Capítulo 8: Perdidos

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Gideon se sorprendió con la pregunta que Orla le había hecho. Por un lado, era una posibilidad en la cual él no había pensado, pero por el otro no veía razón para hacerlo. A pesar de ser una promesa de su padre y no propia, no se arrepentía. Siempre supo que se casaría con Orla, pero había pensado que cuando lo hiciera estaría más preparado, o al menos sabría qué hacer. Y que ella pensara que él la iba a devolver a su familia, demostraba que las cosas estaban peor de lo que él pensaba.

—Claro que no. Si no hubiese querido casarme contigo simplemente no lo habría hecho.

Orla tenía que admitir que tampoco sabía lidiar con el matrimonio. Además, Gideon le había dado casi demasiado espacio y olvidó poner más de su parte en la relación. Sin olvidar lo nerviosa que se ponía cada vez que veía, escuchaba, o pensaba en Gideon.

Decidida a dar el primer paso, y con el coraje otorgado por el vino, Orla se inclinó hacia Gideon. Se sentía como en un sueño. La briza cálida del verano, el piar de los pájaros y Gideon. Sus ojos verdes, su rostro delgado, su cabello castaño y rizado con toques dorados por el sol, su piel blanca, las pecas en su nariz y sus labios rosados. Sin pensarlo, Orla juntó sus labios con los de él. Eran blandos, tibios y ligeramente ásperos. Sintió una agradable corriente cálida recorrer sus entrañas y pequeño espasmo en su interior. De la nada, su mundo se hundió. Asustada abrió los ojos, y se dio cuenta de que Gideon había cedido a su peso, más bien se había dejado caer en la manta dejándola sobre él y entreabriendo ligeramente sus labios. Todo recato y nerviosismo habían abandonado el cuerpo de Orla. Viendo que Gideon estaba de acuerdo ella se arrojó sobre él para continuar besándolo. Orla no sabía si lo estaba haciendo bien, nunca había besado antes, pero Gideon parecía estar disfrutándolo.

Mientras Orla lo besaba, Gideon puso sus manos en su cintura. Ella pensó que lo hacía para quitársela de encima, o porque estaba lo aplastando, pero en lugar de alejarla la atrajo hacia él. Sin entender por qué, al sentir algo duro en su vientre a través de la tela de su vestido, el pulso de Orla se alborotó. Se sentía tan bien que no quería que esa mañana no acabara nunca. Segundos después, su pequeño paraíso acabo.

Los caballos comenzaron a relinchar frenéticamente. Gideon se enderezó de golpe, haciendo que Orla se deslizara en la manta junto a él. Algo había asustado a los caballos, haciendo que nieve cruzara el ancho rio galopando despavorida. Gideon corrió hacia nieve, pero ya era tarde, la yegua ya era casi imposible de alcanzar a pie. Por lo que Gideon monto a su caballo. La embriaguez de Orla desapareció al darse cuenta de que Gideon estaba a punto de abandonarla en la mitad de la nada. Sin embargo, él desvió su caballo hacia donde ella se encontraba.

—¡Rápido sube! Aún podemos alcanzarla. —Orla no era el ser más ágil en el reino, pero lo más rápido que pudo montó tras de él.

Gideon avanzó en su caballo, obligándolo a cruzar el río sin perder la calma. El caballo avanzó cuidadosamente. En la mitad del cauce del río el agua rozaba el cuello del animal, haciendo que las piernas de Orla y Gideon quedaran sumergidas. De improviso, las piedras bajo el corcel cedieron a su peso haciendo que el caballo y sus dos montadores se hundieran por unos instantes bajo el frío cause del río. Recobrando el paso, el caballo avanzo hasta salir del río por completo.

Orla se mantuvo tranquila, tal vez era la embriaguez del vino o porque estaba firmemente aferrada al torso de Gideon. Él por el otro lado parecía preocupado. Hizo a corcel avanzar lentamente para comprobar que se encontraba bien. Parecía que el tobillo del animal no estaba resentido, ni herido. Así que Gideon decidió avanzar con un poco más de velocidad.

Avanzaron en contra del viento por minutos, sin poder ver a nieve por ningún lado. Orla, aun detrás de él comenzaba a tiritar levemente. Ambos habían quedado empapados luego de la zambullida del corcel.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto Gideon.

—Sí, estoy bien. No te preocupes. —Sin embargo, Gideon estaba un poco preocupado. A pesar de haber pasado su infancia en los alrededores, debía admitir que estaba un poco perdido. Y aún peor, en caso de que fueran atacados estaban totalmente indefensos, ya que él no portaba su cota de malla, y la única protección que había traído a su pequeña excursión era una daga, la cual había olvidado en la manta que había compartido con Orla.

Recorrieron los alrededores por horas, primero a caballo, luego a pie. Ya debían ser al menos las tres de la tarde y el radiante sol que había alumbrado en la mañana estaba cubierto por nubes, y no encontraban rastro alguno de la yegua.

—Creo que deberíamos regresar —sugirió Orla, finalmente había dicho la frase que más le asustaba escuchar, ya que no sabría cómo responderla.

—Sí, es una buena idea. —contestó Gideon, pero no se movió del lugar. —La verdad es que no reconozco muy bien estos terrenos. Llevamos horas recorriendo el lugar, y estoy un poco desorientado.

Orla fría y asustada mantuvo la calma. —Pero si encontramos el río podremos volver ¿no?

—Por supuesto ¿Recuerdas por donde vinimos?

Orla lo recordaba, por lo que Gideon la siguió aliviado. Recorrieron a pie un largo rato, hasta que ella se detuvo en seco en la mitad de la nada. —Estamos perdidos. —declaró.

Claramente estaban perdidos. Perdidos y aun un tanto empapados. Si no morían se resfriarían a muerte. Gideon aún tenía la esperanza de que el sol volviese a brillar y les indicara donde estaba el oeste, donde se encontraba el arroyo y Latham, pero en lugar de aclarar parecía cada vez más oscuro. Lo único que podría empeorar la situación era que comenzara a llover.

—Ojalá hubiese tomado la manta antes de subir al caballo —declaró Orla abrazándose a sí misma. La pobre estaba congelándose. El vino ya se había evaporado de su sistema, quitándole el coraje y calor, devolviendo a su lugar el nerviosismo.

Gideon secundaba la moción, ojalá hubiese tomado su daga también. De hecho, si pudiera volver el tiempo atrás, tampoco había amarrado a los caballos tan cerca del río. Sin embargo, mantendría lo ocurrido en el pícnic intacto. Gideon sintió como le ardían las mejillas. No era para nada el momento de pensar en aquella escena, pero no dejaba de repetirse en su cabeza cada vez que miraba a Orla. Peor aún, sabía exactamente como solucionar el frío que Orla sentía, pero no era, en absoluto, el momento apropiado.

—¿Qué haremos? —preguntó ella mirándolo con ojos brillantes, por un instante Gideon pensó que había dicho lo anterior en voz alta, o que ella le había leído la mente. Luego se dio cuenta a lo que ella se refería.

—Si no queda de otra, deberemos dormir aquí.

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Este fue mi pequeño regalo por su paciencia, pero lamentablemente no podré actualizar hasta el próximo domingo 😞❤️ Si quieren pueden seguirme o revisar mi perfil, ahí publico información de vez en cuando.

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Gideon (1° Libro de Las Crónicas de Caister) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora