Donde Draco Malfoy, el mago mas arrogante en Hogwarts, cae perdidamente enamorado de Gretta Fawley, una sangre pura preciosa, pero que no le da ni la hora.
Gretta Fawley es la perfección presonificada, además de bonita, tiene un poder extraordinario...
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—¿Por qué me besaste frente a todo el comedor? — le pregunta la rubia a su amigo slytherin. Draco no sabía como interpretar aquello, ya que no identificó ningún tono de voz.
—Hum…Para que esa comadreja tonta supiera que no debe intentar tomar lo que no es suyo— dijo lo primero que se le vino a la cabeza, Gretta abrió la boca sorprendida
—No aprendes ¿verdad? — soltó una carcajada —Ni yo, ni ninguna otra mujer somos de alguien, Draco. No somos un maldito objeto, ni somos un premio que hay que ganar —
—pe-pero creí que con lo que pasó anoche tu…— no terminó de hablar, ya que Gretta lo interrumpió.
—¿Creíste que íbamos a ser algo? ¡por favor, Malfoy! Te creía mas listo, lo que hice anoche contigo lo he hecho con muchos desde que llegué aquí, hasta he llegado a más. No te creas tan importante porque no lo eres — se puso de pie y salió de la sala común.
Ahora Draco no era el único con el corazón roto.
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—¡Harry! Por fin te encuentro, te he estado buscando por todos lados — se detuvo a un lado del azabache y esperó a que se le calmara la respiración.
—¿Qué pasa, Gretta? —
—Dumbledore me mandó a acompañarte, cree que puedo ayudarte con la tercera prueba y necesito escuchar cualquier información que te den—
—Muy bien, entonces vamos— ambos chicos se fueron caminando hacia el campo de quidditch siendo vistos por un rubio enojado desde lejos.
—¿Qué crees que será? — preguntó la rubia
—Pues… no tengo ni puta idea, Fleur no para de hablar de túneles subterráneos: cree que tenemos que encontrar un tesoro— Gretta lo pensó y sonaba algo lógico
—Eso no estaría mal, podrías pedirle un escarbato a Hagrid— los dos adolescentes bajaron por la oscura explanada hasta el estadio de quidditch, entraron a través de una abertura en las gradas y salieron al terreno de juego, llevándose una sorpresa, el campo de quidditch ya no era llano ni liso: parecía que alguien había levantado por todo él unos muros largos y bajos, que serpenteaban y se entrecruzaban en todos los sentidos
