[9]

374 70 10
                                    

Estaban a solas, como muchas veces antes lo habían estado. Habían sido compañeros antes que amigos, habían sido amigos antes de... Bueno, ninguno podría definir con exactitud qué eran. Desde hacía varios años, habían callado a sus conciencias y habían decidido hacer caso a lo que sus cuerpos pedían. Escucharlos, dejarse llevar. Era un sueño bonito, demasiado ambicioso quizás. De alguna manera, en algún momento se lo planteó.

En ese entonces, había sido un pensamiento sin importancia, fugar. Ahora, se había vuelto recurrente. ¿A dónde estamos llegando? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué somos? Tantas preguntas sin respuesta que lo asfixiaban.

Sin embargo, en ese preciso momento, con las manos del otro recorriendo su cuerpo. Con su cálida piel desnuda chocando contra la suya. Con sus labios encontrándose, con la necesidad de que aquello nunca acabase. El anhelo creció. Estaba cansado de esconderse. Estaba harto de ser el amigo que, cuando nadie más los podía ver, se mostraba cariñoso. El que lo hacía suyo cuando solo la luna era testigo de sus actos.

No eran un amor prohibido. Ellos se trataban así. Ellos habían decidido que lo fuera. No tenían nada que perder, pero tampoco parecía que ser reales, fieles a sus sentimientos fuera a ser motivo de victoria. La situación lo comenzaba a consumir. De alguna forma, sabía que algunas personas lo sabían todo. Y sabían cómo iba a acabar. Podían ver lo que él era incapaz de ver.

Podían ver más allá de su propia ceguedad. Él no prestaba atención, no cuestionaba. Había sido su elección. Sabía que se iba a acabar, pero la necesidad era demasiado grande. Así que, de nuevo, como si fuera a ser el último día, lo dio todo de sí mismo. Intentó que sus gestos, que sus sentimientos, que su necesidad fueran escuchados, apreciados. Sin embargo, en el fondo sabía que nada cambiaría.

La persona que amaba estaba escurriéndose a través de sus dedos, como si se tratase de arena. El reloj marcaba el final de aquello que alguna vez, él deseó que fuera eterno. Para él lo sería, resultase como resultase. Él sabía que nunca podría olvidarlo. Él había dejado una huella infinita en él. Más allá de los chupetones que decoraban su blanquecina piel, más allá de sus labios hinchados y rojizos. Todo eso se desvanecía con el tiempo. Pero su marca se quedaría allí siempre en él, por debajo de su piel. El recuerdo de un amor que lo destrozaría, que lo rompería.








Una pequeña melodía de piano llenaba los espacios vacíos del pequeño local, acompañada por el susurro de las voces de los clientes. Parecía un buen sitio, aunque ninguna de las dos había estado allí antes. En un principio, se suponía que Soojin solo las acompañaría para luego regresar a su casa. Tenía algunos exámenes que corregir y si su salida se había cancelado, podría dedicarse a estos toda la tarde. Pero las palabras del pequeño Xukun la hicieron cambiar de opinión. Él había manifestado que, aquel día, no había comido apenas nada en el comedor porque la comida había sido horrible.

A Shuhua la habían avisado del cambio de cocinero, pero nunca pensó que pudiera tener represalias tan grandes en la dieta de su hijo. Se preocupó por ello. No quería que se quedase sin comer todos los días. Ella necesitaba que su hijo comiera allí para poder llegar a recogerlo desde su trabajo.

- Aunque esté feo, tienes que comerlo, ¿sabes? - le habló Soojin.

Xukun la miró. Sus grandes ojos negros se centraron en ella. Tenía la curiosidad de su madre reflejada en los ojos. No pudo evitar sonreír. Los niños copian lo que ven. Él había crecido a solas con Shuhua casi en su totalidad, así que no le sorprendió ver que reproducía varios gestos que asociaba con la mayor.

- Pero sabe feo - se excusó con un pequeño puchero.

- Y cuesta mucho tragarlo, ¿verdad? - el pequeño asintió - Comer algo que sabe mal es muy difícil - se quejó Soojin abiertamente. El niño volvió a asentir -, pero a veces hay que hacerlo.

good, good woman [SooHua]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora