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Llevaba ya cuatro meses en el cuerpo de policía, y jamás me había sentido tan viva al recibir órdenes de mis compañeros para planificar medios y vigilancia policial de una zona o unidad, además de dirigir y coordinar la detección, prevención e investigación de delitos.

La adrenalina con la que empezaba todas las mañanas nunca desaparecía hasta muy entrada la noche, y era una sensación que deseaba ardientemente que no desapareciera nunca. Debo de reconocer que los primeros días en el cuerpo fueron muy duros; estuve varias veces a punto de tirar la toalla por la presión y a veces miedo de lo que mis ojos observaban en las calles de Los Santos cada día. Pero siempre encontraba la motivación que escaseaba en esos momentos cuando mi amigo Gustabo y Horacio me hacían reír con sus estúpidas pero reconfortantes historias.

—La vieja chocha se cagó en el asiento de mi moto, y tuve que volver con un olor a mierda que no se fue hasta dos semanas después —decía Horacio, mientras daba un par de palmadas a mi espalda—. Si veo de nuevo a esa gilipollas, pondré veneno en su dentadura mientras duerme.

Conway, sin embargo, era arena de otro costal. En verdad, siempre lo había sido. No solía verlo muy a menudo porque siempre estaba metido en casos mucho más complejos al mío y al de mis compañeros, y en cierta manera, lo agradecía. Siempre que me tocaba hacer alguna tarea junto a él, se me ponían los pelos de punta cada vez que suspiraba cerca mía. Estaba cagada de hacer una gilipollez frente a él. Al fin y al cabo, él era mi superintendente, o como el quería que lo reconociera, mi Dios.

Tengo el orgullo de decir que durante mi estancia, mejoré mis habilidades muy rápidamente. Recibía halagos constantemente de la gente que trabajaba a mi alrededor, y yo siempre respondía con una sonrisa para no alargar las cosas. Fue tal mi reconocimiento que, en menos de un año, logré ascender de rango al de sub inspector, un peldaño por debajo de donde Conway se encontraba. Allí logré conocer a Ivanov y Volkov más profundamente, y me resultaron tíos de lo más originales y graciosos. Siempre que podíamos, íbamos a echarnos unas cervezas a un bar que había cerca de la comisaría. Me contaban que ambos pensaban que no duraría ni una semana en el cuerpo, pero que mi testarudez y orgullo habían permitido aguantar hasta llegar al rango en el que me encontraba. Brindamos por ello y luego continuamos contándonos historias de los atracos más absurdos que nos había tocado, desde un ciego que pensaba atracar una lavandería, hasta un niño de ocho años que se pensaba que estaba jugando un videojuego de delincuentes en la ciudad.

Tras reírnos durante unos buenos minutos y tras haber bebido ya un par de cervezas, Ivanov, ya borracho, comenzó a hablar de Conway.

—Es una enooooorme pena que ya no venga Conway con nosotros. Nos reíamos muuuucho con él en este bar también... puto maricón de mierda... ahora se las pasa haciéndose pajas en su puta casa.

—El viejo se nos hace mayor... ya no está para fiestas, ¿verdad, Amber?

—Venga ya —respondí—. Tampoco es tan viejo, cuántos años puede tener ese hombre.

—Mmm... le conocí cuando yo tenía veinticuatro años, por lo tanto... está en sus cuarenta —respondió Ivanov, dando un largo trago a su quinta cerveza.

Asentí en silencio, mientras observaba cómo Ivanov miraba fijamente la espuma de su cerveza que comenzaba a desvanecerse.

—A la mierda, voy a llamar a Conway, me parece de estúpidos que no venga.

—No- no le digas nada, ya es tarde, Volkov, seguro que estará ya dormido —dije, de pronto nerviosa.

—Tonterías —sacó su iPhone del bolsillo y observó la hora—, son las once menos cuarto, ese hombre está mas despierto que mi abuela ahora mismo.

Volkov comenzó a buscar en sus contactos hasta dar con el número de Conway, y a continuación, sólo tuvo que esperar cuatro segundos hasta que el superintendente respondiera, con una voz más ronca de lo normal.

—Ey Conway, qué tal la paja, esa voz me dice que estás súper cachondo ahora mismo.

—A punto estaba de hacerme una, qué te pasa, maricón, no te habrás quedado encerrado en el baño de nuevo, ¿no?

Ivanov estaba a punto de caerse de la silla por el comentario, y yo ahogué una risa por si acaso.

—No... no, eso ocurrió hace ya tres años... estamos en el Diner, más te vale venir aquí en seis minutos si no quieres que te venga a tocar la polla yo esta noche.

—Bien... bien —se escuchaban risas a través del teléfono— quiénes estáis.

—Yo, Ivanov y Amber.

Ambos pensábamos que la llamada se había cortado porque no hubo respuesta por parte de Conway. Un suspiro nos indicó todo lo contrario.

—Ahora que me acuerdo... mañana tengo que madrugar y no puedo presentarme con una resaca de la hostia. Lo dejamos para otro día, marica.

—Venga Conway, nos estamos partiendo el culo, y seguro que Amber tiene ganas de escuchar tus anécdotas en el cuerpo y en los baños de la comisaría. No tienes nada mejor que hacer, reconócelo.

—De verdad que no puedo, puto pesado. Ya te he dicho que tomaremos algo otro día, esta noche no puedo.

—Vete a tomar por cu- antes de que terminara la frase, Conway ya había colgado.

Se hizo un largo silencio.

—Creo que ya es hora de que me vaya, tengo el presentimiento de haberme dejado el grifo encendido de mi apartamento, y odio la sensación de que se me inunde las habitaciones —dije, abrazando a los tíos por detrás mientras me encaminaba hacia la salida.

—Menuda excusa de mierda, pero te la dejo pasar —dijo Ivanov— ¿no quieres que te llevemos a casa?

Negué con la cabeza

—No hace falta, gracias, no me vendrá mal dar un paseito y que me dé el aire.

—Está bien, adiós, nos vemos mañana.

Me despedí de ellos con un saludo y salí del bar.

No tenía ninguna duda de que Conway no quiso venir por mí. A veces me sentía culpable por haber, de cierta manera, hecho amistades con sus más fieles compañeros, pero no iba a ser yo la antisocial del cuerpo que sólo se comunica con las farolas durante una persecución. Si Ivanov y Volkov eran amigos míos, ¿por qué Conway conmigo no? Hubo veces en las que Volkov me contaba que Conway era simplemente un capullo y trataba a la gente de la misma manera, pero por algún motivo, yo nunca llegué a creérmelo. Sabía de sobra que algo no andaba bien en la cabeza de Conway, y aunque nunca me atreví a preguntarle ni a él ni a sus compañeros, de alguna manera, supuse a qué se debía.

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Qué fuerte qué fuerte qué fuerte qué fueeeerrteeeeeee.
Qué pensáis vosotrxs... simple coincidencia... tiene manía a Amber... mmmm, ya veremos.

Conway, Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora