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Singto inclinó la cabeza hacia los asombrados ojos de Krist y casi se olvidó de que estaba bromeando.

Krist no tenía ni idea de quién era en realidad y era ridículo que asumiera conocerlo cuando su información se basaba en las mentiras de periodistas cotillas. Después de todo, él formaba parte de un negocio que aprovechaba cualquier fotografía o frase para aumentar su tirada y conservar sus trabajos parásitos.

Pero él no le haría pagar por ello, entre otras cosas porque el joven Perwat resultaba encantador cuando se indignaba. ¿Cómo reaccionaría si lo besaba? ¿Montaría una escena o se derretiría en sus brazos?

A pesar de que la tentación era grande, decidió no comprobarlo, y en el último momento desvió la trayectoria y, levantando la sillita, caminó hacia la salida. Unos segundos más tarde, oyó los pasos de Krist siguiendole.

Fuera, la tormenta arreciaba. Ya en el taxi, Singto llamó a los servicios sociales, donde una mujer, tras pedirle la dirección, dijo que un representante acudiría lo antes posible. También anunció que era su obligación poner al corriente a la policía.

–¿Qué te han dicho? –preguntó Krist cuando colgó.

–Que se pondrán en contacto con nosotros.

–¿Cuándo?

–Lo antes posible. Entre tanto, lo mejor es que compremos unos pañales y la llevemos con P'Godgi.

Cuando las autoridades se ocuparan del bebé, pagaría un taxi al aeropuerto para Krist y tras esa buena acción, se sentaría ante la chimenea, quizá incluso le propondría a Krist que lo acompañara, para ver si estaba dispuesto a traicionar sus principios a cambio de satisfacer su curiosidad de periodista.

Pararon en un tienda. El bebé seguía durmiendo cuando Singt cargó el maletero con toallitas húmedas, leche en polvo, biberones y varias camisetas y monos de cuerpo entero. Como en todos los campos, sabía que la clave era estar bien preparado.

Media hora más tarde llegaban al camino que daba acceso a la casa de sus vecinos. La tarde había caído sobre el apacible y silencioso vecindario, que estaba bordeado de gigantes arboles cuyas ramas se balanceaban con la furia del viento y la tormenta ricien caida. Una solitaria farola proyectaba su tenue luz sobre el asfalto, pero no se apreciaba ninguna luz en la casa de sus vecinos. De hecho, era la primera vez que Singto la encontraba totalmente a oscuras y, aparentemente, vacía.

Krist miraba por la ventanilla, escudriñando la vista a través del empañado cristal.

–No parece que haya nadie –dijo–. ¿Hay cobertura telefónica?

–Si están pensando en volver, será mejor que se den prisa –dijo el taxista, acelerando la velocidad de los limpiaparabrisas–. Se avecina una ventisca.

Singto reflexionó un instante antes de decir:

–Continúe unos cien metros hacia la derecha.

–Un momento –dijo Krist, asiéndose al cinturón de seguridad–. ¿No has oído al conductor? Si queremos volver, debemos irnos ya.

–Los servicios sociales se han quedado con esta dirección. Debemos esperar a que nos contacten.

Krist apretó sus sensuales labios y sacudió la cabeza.

–Prefiero volver.

–Me temo que no es la mejor opción.

–¿Por qué no?

–¿Aparte de porque debemos refugiarnos de la tormenta?

Singto guardó silencio para dejar oír el viento que ululaba en el exterior. Por otro lado, no tenía la menor intención de volver a el centro y buscar un hotel.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora