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–Me alegro de que me hayas convencido.

Singto colocó a Krist encima de sí y le acarició las espalda y las nalgas.

–No me ha costado demasiado.

–Debe ser por culpa del aislamiento.

–¿Un caso de claustrofobia? –preguntó Singto con una sonrisa maliciosa.

–Sí, y creo que no se me ha pasado del todo.

–Me alegro, porque todavía no he acabado el tratamiento.

Krist sonrió y se inclinó para besarlo. Singto no se cansaba de sus besos. Nunca se había sentido tan saciado y, sin embargo, tan dispuesto a continuar. Movió a Krist para que sus caderas coincidieran con precisión. Pero cuando estaba pensando en ponerse otro condón, notó que los besos de Krist se entibiaban, hasta que finalmente sus labios abandonaron lo de él. En la penumbra, atisbó un gesto de preocupación en su mirada.

–¿Estás cansado?

–No, más bien inquieto.

Singto lo hizo rodar hasta colocarse sobre el y con una sonrisa provocativa dijo:

–Yo sé cómo quitarte la inquietud.

Y le recorrió el cuello con delicados y sensuales besos. Pero en lugar de sentir que Krist se hundía en el colchón y se derretía bajo él, notó que se tensaba.

–¿Estoy perdiendo mi encanto? –preguntó.

Krist lo miró angustiado.

–¿Te parecería una tontería que bajáramos?

–¿Quieres estar más cerca del bebe?

–Ya sé que Cruiser está vigilando, pero me sentiría mejor –dijo Krist, retirándole un mechón de cabello de la frente.

Singto reflexionó y, asintiendo, dijo:

–Yo también.

Krist sonrió de oreja a oreja.

–¿De verdad?

–Con una condición; que usemos calor humano para calentarnos.

Krist frotó su nariz con la de él.

–Hecho.

Mientras Krist iba al cuarto de baño, Singto encontró dos albornoces y, en unos minutos, bajaban. Se asomaron a ver a Fiat, que dormía apaciblemente, al igual que Cruiser.

Krist se acomodó bajo el edredón y Singto preparó el fuego. Cuando tomó fuerza, se quitó el albornoz, se metió bajo el edredón y soltó el cinturón de Krist, que le ayudó a quitárselo. El deseo de Singto prendió al ver su cuerpo desnudo bajo las titilantes llamas, pero Krist se acomodó tan plácidamente en su pecho, que no quiso perturbarlo y se limitó a abrazarlo contra sí y plantarle un beso en la coronilla.

El día no podía haber tenido un final más satisfactorio.

Tras el espectacular orgasmo que había experimentado, a Krist le bastaba con permanecer echado junto a Singto, pero cuando le acarició el muslo y rozó su sexo en erección, no pudo evitar girarse para mordisquearle un pezón a la vez que lo tomaba en su mano y movía esta a lo largo. El cuerpo de Singto reaccionó instantáneamente y su pene se endureció aún más.

–Pensaba que querías descansar, pero estoy encantado de que prefieras jugar –susurró contra su cabello.

–También podríamos hablar.

Singto dejó escapar un tembloroso suspiro.

–Si sigues haciendo eso haré lo que quieras.

–¿Y si hago esto? –preguntó Krist, continuando con la caricia a la vez que dejaba un rastro de húmedos besos desde su pecho hasta su ombligo.

–Tengo que advertirte que me da mucho gusto.

Krist aumentó la fricción y él alzó las caderas.

–Háblame de esta casa –dijo.

Singto resopló y ladeó la cabeza.

–¿Qué quieres saber?

–¿Por qué la elegiste?

–Es muy... tranquila –cuando Krist apartó la mano, Singto masculló–: No hace falta que pares.

–Si sigo no podrás mantener una conversación.

–Hay quien dice que hablar está sobrevalorado.

Krist se incorporó sobre el codo y apoyó la cabeza en la mano.

–Dices que te gustó porque era un lugar muy tranquilo.

–La casa y el pueblo. Celebran las Navidades en comunidad, ponen un gigantesco árbol y se organizan juegos para los niños.

–Suena ideal para tener familia –dijo Krist, pensativ.

–Se la compré a una familia con gemelos. El padre solía ir a pescar y a volar cometas con ellos. Las dos veces que vine a verla olía a bizcocho recién horneado.

–¿Alguna vez has probado a hacerlo tú mismo?

–No. ¿Tú?

–De pequeño tuve que cocinar tanto que ahora lo evito en la medida de lo posible.

–¿Y has ido de excursión a la montaña?

–Aqui, no.

Singto puso una mano bajo la nuca y miró al techo.

–El paisaje es espectacular. No hay aire más puro –dijo.

–No parece que estés ansioso por volver a Bangkok.

–Bangkok es mi hogar.

–No tiene por qué, ¿no dicen que el hogar está donde está el corazón?

Singto se giró sobre el costado para mirarlo de frente, le retiró el cabello de la mejilla y preguntó:

–¿Dónde tienes tú el corazón?

La pregunta la tomó por sorpresa y, tras reflexionar, Krist contestó:

–Supongo que todavía estoy buscando mi sitio.

–¿No es el periodismo?

–Eso es lo que hago, Singto; no quien soy.

–Por alguna razón, te imagino trabajando con niños.

–Durante un tiempo pensé en trabajar para los servicios sociales, pero no estaba seguro de ser lo bastante fuerte –Krist recordó algunos de sus oscuros momentos y se estremeció–. Quizá me toca demasiado de cerca.

–Precisamente eso es lo que necesita un trabajo de ese tipo. Cualquier departamento que se ocupara de niños sería afortunado si contara contigo.

Krist habría querido darle un beso de agradecimiento.

–Siempre sentiría que no hacía suficiente.

Singto sonrió con dulzura.

–¿Cómo puedes decir eso cuando tienes tanto para dar?

Cuando su mirada se posó en los labios de Krist antes de que su boca descendiera hacia la de el, Krist sintió un torbellino de emociones nuevas que la estimularon al tiempo que la colmaban de serenidad. Singto Prachaya apenas lo conocía, y sin embargo, en aquel instante, parecía conocerlo mejor de lo que el se conocía a sí mismo.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora