Capítulo 44: Sábanas Blancas

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Para su fortuna, no se trataba de más atacantes. Los vigías que continuaban en pie, identificaron los estandartes cómo propios. Eran las tropas de Latham regresando de la batalla.

Gideon no había podido prometérselo, pero si había mencionado que probablemente volvería antes del mediodía, y así era.

Al fin, Orla sintió la fuerza suficiente para bajar las escaleras, sin olvidar su arco y carcaj. Caminó entre los cuerpos de los caídos, algunos de ellos estaban muertos, otros heridos y agonizantes. Orla evitó mirarlos directamente.

Llegó junto a Alexander, quien se encontraba apoyado contra las destrozadas puertas del salón, mirando hacia el norte. A la distancia se veía como los estandartes negros y verdes de Latham se acercaban raudos.

Orla no se encontraba feliz. De hecho, sentía que no podría sentirse alegre nunca más en su vida. Había matado a personas, y eso no era fácil de olvidar. Sin embargo, al ver como Gideon y su ejército volvían a salvo, sintió el alivio correr cálido por sus venas.

Habían vencido.

Mientras las tropas intentaban cruzar por el también destrozado puente levadizo, Orla notó que algo no estaba bien. No veía a Gideon en ningún lado.

Alexander también lo notó, y corrió a través del patio al encuentro de sus compañeros. Orla sintió ganas de hacerlo también, pero al ver los rostros de pánico y preocupación de los recién llegados, su cuerpo se congeló.

Observó como avanzaba la columna de soldados, pero el rostro de Gideon no era visible. Volvió la vista hacia Alexander, quien ayudaba a bajar a un herido de un caballo.

El caballo de Gideon.

Orla corrió a ellos sin dejar de observar cómo levantaban aquel cuerpo inconsciente. Esperaba que no fuera él, necesitaba que no fuera él, pero no podía estar segura, ya que aquel cuerpo estaba cubierto por su armadura.

Al verla correr hacia ellos, Alexander le gritó:

—¡Orla, ve en busca del médico!

En aquel instante su corazón se detuvo, y supo que se trataba de él. Y si no estaba muerto, se encontraba malherido.

Orla sintió como la sangre dejaba de fluir, y se agolpaba en su cabeza. Se detuvo en seco. No podía ser cierto. Esto no estaba pasando.

—¡Orla, rápido!

Con la vista borrosa vio como levantaban el cuerpo laxo de Gideon entre tres hombres, y lo cargaban dentro del castillo. Orla no se había dado cuenta, pero los seguía. Sus piernas se movían por voluntad propia, pero ella no estaba ahí. No veía, no escuchaba y tampoco respiraba.

—Esto se trata de un mero sueño, claro que sí. Esto no puede ser real. —Se dijo a sí misma.

Sin darse cuenta ya estaba dentro del castillo. A la distancia veía aquellos hombres llevar a Gideon a la enfermería. Orla quería seguirlos, asegurarse de que se trababa de él, y que estaba a salvo, pero no podía.

Gideon necesitaba un médico de forma urgente.

Aquel sentimiento de responsabilidad la trajo de vuelta a la tierra.

Orla avanzó por el salón lo más rápidamente que sus piernas temblorosas le permitían, a la vez que sorteaba los cadáveres en el piso. Mientras subía las escaleras con dificultad, su vista se nubló. Por un segundo pensó que iba a desmayarse, sentía como el corazón le volvía a latir dolorosamente en su pecho, amenazando con quebrar sus costillas. Pero no era el mareo lo que nublaba su vista. Al llevarse las manos a su rostro, sintió las mejillas empapadas. Ni siquiera había notado que lloraba.

Gideon (1° Libro de Las Crónicas de Caister) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora