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A la mañana siguiente, Singto se despertó antes que sus invitados. Seguía lloviendo, las carreteras debían estar inundadas, y al parecer habian muchas ramas en las calles lo que significaba que tendría que despejar con la pala si querían salir.

Se volvió hacia Krist y la observó detenidamente. Tenía las manos unidas debajo de la almohada, como si rezara. El cabello le caía sobre la brillante seda roja, sus largas pestañas proyectaban una sombra sobre sus mejillas de porcelana y sus labios entreabiertos eran una tentación irresistible.

Singto suspiró profundamente. Se le aceleró la sangre y tuvo que contener el impulso de enredar sus dedos en el cabello de Krist, de atraerlo hacia sí y besarlo. El fuego se había apagado y no había vuelto la luz, así que el teléfono no funcionaría. Fue a por su móvil a la cocina para ver si tenía cobertura. Apretó un botón, pero la pantalla no se encendió.

Krist había querido descansar cinco minutos antes de llamar a Bangkok, pero los cinco minutos se habían prolongado toda la noche.

Sabiendo que había crecido tutelada por el estado era comprensible que no hubiera querido irse hasta ver cómo se resolvía la situación del bebe. Él había sido afortunado contando con su ayuda. Estaba soltero y sin compromiso por una buena razón.

En su familia se reían de él diciendo que cambiaría de actitud cuando se presentara la persona adecuada, pero Singto no lo tenía tan claro. Disfrutaba de su libertad demasiado. Y no tener una familia propia tenía sus ventajas. Sus hermanos eran buenos hombres de negocios, pero su familia era su prioridad. Ese no era su caso.

Cada uno cumplía un papel. El suyo era heredar de su padre el puesto de presidente de la compañía, aunque en las revistas sensacionalistas lo presentaran como un mero playboy.

Fue a ver al bebe. Tenía los bracitos fuera de la manta y las mejillas sonrosadas. Singto lo encontraba angelical. Podría haber sido un muñeco de no ser porque su pecho se movía con la respiración. Krist había mencionado que sería difícil despedirse de el, y tenía razón.

Sintió hambre y recordó que no habían cenado. Mientras preparaba una cafetera lo más silenciosamente posible, le sonó el teléfono, de lo que dedujo que volvía a haber cobertura. Lo tomó precipitadamente y fue hacia el vestíbulo antes de contestar.

–¿Aislado por la inundacion?

Singto se relajó en cuanto oyó la voz de Tay su hermano mayor, con el que mantenía una relación más estrecha. Singto cerro la puerta.

–Estoy a punto de sacar el bote - bromeó, acercándose a la ventana para contemplar el paisaje.

–Debes estar encantado: rodeado de naturaleza, aislado de la civilización... Sinceramente, yo preferiría estar en un atasco o en un Starbucks.

–No hables de café que todavía no he tomado la dosis de la mañana.

–Seré breve. Papá quiere saber cómo fue la reunión y si hay fecha para cerrar el acuerdo.

Singto dejó caer la mano.

–Necesito más tiempo.

–Seguro que prefiere que sigas llevando tú la negociación. Eres el único capaz de convertir un erizo en un peluche.

Singto era un gran negociador. La clave estaba en no mezclar los negocios con los sentimientos, en mantener la cabeza fría... Y sin embargo, al recordar la expresión abatida de Gun Arpornsutinan el día anterior, lo reacio que era a vender un negocio que habría sido la herencia de su difunto hijo... se le cruzó por la mente una imagen de Krist con el bebe en brazos y sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Se encogió de hombros.

– Gun Arpornsutinan siente un gran apego al hotel.

–¿Desde cuándo dejas que asuntos personales interfieran en los de la compañía?

Singto frunció el ceño. Desde nunca. Solo era un comentario.

–¿Estás bien, Singto? –preguntó Tay tras una breve pausa–. Suenas raro.

–Estoy perfectamente –Singto abrió un centímetro la puerta. Creía haber oído llorar al bebe–. Dile a papá que los papeles estarán firmados esta semana –dijo. Y le pareció oír un suave gemido.

–¿Hay alguien contigo, Singto?

–Sí.

–¿Un jovencito?

–Dos –antes de que Tay siguiera preguntando, dijo–: Es una larga historia.

–Estoy dispuesto a dedicarte cinco minutos.

Sonriendo, Singto fue hacia el salón.

–Lo siento, pero tengo que irme.

Singto encontró a Krist durmiendo profundamente, mientras que el niño, que se había despertado, parecía esperar a que alguien se diera cuenta. Singto se inclinó y el siguió su movimiento con sus vivarachos ojos azules. Singto le sonrió. El bebe no le devolvió la sonrisa, pero al menos no se echó a llorar. Sin saber muy bien qué hacer, Singto pensó que podía levantarlo, pero en cuanto le puso la mano en la espalda y vio que estaba mojado, la retiró. Estremeciéndose se volvió hacia Krist, que seguía dormido.

–¿Qué debo hacer contigo? –susurró al niño.

El se limitó a mover los dedos. Singto se rascó la cabeza. No quería dejarlo con la ropa empapada, pero no se decidía a cambiarlo.

Carraspeó. El ruido sirvió para que, tras dar un suspiro, Krist abriera lentamente los ojos y se desperezara. Al verlos, se incorporó de un salto.

–Así que no ha sido un sueño –dijo.

–No –confirmó Singto–. Somos reales. Y el niño está mojado.

Krist fue hasta el bebe, que empezó a hacer pucheros.

–Pobre pequeño. Debe de tener hambre –dijo, tomándole el rostro entre las manos.

–Necesita un cambio de pañales.

–¿Quieres probar tú?

–No. Estoy dispuesto a aceptar que tengo defectos.

–Admitir defectos implica querer mejorar y aprender.

–Entonces he usado la palabra incorrecta.

Sonriendo a la vez que sacudía la cabeza, Krist tomó al niño en brazos.

Aunque Singto la había visto lo noche anterior, hasta ese momento no se había dado cuenta de que, aunque le quedaba grande y no dejaba intuir su figura, Krist estaba más sexy con aquella polera desgastada que cualquier otra persona con un pijama sensual.

Apartándose para dejarle pasar, observó su rostro, en el que quedaban marcas de la almohada. Cuando sonrió al niño, sus ojos capturaron la luz del sol, que los hizo brillar como dos amatistas. Y Singto se dijo que debía tener cuidado para que no lo hipnotizaran.

–Yo me ocuparé del biberón –dijo, yendo hacia la cocina.

–Le voy a dar un baño. ¿Quieres ayudar? –dijo Krist. Y frotó su nariz contra la del bebe.

–Cuando prepare el biberón.

Por cómo sonreía y canturreaba al bebe, Krist parecía haberse recuperado del cansancio del día anterior, lo que era una suerte porque Singto estaba convencido de que les quedaba al menos un día más de la misma rutina. Esperó a oír el agua antes de calentar la leche.

Al cabo de unos minutos, fue al cuarto de baño movido por la curiosidad. Krist sacaba al bebe de la palangana y la colocaba sobre una cómoda en la que había puesto una toalla. Tenía la polera y el cabello mojados, pero no parecía importarle, y Singto se preguntó cómo sería su vida habitual, dónde vivía y quiénes serían sus amigos.

Pero la pregunta más importante era qué pasaría aquella noche.

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a penas amanecio y ya esta pensando en la noche, Singto controlate!!!

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora