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–He olvidado presentarme –dijo, sonriendo–. Soy Singto Prachaya.

Krist abrió los ojos con sorpresa al tiempo que se le contraían los músculos del estómago. ¡Por supuesto! Bajo la luz la figura del señor Prachaya era inconfundible. En persona era tan sexy como en fotografía. Y por lo que sabía Krist, probablemente tan ambicioso y arrogante como se decía.

Pero aquel no era ni el lugar ni el momento de decirle lo que pensaba de él.

–Yo soy Krist Perawat –dijo, componiendo un gesto sereno.

–Krist, lo he pensado y quiero ayudarte.

–¿Por qué?

Singto pareció titubear un instante antes de sonreír y contestar:

–Porque tengo un poco de tiempo libre mientras que tú tienes que volar a Bangkok.

Krist se quedó absorto contemplando la sonrisa que había visto en tantas imágenes, con la que seducía a personas hermosas y persuadía a políticos para que transformaran areas protegidas para sesiones fotograficas o filmaciones. A Krist le hervía la sangre ante personas tan egoístas e inconscientes como Singto Prachaya.

Para dominar su irritación, volvió su atención a la personita que llevaba en el brazo. ¿Quién podría abandonar algo tan maravilloso?

–Puedo tomar un avión más tarde –dijo–. Aunque no sepa mucho de bebés, seguro que sé más que tú.

Se suponía que los jovencitos tenían espíritu maternal por naturaleza, aunque Krist sabía mejor que nadie que ese no era siempre el caso.

Cuando Singto se cruzó de brazos como si con ello diera la discusión por zanjada, Krist dejó la sillita en el suelo y lo imitó.

–No voy a marcharme hasta que me asegure de que el bebe está bien –dijo con firmeza.

–Tengo una casa cerca de aquí...

–He dicho que no.

Los niños necesitaban atención y afecto, y Krist dudaba de que Singto fuera capaz de ninguna de las dos cosas.

–Mis vecinos cuidan de la casa cuando yo no estoy –continuó Singto–. La señora Godgi es una abuela de diez nietos llena de vitalidad. Adora a los niños y en el pasado actuó de madre de acogida.

Krist disimuló un escalofrío. A pesar de su experiencia, estaba seguro de que había muchas madres de acogida excepcionales. Sin embargo, la que le había tocado a él, era sinónimo de madre monstruosa.

–P'Godgi sigue teniendo todo el equipo necesario y estoy seguro de que estará encantada de ayudar –continuó Singto con ojos brillantes–. Y tú no querrás perder tu entrevista.

El trabajo lo significaba todo para Krist. Le daba la oportunidad de viajar y de conocer a gente fascinante, y después de haber pasado casi toda su vida en un pueblo, adoraba vivir en Bangkok. Allí estaban sus amigos y su vida. Por eso mismo, con un trabajo muy competitivo y en medio de una crisis en la que cada semana se despedía a varios periodistas, no podía permitirse poner en riesgo su puesto.

Krist bajó de nuevo la mirada al bebé y se le encogió el corazón. No confiaba en Singto Prachaya ni en su vecina. Su propia madre de acogida había aparentado adorar a los niños, pero todo era una gran mentira.

–¿Cómo puedes estar seguro de que tu vecina esté en casa?

–Ellos son muy hogareños. Llevo varios días aquí y esta mañana, cuando salía, he visto a P'Godgi volviendo a casa después de haber llevado a dar un paseo a uno de sus nietos.

Krist se mordisqueó el labio y vio que tanto el recepcionista y el encargado de seguridad estaban pendientes de ellos y dispuestos a ayudar. Tomó una decisión:

–Podemos... buscar un hotel

–Este bebé estaría mejor con alguien que sepa cuidarlo –dijo él en un tono que, aunque cordial, no admitía discusión.

Krist sabía que tenía razón, y que si olvidaba sus prejuicios y confiaba en la vecina de Singto, llevar al bebe a la casa de este era la mejor opción. Por otro lado, se preguntó hasta que punto su resistencia tenía que ver con la mejor opción para el bebé o con la antipatía que sentía por Prachaya.

Miró de nuevo al bebé, que seguía durmiendo profundamente.

–De acuerdo. Vayamos –dijo.

–¿Los dos? –preguntó él, desconcertado.

–No puedo irme sin asegurarme de que esté bien atendida.

Singto lo observó con una expresión que reflejaba tanta seguridad en sí mismo como un estado de alerta permanente, la marca de un hombre que proyectaba fuerza y que se sentía cómodo con esa imagen. Sin embargo, Krist observó un cambio en su mirada que no llego a interpretar, pero que se parecía mucho al respeto.

–Si es así –dijo él–, será mejor que salgamos antes de que el taxista se marche.

Los dos se agacharon al mismo tiempo a tomar el asa de la sillita y cuando sus manos se tocaron, Krist sintió una sacudida de calor que le recorrió las venas. Singto lo miró y sonrió. Él dominó sus aceleradas hormonas y se irguió.

–Antes de marcharnos, creo que debo admitir que sé quién eres.

Singto alzó la barbilla.

–Te lo he dicho yo mismo.

–Como todo el mundo, leo los periódicos. Sé que diriges el Elixir Studio de tu familia y que haces lo que haga falta para conseguir aquello que te propones –Krist titubeó, pero decidió continuar–: Y sé que te vanaglorias de ser un conquistador.

La sonrisa se congeló en los labios a Singto.

–¿Perteneces a mi club de fans?

–Lo que quiero decir es que accedo a esto porque creo que es lo mejor para el bebe.

–¿Y no porque soy despiadado e irresistible?

Krist sintió que el corazón le daba un vuelco.

–Desde luego que no.

Singto se aproximó a el mirándolo fijamente con ojos brillantes y sonrisa provocativa.

–De acuerdo, ya que hemos aclarado eso, podemos marcharnos. A no ser que...

Krist se puso alerta.

–¿A no ser que qué?

–A no ser que nos lo quitemos de en medio lo antes posible.

–¿Que nos quitemos de en medio qué?

–Pensaba que igual querías darme una bofetada o una patada.

Krist sintió que se le relajaban los hombros. Por un instante había creído que... Pero era una estupidez.

–Intentaré contenerme –dijo.

–Supongo que no habrás pensado que iba a actuar según mi carácter, tomarte en mis brazos y besarte.

Krist se ruborizó.

–¡Por supuesto que no!

–Puesto que soy un animal, ¿cómo puedes estar tan seguro?

–No soy tu tipo –señaló Krist–. Y aunque lo fuera, no creo que quieras llamar nuevamente la atención por un incidente después de haber aparecido en todos los periódicos la última semana –miró a su alrededor–. Estamos en un sitio público y hoy en día todo el mundo tiene una cámara en el móvil.

Singto lo miró con frialdad.

–¿Crees que me preocupan los cotilleos?

–Supongo que no –Krist ladeó la cabeza–. Pero quizá deberían preocuparte.

Singto sonrió maliciosamente.

–Puede que tengas razón –se acercó a unos milímetros de él, clavándolo en el sitio con la mirada, y dijo–: Y puede que deba proporcionarle al mundo algo de lo que verdaderamente valga la pena hablar.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora