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Una hora más tarde, Krist volvió al salón tras cambiar el pañal a Fiat y vio a Singto, que desde la conversación sobre el estudio se había refugiado en su despacho. Estaba repasando unos papeles en la mesa, y alzando la vista brevemente con una sonrisa pasajera, se levantó y fue a aclarar su taza. Krist siguió mirándolo preguntándose por qué había adoptado una actitud tan distante, y Singto finalmente la miró.

Sus ojos parecían más oscuros de lo habitual, un mechón de cabello negro le caía sobre la frente, le hizo revivir el ardiente deseo que había despertado en el la noche anterior. Quedarse dormido contra su pecho de acero le había hecho sentir vulnerable y seguro a un tiempo; un sentimiento poco frecuente en él, que tendía más a la desconfianza.

–¿Necesitas algo? –preguntó Singto.

–Estaba pensando en llamar a mi oficina para hablar con mi jefa.

Jannie era una jefa severa y justa. Ella había apostado por Krist Perawat cuando podía haber elegido a otros escritores más experimentados. Su lema era: encuentra la forma de hacerlo.

Estaba segura de que Jennie no iba a estar nada contenta con la noticia que iba a darle, pero al mirar a Fiat, Krist pensó que no se arrepentiría de la decisión que había tomado. En la vida había que tomar decisiones constantemente, y Fiat había necesitado alguien que cuidara de el. Si sus padres no aparecían, lo necesitaría aún más.

Singto estaba diciendo:

–... deberías avisar que tampoco llegarás mañana.

Krist frunció el ceño.

–¿Crees que las carreteras están infranqueables?

–Eso parece.

Singto giró la silla para mirar por la ventana. La lluvia seguía cayendo. Krist se dio cuenta de que acabarían pasando cuarenta y ocho horas juntos. Singto había insistido en que fueran a su casa y al contrario de lo que podía haber esperado de él por su imagen pública, le había sorprendido por su paciencia y amabilidad. Sin embargo, parecía que empezaba a impacientarse y que quería recuperar su propio espacio, un sentimiento que el comprendía bien.

–Siento que tengas que aguantarme tanto tiempo.

Singto frunció el ceño antes de suspirar y esbozar una sonrisa.

–Krist, me alegro de que estés aquí.

La contestación lo animó.

–¿De verdad?

–Yo solo no habría sabido qué hacer con los pañales, ni con los aires, ni con los mimos.

Krist se apagó. La intimidad de la noche anterior debía ser consecuencia de su hábito de conquistador, pero solo le interesaba mientras Fiat siguiera bajo su techo.

Encogiéndose de hombros con fingida indiferencia, dijo:

–Me debes una.

Los ojos de Singto brillaron y volvió a sus labios un atisbo de la picardía de otras ocasiones.

–¿Y cómo quieres que te pague?

Krist dejó volar su imaginación.

–¿Qué te parece con unas largas vacaciones en una paradisiaca playa de arena blanca?

–¿Con cócteles a todas horas? –dijo Singto. Se puso en pie y se acercó a el.

–Con compañía cuando me apetezca y el murmullo de las olas cuando quiera estar solo.

–¿Y qué te parecería un masaje? –preguntó él, describiendo un círculo a su alrededor.

–Me encantan los masajes –dijo Krist.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora