Las promesas de su padre obligan a lady Orla a desposarse con un desconocido, sin embargo, ¿Logrará ser feliz sin antes aprender a amarse a sí misma?
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¿Es esto lo que hacen los adultos cuando están a solas? —se preguntó Orla.
Había perdido la cuenta de la cantidad de tiempo que habían pasado besándose. Luego de la cena de la noche anterior se besaron hasta dormirse, y al día siguiente, sin saber cómo, había despertado besándolo. Sentía sus labios suaves, pero enrojecidos hasta el punto de sentirlos arder. El ardor no le molestaba tanto como el presentimiento de que Gideon ya se había aburrido de ella y sus besos.
Mientras se besaban dicha mañana, Gideon tuvo una extraña reacción.
Como de costumbre Orla estaba recostada sobre su pecho besándolo. Ya debía ser alrededor de la mitad de la mañana, y el sol brillaba ardiente. El calor bajo las mantas era casi insoportable, por lo que Orla las empujo hasta quedar destapada por completo, sin dejar de besar a Gideon en ningún momento.
Sin pensarlo, Orla paso una de sus piernas por encima de Gideon. Ella no se había percatado que la camisola de dormir se le había subido al punto de dejar casi la totalidad de sus piernas al desnudo hasta que sintió las suaves manos de Gideon acariciándola. Él la acarició por un rato, provocándole placenteras corrientes eléctricas. Luego, tomándola por sorpresa, la agarró por la cintura y la sentó sobre su abdomen. Besarlo en esa postura tan primitiva la hizo sentir extraña, pero en un buen sentido.
No pasó mucho tiempo hasta que Orla sintió como Gideon agarraba la cintura con excesiva fuerza. Orla abrió los ojos para ver que sucedía, pero lo único que vio fue el rostro tenso y algo sudoroso de Gideon. Los músculos de su cuello y brazos estaban tensos. Asustada, Orla salió de encima de él, preocupada de accidentalmente haber pasado a llevar el pie herido de Gideon, o alguna herida, causándole un terrible dolor.
—¿Te encuentras bien? ¿Hice algo? ¿Te lastimé? —preguntó Orla preocupada. Gideon parecía algo sudoroso, pero tal vez era causado por la temperatura de la habitación, por lo que Orla abrió una de las ventanas más cercanas, permitiendo que un fresco torrente de aire inundara la habitación. Cuando Orla miró a Gideon, estaba cubriéndose el rostro con un cojín, y seguía sin contestarle. —¿Estás bien? ¿Debería ir a buscar al curandero?
Gideon masculló un "no" a través del cojín con el que se cubría el rostro.
Orla no entendía que había hecho para causar tal reacción en Gideon. Preocupada y algo avergonzada caminó hasta el biombo, donde le esperaba agua para su aseo personal. Rápidamente se arregló y vistió. Eligio un vestido liviano del baúl que Gideon le había obsequiado, ya que todos los vestidos que había traído de su hogar eran gruesos y de lana. A penas hubo terminado, miró en dirección a Gideon, pero él no dijo nada. Orla dejó la habitación.
¿Había sido asco lo que vio en su rostro? ¿O dolor? No entendía que había pasado, y le entraban ganas de llorar por ser tan estúpida.
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Gideon había sentido vergüenza muchas veces en su vida, pero nada se comparaba con esto. Su propio cuerpo lo había traicionado, y peor aún, frente a Orla. Se sentía como un adolescente sin control de sí mismo. Se sentía sucio, y lo estaba. Necesitaba con urgencia un baño de agua fría. El problema era que estaba solo y postrado. Había dejado que Orla se fuera sin haberle dicho ni explicado que había pasado. Solo esperaba que no se sintiera ofendida por el terrible espectáculo que tuvo que presenciar.