrio entre tan divergentes emociones.

Es un beso enojado y candente, como si los dos aspiraran a tener la razón de una forma alternativa a los gritos de la última vez. Para su sorpresa, es Phel quien está ganando, con algo de trampa cuando desliza sus dedos por su torso y desciende, jugando con el trenzado de su chamarra y jalándolo más cerca mientras coordina comiéndole la boca. ¿Cuándo aprendió a besar así?

Un destello de raciocinio entra en su campo visual.

Apoya las manos a los laterales del tirador para sostenerse, apartándose bruscamente. El lunari quiere volver a alcanzarlo, pero no se lo permite. —: Detente —ordena.

—¿Por qué? —cuestiona, sin aliento.

—¿No estoy soñando?

El Chico Luna susurra. —: Puedo hacer tus sueños realidad.

Está soñando.

Despierta, encandilado por el resplandor de una lámpara a kerosene que brilla sobre su cabeza. El dolor en la cervical por una mala posición es más tangible que el beso que juraría haber compartido hace instantes, por lo que gimotea hastiado cuando se reacomoda, levantando un brazo para tapar la luz directa.

Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora