Capítulo 9. Piénsalo dos veces

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Aunque para ese entonces no fuese nombrado como tal, Aphelios padecía ataques de pánico. La introducción era llevada a cabo por pesadillas; estas habían sido el modo en que su agotado cuerpo trataba de expulsar todo ese cúmulo de pensamientos negativos que a veces ni siquiera sabía que albergaba: miedos, desconfianzas, rencores. Más de una vez despertó creyendo que los lunaris no existían, que su hermana estaba muerta, que él estaba muerto; su imaginación era tan cruel consigo mismo, imágenes nítidas y suficientemente convincentes para confundir la realidad entre sueños. Ahí llegaba. Buscando en medio del desahogo físico obtener el desahogo mental, suscitaban temblores agónicos por no poder controlar ese mundo que se le caía a pedazos, ahogándose entre el llanto, la angustia y la falta de oxígeno, escudriñando a su alrededor por algo que lo ayude a aferrarse al plano terrenal real. Las alucinaciones desnudaban a la intemperie el lado humano del Arma de los Adeptos, único vestigio de no ser solo una herramienta... aun fuese él, el único testigo. Sin embargo, esa noche sería la primera de muchas otras (incluso si ninguno de los dos lo pudiera prever) donde quedaría expuesto por otros ojos.

Aphelios despierta cuando un haz insistente de sol se posa sobre la cara. Le duele la espalda, producto de una mala posición, no obstante lo ignora y parpadea con fin de quitarse la sensación de pesadumbre. Probablemente es un ronquido tan cerca suyo lo que lo incentiva a entrar apresuradamente en sus completos sentidos.

Sett duerme pegado a él. Su brazo rodea tras su cintura, asiéndolo a su pecho que asciende y desciende en acompañamiento de una respiración tranquila, mientras sus propias manos se apoyan en los pectorales y el aliento ajeno remueve sutilmente su flequillo. Se le suben los colores al rostro, pero se obliga a permanecer sereno como de costumbre, a la par que rebusca en sus recuerdos explicación. Una pesadilla. No era momento de recordarla.

Se separa cuidadosamente del cuerpo del otro. Se tambalea al levantarse, volteando accidentalmente unos cacharros a un costado, platos de la cena, que hacen el suficiente ruido para alterar un instante al vastaya en su lugar. Hubiera jurado que seguía descansando de no ser porque este emitió un gutural gruñido. —Calla... cállate... —sisea.

Él medio suspira medio bufa. Acomoda los platos boca arriba antes de arrimarse a la salida de la cueva para evaluar el tiempo: el sol está a punto de ponerse, todo afuera está húmedo y el frío cae lentamente. Se pregunta fugazmente por qué no lo despertó la lluvia, siendo muy susceptible a ella. Lo ignora y se da vuelta para recoger sus túnicas. —Sett, nos vamos.

—Dame... un segundo... —balbucea el aludido.

—Vas a dormirte, muévete —patea ligeramente a su costado. Otro gruñido, amenazante; comienza a pensar que está riñendo con un animal en vez de con un hombre.

Aunque sea, el vastaya decide levantarse. Ambos se colocan las prendas faltantes en silencio; no hablaron, ni en el trayecto a donde se dirigían. Si Settrigh recordaba algo del episodio de anoche, fingió no hacerlo. Y tal vez estaba mejor así.

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Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora