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Amber's POV

Había pasado ya un mes desde la muerte de Ivanov, y las pesadillas y sueños seguían carcomiéndome por las noches.

Pese a no recordar bien aquellos días largos y tensos en el hospital, la imagen de Ivanov llegaba a mí todas las noches una vez comenzaba a soñar. Pronto descubrí, tras hablarlo con mi terapeuta, que se trataban de sueños lúcidos, los cuáles aparecían siempre que recordaba a Ivanov antes de acostarme.

En esos sueños, lo veía en la misma casa donde recibió el balazo, pero ésta, que anteriormente estaba vieja y destartalada, aparecía ahora bella, enorme, cuidada... al igual que Ivanov.

El único rastro de dolor que percibía en su cuerpo, era el de la enorme mancha roja que portaba debajo de su pecho, pero que sin embargo, no parecía molestarle. Él me sonreía y me decía que estaba bien, sin preocupaciones y libre de dolor, me decía que no me preocupara por él, sino por el resto de la malla, en especial en Conway.

Siempre que hablaba de Conway, le preguntaba por qué, qué tenía que ver él en todo esto, pero Ivanov se limitaba a sonreírme y acariciarme la mejilla.

—Dentro de poco lo sabrás —sonreía, con los ojos llenos de compasión y calma—, haz todo lo posible para no dejarlo marchar, Amber, sin él, estaréis todos perdidos.

Yo agarraba su mano y le volvía a preguntar qué significaba todo aquello, qué iba a suceder con Jack, pero él desaparecía, como si la brisa del aire se llevara una hoja recién caída de un árbol.

Después me despertaba, con lágrimas y empapada de sudor, y no volvía a dormirme en toda la noche.

Tuvieron que pasar semanas hasta que comprendiera de una vez por todas, que Ivanov no estaba aquí nunca más, y que por mucho que lo lamentara, no había vuelta atrás.

—No hay vuelta atrás —me decía Conway, en el descansillo del hospital de los Santos—. Hicimos todo lo posible por Ivanov, ahora es el destino el que decidirá qué hacer con él.

Yo lloraba desconsoladamente, a su lado, mientras el resto de la malla seguía sin creerse que pronto perderían a uno de los suyos.

Tuvieron que pasar tres días hasta que Ivanov exhalara su último respiro, y cuando por fin lo hizo, la malla entera sintió un profundo vacío los días siguientes. En especial Conway, que desapareció de la comisaría durante unos cuantos días tras el funeral de Ivanov.

Nadie supo a dónde se fue ni qué hizo durante su ausencia, y nadie se atrevió a preguntarle cuando regresó.

Cuando lo vimos llegar, parecía un hombre completamente distinto: la barba la llevaba muy descuidada, al igual que su pelo, y cuando se quitó las gafas para pedirme que fuera a su despacho, tenía los ojos cubiertos por un tono rojizo oscuro, inyectados en sangre.

—Amber —me dijo, con una mirada que aparentaba ser seria, pero que sin embargo, estaba cubierta de dolor y cansancio—, siéntate.

Yo hice como me pidió.

—Durante mi ausencia, he llegado a una conclusión. Lo he hablado con Michelle, mi superiora, y ambos estamos de acuerdo. Si estás aquí, es porque mereces ser la primera de toda la malla en enterarte. Ambos hemos sido los que más han sufrido la pérdida de Ivanov, y siento que lo que tengo que comunicarte tenía que ser en privado.

Yo permanecí callada, expectante, aunque con una leve preocupación que comenzaba a aumentar poco a poco.

—Verás... he tenido largas horas para recapacitar sobre el estado actual de la malla... y el mío, en especial. Hacía años que no perdía a un comisario, compañero, amigo... como quieras llamarlo, desde que estuve en la guerra de Vietnam. He sufrido mucho, Dios sabe cuánto he sufrido, y no estoy dispuesto a ver cómo los míos van cayendo uno en uno otra vez.

Comenzaba a ver por dónde iba el asunto, y no me gustaba para nada.

—Llevo casi treinta años de mi vida dedicándome a la justicia, a la venganza, a la victoria... pero también al dolor, tristeza y pérdidas de personas que no merecían morir.

—Conway...

Él negó con la cabeza, y siguió hablando.

—He llegado a una decisión, la cuál nunca llegué a pensar que sucedería, pero, joder, cuántas vueltas da la vida, ¿verdad?

No dije nada.

—Amber, a partir de mañana serás la superintendente del Cuerpo Nacional de Policía, hoy llamaré para que recojan todas mis cosas de la comisaría y depositen tus pertenencias aquí.

Me levanté de un salto.

—No, Conway, no —dije, roja de furia.

Él me miró con un semblante inescrutable, normal, como si supiera que aquella iba a ser mi reacción.

—No qué —preguntó, aun sabiendo la respuesta de mi actitud.

—Sabes perfectamente que yo no estoy preparada para esto —cogí aire entrecortadamente— y que tú no estás preparado para abandonar el CNP, aún no puedes abandonar... todavía no.

Él se levantó de su silla y se acercó hacia mí, lentamente, posando la mirada en el suelo y luego en mi rostro, pero con la misma cara seria de siempre.

—Sé perfectamente lo que estoy haciendo, y sigo siendo tu superintendente, así que como vuelvas a llevarme la contraria...

—¡Qué! —grité— ¿me echarás de la malla? ¡Adelante, no me importa! Si te vas tú del CNP ya no habrá nada que hacer... nadie está lo suficientemente capacitado para ejercer tu rango, Conway, nadie, salvo tú.

Ahora estaba a menos de un metro de distancia mío, pude notar su respiración llegar hasta mi rostro, incluso percibí el odor a alcohol y a tabaco que venían de su boca, pero no me desagradó en absoluto. Yo también había bebido aquel día.

—Por qué dices tales cosas —preguntó, suavemente.

La respuesta que tenía en mente, era obvia. Sin Conway, como había dicho antes, el CNP no era nada. No había nada que hacer si no estaba él presente, coño, ¡la ciudad de los Santos sería un completo desastre! Pero las circunstancias de aquel momento, la proximidad de ambos, los tragos de whiskey que había dado anteriormente... me condujeron a una respuesta que, pese a ser completamente cierta, nunca me había atrevido a decir.

—Porque... —me fijé en sus ojos, sugerentes y cálidos, nada en comparación al día que lo conocí. Noté cómo sus pupilas se agrandaban, y cómo iba bajando la vista lentamente. Vi el pelo enmarañado y un tanto canoso que, por muy extraño que suene, había de vez en cuando pensado en cómo sería su tacto bajo mis manos. Y vi sus labios, unos labios que habían dicho infinitas frases llenas de sabiduría, de las cuales, yo también quería aprender. No pude evitarlo.

—Porque te quiero.

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Em, vale, 1000 palabras llenas de todo tipo de sentimientos. yo también estoy flipando, no sabía que el momento iba a llegar ahora, pero sí, mis instintos Conwaylianos me han dicho que este capítulo iba a dar entrada al mambo. Espero que os guste... a mí me está encantando, vaya, no debería decirlo pero sí. Gracias por los 3k, los mensajitos y las estrellitas, lo aprecio todo muchísimo. subiré el siguiente chapter cuando pueda.... y uuuh ya veremos qué pasa.
Por favor, hacedme saber qué os está pareciendo💜
Un saluudo.

Conway, Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora