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—¿Perdón?

—Demuéstrame lo que sabes hacer, coño.

Pude hasta escuchar los engranajes de su cerebro chirriar por lo que le estaba pidiendo... A punto estuve de no cagarme de la risa.

—Bien —dijo por fin—, módulo primero, Derecho Constitucional, La Constitución Española de 1978...

—¿Se puede saber qué cojones estás diciendo?

—Son los módulos de la teoría...

—Ya sé qué es. Yo también tuve que estudiar, pero no sé a qué demonios viene eso. Te he pedido que hagas, no que digas, ¿tienes problemas auditivos? Si es así ya puedes irte de aquí, no me hagas perder el tiempo en anormales como tú.

—Si no me dice qué coño quiere que haga, ¿cómo pretende que interprete sus palabras?

Cerró los puños y se inclinó hacia delante. La ansiedad, el estrés y la ira comenzaban a tomar las riendas de su cuerpo, y pronto explotaría a saber Dios cómo.

—Te lo dejaré más fácil desde el momento en el que parece que te faltan algunas neuronas —vi cómo su rostro comenzaba a tonarse grisáceo y supe que ya era momento de parar—. Eh, no te lo tomes a mal; a todos los que vienen aquí de normal les digo que no tienen neuronas, esto ha sido más bien un cumplido.

—Qué quiere que haga —preguntó una vez más, ahora con un hilo de voz.

—Yo tengo aquí una mascara, imagina que voy a atracar a tu queridísimo novio. Quiero que actúes como veas conveniente —le di la pipa que tenía guardada—. Está sin balas. Siento no poder darte la oportunidad de volar por los aires este bello rostro que tienes delante, nena.

Amber miró la pipa como si no hubiese visto una en su puta vida, pero decidí dejarlo pasar. Sentía intriga en ver cómo continuaría la cosa.

Mientras Amber realizaba la acción, o a saber cómo coño se le llama eso, correctamente, sin que ésta se percatase, entró Ivanov silenciosamente, algo muy extraño en comparación a la forma en la que suele siempre aparecer por donde estoy.
Cuando Amber terminó, los aplausos procedentes de Ivanov comenzaron a sonar por toda la habitación, ocasionando un leve susto por parte de la chica.

—Casi se me pone tiesa, Conway, espero que ya la hayas aceptado en el cuerpo, gilipollas.

Ivanov echó una rápida ojeada a la joven, aunque no había mucho que mirar desde el momento en el que sus ropas estaban mojadas y holgadas.

—Ivanov, estaba en ello, igual ahora por tu puñetera culpa la mandó a tomar por culo igual que a ti. Sabes perfectamente que me jode lo que no está escrito que entres en estos momentos, joder.

—Ya lo sé, es por eso por lo que he entrado —se giró de repente hacia la cría, sonriendo de manera muy perturbadora—. Hola, soy Ivanov. Seré seguramente una cara muy repetida pero agradable cuando entres al cuerpo, ¿tú quién eres, preciosa?

Me tuve que dar la vuelta para no presenciar un acto tan vergonzoso como aquel. A veces Ivanov podía resultar muy embarazoso, y aún más tras haberse tomado unas cervezas de más.

—Es Amber, y ahora respóndeme una cosilla, mariconceti, ¿no se suponía que te habías ido a tu puta casa a hacerte una paja? ¿Qué cojones haces aquí si se puede saber?

—Es gracioso porque no tenía pensado volver. Me había dicho el Gustabo que había visto un ser extraño entrar en la comisaría, pero que tras escuchar voces de tía tras la puerta no tuvo más remedio que llamarme para ver quién coño era, y joder, menos mal que me ha llamado... ¿cuántos años tienes, por cierto? Espero que no hayas venido aquí de visita y resultes tener 17 porque igual me veré en problemas...

Amber no respondió y menos mal porque Ivanov ya me estaba tocando los cojones.

—Ivanov vete a recepción y pídete un puto taxi ahora mismo y tú, cría, mañana espero verte aquí a las ocho en punto de la mañana, y arréglate porque con esas pintas te pegaré un tiro en la cabeza del susto.

Conway, Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora