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Capítulo 1

Nada alteraba a Singto Prachaya. Ni siquiera la inesperada tormenta que caía en Chiang Mai. El fracaso en la negociación de su última compra no era para él un inconveniente, sino un reto. A la vez que sacaba el paraguas y tomaba el maletín, se despidió del conserje diciéndose que tendría que ser más creativo. No le importaba tener que esforzarse.

Lo único que ponía a prueba su paciencia era la prensa. Según los periodistas, era un tiburón que aplastaba a familias empobrecidas para ampliar su perverso imperio. ¿Y el artículo en el que se cuestionaba el trato que había dado a un caprochoso actor con la que había salido? Él siempre era respetuoso con los jovencitos. Ohm y él habían mantenido una relación sin ataduras; no había contado con que lo chantajeara si no le regalaba un anillo de compromiso. Afortunadamente, a Singto le daba lo mismo lo que la gente pensara de él.

Sin embargo, cuando salió del hotel, entró en un taxi y se abrochó el cinturón, su calma habitual lo abandonó y casi dio un salto en el asiento. Observando por un segundo a su inesperada compañía, se inclinó y dio un golpecito al conductor en el hombro.

–El último pasajero se ha dejado una cosa.

–¿Una cartera? –preguntó el taxista, mirando por encima del hombro.

–No –dijo Singto–. Un bebé.

La puerta del otro lado se abrió bruscamente y una ráfaga de aire frío entró al mismo tiempo que un joven con una sudadera grande roja con capucha. Colocándose una bolsa de viaje en el regazo, se calentó las manos con el aliento. Entonces vio algo de soslayo y posó sus ojos oscuros, primero en el bebé y luego en Singto.

Al observarlo, este sintió un inesperado calor en el pecho y tuvo la extraña sensación de conocerlo. O al menos, de querer conocerlo.

–Tenía tanta prisa que no te había visto –dijo el–. La verdad es que con la tormenta, casi no se ve. Es una locura, ¿verdad?

–Una completa locura –dijo él, esbozando una sonrisa.

–Llevaba un buen rato esperando el taxi al que había llamado el conserje, así que me he asomado hasta la curva por si lo veía llegar.

Singto dejó de sonreír al darse cuenta de que le había quitado el taxi creyendo que era el que él había pedido.

–¿Ha venido por una llamada? –preguntó al conductor.

–No, el hotel me quedaba de paso –el hombre se ajustó la gorra–. Y con este tiempo nadie sale a la calle a no ser que sea imprescindible.

Caperucita Roja se inclinó hacia él y dijo:

–Voy al aeropuerto. Tengo que llegar a Bangkok para hacer una entrevista mañana a primera hora. Escribo para Kazz Magazine.

A pesar de la aversión que Singto tenía a la prensa, el nombre le sonaba. En ese momento el se bajó la capucha y lo dejó sin aliento.

Aunque el frío le coloreaba las mejillas de rosa, tenía una piel de porcelana. Una densa mata de pelo le caía sobre los ojos, eran vivaces y luminosos.

Singto había salido con muchos jovencitos espectaculares, pero nunca había estado junto a uno que lo dejara literalmente sin respiración. Y no solo por su belleza, sino por la serenidad e inocencia de su mirada y de su actitud.

Tras la frustrante reunión con el dueño del edificio, había estado ansioso por retirarse a la casa en la que solía alojarse cuando estaba en la ciudad, pero el encantador jovencito tenía prisa por abandonar Chiang Mai y él estaba dispuesto a comportarse como un caballero. Por otro lado, eso dejaría en manos del joven y del taxista la responsabilidad del bebé, que, afortunadamente, seguía durmiendo apaciblemente.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora