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Pero la pregunta más importante era qué pasaría aquella noche. Todavía se maravillaba del autocontrol que había mostrado a pesar de que los niveles de testosterona se le habían disparado al tenerlo tan cerca, ten tentador. Jamás había forzado a ninguna persona a hacer nada que no quisiera porque nunca le había hecho falta. Pero había tomado una decisión, así que aquella noche, una vez el bebe se durmiera, se encargaría de que a Krist no se le pasara la palabra no por la cabeza.

Cuando estaba secando al bebe, Krist se dio cuenta de su presencia y le dedicó una cálida sonrisa.

–Justo a tiempo. ¿Quieres ponerle polvos de talco?

–¿Al bebe? –Singto sintió una punzada en el estómago.

–Yo me los sé poner solo; así que sí: al niño –dijo Krist con sorna.

Él le pasó el frasco.

–Ayer lo hiciste muy bien. Será mejor que repitas.

Krist se los puso y luego lo vistió con una habilidad que admiró a Singto.

–¿Estás segura de que no tienes práctica?

Krist vaciló antes de contestar:

–Un amigo dio a luz hace un par de años y lo ayudé ocasionalmente.

–¿No tuviste nunca miedo de que se te cayera al suelo o que le clavaras un alfiler?

–Basta con tener cuidado.

Cuando Krist le quitó el puño de la boca para meterle el brazo en una manga, el bebe lloriqueó levemente y Singto se preguntó cómo los padres podían soportar ver llorar a sus hijos. Quizá por eso algunos no daban la talla. Si su padre hubiera pasado más tiempo con ellos cuando eran pequeños, quizá su matrimonio no estaría en crisis. Los hermanos adoraban ir de viaje por todo tailandia con él una vez al año, pero su madre había necesitado que su marido le dedicara más tiempo. Desafortunadamente, su padre se había dado cuenta demasiado tarde.

Krist terminó de cerrar todos los corchetes y tomó al bebe en brazos.

–¿Está listo el biberón?

–Voy a comprobar que sigue caliente –dijo Singto, y se fue.

Todavía estaba comprobando la temperatura cuando Krist entró en la cocina.

–¿Cada uno a sus puestos? –preguntó el.

–El torpedo está listo –replicó él, sosteniendo el biberón en alto.

Krist fue a la butaca.

–Desciendo a la posición asignada.

Una vez sentado, tomó el biberón y en el silencio que siguió solo se escuchó al bebé succionando.

Singto se sentó a cierta distancia a observarlas. Cuando el biberón estaba a la mitad pensó que lo normal era que estuviera aburrido y sin embargo estaba completamente absorto en cada movimiento: los ojos del bebé entrecerrándose, sus dedos apretando el biberón como un gatito jugando.

Iba a sugerir que le sacaran el aire cuando Krist levantó el biberón y en una fracción de segundo volvió con una toalla, rezando para que no lo escupiera todo. Después de unas palmaditas, el bebé los gratificó con un sonoro aire. Singto suspiró aliviado. ¡Buen chico!

Krist volvió a acomodarse.

–Estamos haciéndonos unos expertos.

Krist se sintió orgulloso, pero se dijo que no era más que un espectador. Krist y el niño formaban un equipo. Y esa sí que era una novedad en su vida. En el despacho él hablaba y los demás escuchaban. En las relaciones era él quien dictaba los términos. Por eso tenía éxito y seguía soltero. Una combinación ideal para él.

–He estado pensando... –empezó a decir Krist. Singto desvió la mirada de los labios de Krist y volvió al presente– ¿Te parece bien que pongamos un nombre a al bebe mientras cuidemos de el?

–¿Qué nombre has pensado?

–No lo sé.

–Me gusta Fiat.

–¿Fiat?

–Sí, Ojos Azules. Es una canción que mi padre solía cantarnos.

Krist miró al niño y sonrió con dulzura.

–A mí también me gusta.

Y a Singto le gustaba la manera en que Krist se mordía el labio cuando estaba contento, la forma en que le brillaban los ojos y el suave ronroneo con el que calmaba a la niño.

Hasta le gustaba que cuestionara su comportamiento en las relaciones y en los negocios, aunque en la realidad no supiera nada de él.

Singto se dio cuenta de que fruncía el ceño. Estaba reflexionando demasiado. Fue hasta la chimenea y seleccionó un leño para encender el fuego.

–¿Funciona tu móvil? –preguntó Krist.

–He recibido una llamada de mi hermano Tay antes de que te despertaras.

–¿Quería saber si habías sobrevivido a la tormenta?

–Eso, además de preguntar por la negociación que tenemos en marcha para comprar el nuevo estudio.

Eso explicó a Krist su presencia en el hotel.

–¿Por eso estabas allí ayer? ¿Para firmar el acuerdo?

–Todavía no hemos llegado a eso –Singto prendió una cerilla–. El dueño quiere más.

–Es comprensible.

–Excepto que el estudio no lo vale. Necesita una enorme inversión en renovaciones, empezando por el cambio de la cañería y una marquesina.

–Puede que no se los venda.

–Claro que sí, solo hay que darle tiempo. El problema es que está pensando con el corazón y no con la cabeza.

–¿Eso es un pecado?

–Solo si quieres triunfar en los negocios –Singto sopló sobre el fuego para avivar las primeras llamas–. Gun Arpornsutinan construyó el estudio hace mucho y quería que lo heredara su hijo.

–¿Y qué ha pasado?

–Su hijo ha muerto trágicamente hace poco.

Oyó que Krist contenía el aliento y le pareció que estrechaba a Fiat contra el pecho.

–Pobre hombre. ¡Cómo no va a pensar con el corazón! Déjalo en paz. ¿Qué significa para ti una propiedad más?

Krist no dejaba escapar cualquier oportunidad de censurarlo.

–Fue Gunsmile quien se puso en contacto con nosotros y no al revés. Ha pasado un año desde la muerte de su hijo y quiere pasar página, mientras que yo quiero comprarle el hotel.

Krist pareció reflexionar.

–¿Porque tienes un afecto especial a esa zona?

–En parte sí.

–¿Y eso no es pensar con el corazón?

El fuego ya había prendido y Singto se separó de la chimenea.

–Eres muy listo, pero no es lo mismo.

–Si tú lo dices...

Singto sonrió con frialdad.

–Puede que me guste la zona, pero nunca me aventuro a hacer nada que no sea económicamente viable.

Y si llegaba a pagar por el trato más de lo que valía, lo haría tras estudiar los beneficios futuros y no basándose en sentimientos. Estos solo causaban problemas, difuminaban los límites.

Singto nunca había olvidado una ocasión en que había comprado un coche a un amigo aun sabiendo que pagaba por encima de su valor. Una semana después, el coche falló. Su amigo había añadido un líquido a la gasolina para disimular un problema de escapes de gas, que había dañado el motor. El sentimiento de haber sido traicionado fue mucho más doloroso que la pérdida económica.

Singto miró largamente a Krist y al bebe y fue hacia su despacho. Se consideraba una persona muy sensata, y se debía comportarse como tal. Por eso el sexo le resultaba sencillo. Los lazos emocionales no estaban hechos para él.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora