Capítulo 12. Ahógate

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Aphelios despierta. En la solemnidad de la noche, el retumbe de una furiosa tormenta genera un alboroto dentro de su cueva; por ello tarda en darse cuenta de que no es el sonido de un chaparrón lo que inunda la instancia, sino sus propios jadeos. Desesperado por recobrar el aire que el Hombre de Azul le estaba arrebatando hace unos instantes.

Matándolo. Mientras suplicaba.

El ciclo se repite como siempre. Su instinto de supervivencia se activa antes que cualquier otra de sus capacidades, encontrándose inmediatamente a total merced de los efectos del ataque de pánico. Se gira bruscamente boca abajo, sosteniéndose de sus antebrazos; ve borroso y sus piernas adormecidas no dan respuesta. Expulsa un quejido histérico, ordenándose a sí mismo reacción.

Levántate. Estás muriendo.

Los latidos de su corazón explotan en sus tímpanos, dándole la pauta de que sigue vivo y a la vez, atrayendo la inminente sensación de que estos en algún momento estos se detendrán. Levántate. Levántate. Clava la yema de los dedos en el suelo y arrastra con su ayuda. O ahógate. Se desespera por hallar en su flojo campo de visión una réplica de su arsenal lunar; está confundido entre qué es real y qué no, pero independientemente a ello, debe actuar ya, defenderse como la máquina letal que es. Como el título del Arma de los Adeptos exige que sea. Como el Hombre de Azul lo desafía que sea.

¡Levántate, o muérete!

Y repentinamente, hay dos brazos que por detrás lo rodean de la cintura. Emite un alarido, horrorizado, y por acto de reflejo propina dos codazos tras de sí. Solo dos, porque primero, distingue que eso indiscutiblemente es real, y segundo, porque nacen de eso las siguientes palabras. —Todo está bien, Chico Luna.

¿Chico Luna...?

A partir de allí es confuso. Se queda quieto. Su respiración se regula gradualmente, como si alguien le hubiera echado un balde de agua fría a la cabeza para devolverlo a la razón. Deja de ahogarse solo. La persona en cuestión repite su promesa a la par de que sus propios sentidos vuelven a cooperar, poco a poco; ve la manta donde suele dormir desperdigada bajo de él y los pedacitos de tierra entre las uñas que se le adhirieron cuando arañaba al suelo. Todo lo asocia a la percepción de estar palpando la realidad, relajando los músculos paulatinamente.

—Así ¿ves? Todo estará bien...

Lo último que Aphelios siente es a su salvador colocándolo boca arriba, y se duerme.

Horas más tarde, despierta otra vez. Se sienta de un empujón, y exhala exaltado cuando Sett se endereza violentamente a su lado (de hecho, de no haber sido por tan brusco movimiento, probablemente ni se hubiera percatado de que estaba ahí); aparentemente acaba de despertar también, porque parpadea fuertemente para quitarse la pesadumbre de la cara mientras busca algo desesperado, hasta dar con los ojos del Chico Luna. Ambos se observan fijamente, tiesos, analizándose como si hubieran visto una worax durmiendo a un costado en lugar de su conocido compañero.

Y luego, el joniano afloja. Relaja sus facciones, dejando caer las pestañas con un suspiro quedo, y finalmente se echa de bruces de regreso a su manta. —: Duérmete, Phel —farfulla.

El aludido no contesta. Se levanta presuroso a la salida, ojeando el clima. El sol recién asoma, así que el aire se mantiene fresco. Los charcos son el único indicio de la lluvia de anoche, pero es suficiente evidencia. Pasea la mano por su rostro, entre avergonzado y estresado.

Fue, y no fue, un sueño.

¿Qué había sucedido?, ¿Sett realmente lo había sostenido en medio de un ataque de pánico, o fue un analgésico penoso de su imaginación en un intento de controlar su estado?... ni siquiera quiere darle vueltas al asunto por miedo a recordar qué había soñado.

Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora