Prólogo

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La sangre alrededor del cuerpo de Camila deja una marca por el largo pasillo blanco de la casa de sus padres. Sus guantes rojos sujetan sus piernas con fuerza, intentando hacer la menor cantidad de ruido posible, aún sabiendo que no hay nadie más en casa.

El peso muerto de Camila queda esperando en una esquina de la habitación, mientras la única persona con la cabeza tan fría como para asesinar a alguien de esa manera, comienza a llenar la ducha con agua y pétalos rojos.

Todo es parte de una obra maestra, y lo sabe. Se está adquiriendo un título de artista solamente por regar sangre inocente en el piso. Pero no bastará; no. Y lo sabe.

Aún con Camila muerta, con su cuerpo vestido de blanco y su flujo manchando el agua de rojo, escondiendo los pétalos para que se camuflen como si fuera un macabro juego de una película de mal gusto.

Sus pesadillas no terminarán; sus días se seguirán vistiendo de negro y sus manos seguirán sudando cada vez que alguien mencione su nombre, pero, ¿qué importa? Lo planeó.

Planeó esa muerte como nunca había planeado nada en su vida y le salió a la perfección. Aún si pudiera volver al pasado y arrepentirse de sus precipitadas decisiones y sus siniestros pensamientos; no serviría de nada. Porque sabe que lo haría, una y otra vez. Enterraría ese cuchillo en su espalda un millón de veces si fuera necesario y la arrastraría por distancias infinitas si eso es lo que se requiere para verla muerta.

Ya no soporta su rostro por los pasillos de la escuela; está harta de las sonrisas fingidas y de los planes arruinados. No quiere tener nada que ver con ella nunca más en la vida y es por eso que le está tocando decir adiós.

Decirle adiós a ella.

— Es lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida— dice, casi en un hilo de voz, a sabiendas que nadie la puede escuchar pero aún así intentándolo.

Pero miente.

Se miente si cree que se va a creer lo que está diciendo porque no es verdad.

Piensa que le está haciendo un favor a Camila. Que si ella pudiera hablar, aún después de muerta, entonces le tendría que dar las gracias por acortar esa hipocresía que llevaba en la cara cada vez que se cruzaba con alguien y sobre todo cuando la frase Te amo salía de su boca.

Camila no necesita vivir— se repite para sus adentros, en caso de que pueda olvidarse— En cambio, tú sí.

Acomoda el cuerpo de Camila un poco en la tina. Sus ojos, ya cerrados, se hunden un poco en el maquillaje negro que traía, manchando todo su rostro del color.

Pone sus manos delicadamente encima de su vientre; su cuerpo está helado y una leve sonrisa se aparece en su rostro cuando se da cuenta de aquello.

Su corazón siempre está helado— piensa para sus adentros— No es novedad que su cuerpo también lo esté.

Poco a poco el agua queda completamente teñida de rojo y su vestido blanco también. Flota ahí, como si nada.

Siente orgullo de lo que acaba de hacer, pues es verdad. La ha matado.

Camila ya no puede sentir.

Camila ya no puede hablar.

Camila ya no puede tocar.

Camila ya no puede bailar.

Camila ya no puede hacer sentir a otros miserables.

Camila ya no puede hacer sentir a otros como si no valieran nada.

Camila ha desaparecido, y esa es la lamentable verdad.

— Ya sabes lo que dicen, Camila, vive rápido, muere joven, y deja un bonito cadáver.

Prepara sus cosas para marcharse de allí. No quiere encontrarse con ninguna sorpresa, y mucho menos si esa sorpresa significa que descubran lo que ha hecho.

No quiere más problemas; no cuando pareciera que acaba de apagar todos y cada uno de ellos solamente con un arma en su mano.

Lo único que necesita es ir a su casa, y descansar.

Enterrar el cuchillo, y descansar.

Olvidar que Camila está muerta, y descansar.

Descansar, descansar, y descansar.

Se mira en el espejo durante unos cuantos segundos. Se sonríe; se felicita. Está todo listo.

Ya terminó. Lo ha conseguido y puede seguir adelante.

— ¡Detente, ya! ¡Por lo que más quieras, detente!— le gritaba Camila hace nada más un rato, en medio de lágrimas y lamentos, suplicas y disculpas que de nada sirven a estas alturas— ¿Por qué haces ésto?

Entonces suelta una pequeña risa y se pone la capucha verde para salir finalmente de la casa, no sin antes darse la vuelta para mirar a su víctima.

— Porque puedo— le dice, como si pudiera escuchar— Porque quiero— sale del lugar, cerrando la puerta detrás, preparada para olvidar todo y seguir adelante con su nueva vida sin Camila— Y porque te lo mereces. 

PERDETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora