Capítulo 30: Más de una sorpresa

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La mañana siguiente, Leo dejó el castillo sin ser notado, como un fantasma, y dejando atrás el mismo pesar.

Había dejado a Gideon sintiéndose miserable e impotente al no estar seguro de que hacer para solucionar la situación. Sin embargo, lo que sí sabía era que había perdido a sus dos hermanos. Acababa de pelearse con uno, y estaba próximo a matar al otro.

A lo largo de los días que vinieron, Gideon debatía con frecuencia la idea de ir en busca de su hermano, para intentar enmendar la relación. No dejaría que las cosas empeoraran como sucedieron con Eudon. Sin embargo, la amenaza de este mismo y sus obligaciones en el castillo se lo impedían. Y tampoco se atrevía a alejarse de su esposa, Orla, quien se esforzaba por mantenerlo distraído a toda costa, y lo hacía de maravilla, pero siempre existían los momentos en que se encontraba solo, y la culpa e indecisión lo atormentaban.

Este era uno de esos momentos. Gideon llevaba despierto varias horas y aún no amanecía. En la oscuridad de la habitación, y junto al cálido cuerpo de Orla, pensaba en cuáles eran sus opciones ¿Existía alguna manera de solucionar la relación con sus hermanos? O ¿Era ya una causa perdida? Gideon no creía que hubiera algo que hacer con Eudon. Recordaba la última vez que lo había visto, hace algunos meses, cuando había venido a enfrentarlo en un combate uno a uno. Cada golpe que Eudon intento darle estaba destinado a provocar su muerte, cada golpe estaba lleno de ira y rencor. Gideon continuaba sin entender que había hecho para merecer tanto odio. (*)

Orla no recordaba el momento exacto, pero a lo largo de los días que pasaron, realmente había comenzado a disfrutar la intimidad con Gideon

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Orla no recordaba el momento exacto, pero a lo largo de los días que pasaron, realmente había comenzado a disfrutar la intimidad con Gideon. Y lo decía en serio. A veces sentía que inclusive más que el mismo Gideon. En algún momento, el dolor e incomodidad desaparecieron, dejando que cada experiencia fuera puro placer.

Las primeras veces lo hacía por qué le gustaba lo íntimo de la actividad. Le gustaba tener la respiración fuerte de Gideon en su cuello, como resplandecía en sudor, y también la idea de que ambos cuerpos se unían siendo uno solo, pero ahora sentía tanto placer, que apenas notaba aquellos detalles. Entraba en un trance, y dejaba de ser ella misma. Estaba obsesionada.

Frecuentemente se encontraba pensando en Gideon y en las probabilidades de encontrárselo y que estuviera desocupado para ir con él a la habitación. Otras veces los pensamientos sucios la invadían de la nada, y terminaba hecha un marullo de nervios y bochornos a la mitad de una conversación con las mujeres de la cocina, por lo que ahora evitaba ir con ellas, para no quedar en evidencia.

En los últimos días, Orla pasaba gran parte del tiempo dibujando, y sentía que había mejorado considerablemente. Había veces en las que las ganas de pedirle a Gideon que posara para ella la invadían, pero sentía que sus dibujos no le harían ni un ápice de justicia. Sus dibujos nunca capturarían la verdadera esencia de Gideon, dulce, amable, tranquilo, confiable y mil cosas más que apenas lograba verbalizar. Sin embargo, esperaba hacerlo algún día. Inmortalizarlo en papel y carboncillo, pero para eso debía practicar.

Gideon (1° Libro de Las Crónicas de Caister) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora