6

1.1K 166 8
                                    


En el piso de abajo, el motor del frigorífico hizo un ruido sordo y se apagó; al igual que la tenue luz del mueble bar. Excepto por la luminosidad que emitía el fuego de la chimenea, la casa quedó sumida en la más absoluta oscuridad.

Krist se obligó a respirar. La tormenta debía haber afectado al tendido eléctrico. El apagón podría durar varias horas, o quizá solo unos minutos. Afortunadamente, había una cocina de gas con la que podrían calentar leche para el bebe.

Krist se mordió el labio y se deslizó bajó el edredón, subiéndolo hasta el cuello, mientras abría desmesuradamente los ojos para penetrar la sombras que la rodeaban. Nunca le había gustado la oscuridad y había buenas razones para ello.

Oyó pisadas procedentes del piso superior. Aguzó la vista y percibió una figura. Oyó un ruido metálico y luego la figura se movió y... ¿desapareció?

Krist podía oír el eco de su corazón. Un instante después, algo le rozó el brazo. Se sentó de un saltó, cubriéndose con el edredón. A la luz del fuego reconoció la cara y suspiró aliviada. ¿Quién podía haber sido sino Singto?

–¿Estás bien? –preguntó este con voz grave–. Pareces asustado.

–No sé por qué. Hay una tormenta descomunal y se ha ido la luz, justo en el momento en el que decides acercarte a hurtadillas –dijo el con sorna.

–¿Quieres que te sujete la mano para calmarte?

Aunque sabía que bromeaba, Krist tuvo que reprimir el impulso de aceptar la oferta. En lugar de hacerlo, alzó la barbilla y tomó la copa de vino.

–No necesito que nadie me calme.

Fijó la mirada en el rostro de Singto y la deslizó por su cuello. Luego frunció el ceño y entornó los ojos para ver mejor. Tragó saliva, pero su voz sonó quebrada:

–¿Qué llevas puesto?

Singto se miró como si no lo recordara.

–Una toalla.

Krist intentó encoger los hombros con indiferencia, como si diera lo mismo que aquel Adonis estuviera a su lado, prácticamente desnudo. Por su parte, Singto no parecía en absoluto incómodo. Krist recorrió su musculoso brazo con la mirada y volvió a tragar. Tenía un cuerpo escultural. Y olía deliciosamente a almizcle y hierba fresca. Krist sintió un cosquilleo en los dedos con el deseo de seguir la línea de sus abdominales, de posar las manos sobre su fuerte pecho.

–¿Quieres más? –preguntó él.

Krist volvió la mirada a sus ojos, que la observaban con un brillo malicioso. Había estado tan enfrascado en la contemplación el cuerpo de Singto que no tenía ni idea de qué le ofrecía.

–¿Más qué? –preguntó con voz ronca.

La sonrisa de Singto se amplío. Se había dado cuenta de que la había turbado.

–Vino.

–Prefiero no pasarme –dijo el, dejando la copa a un lado.

Los músculos de estómago de Singto se contrajeron cuando se rio.

–De vez en cuando es necesario pasarse, Krist.

–Yo prefiero no apartarme del buen camino.

–¿Ah, no? –Singto la miró fijamente antes de ir al bar. Mientras se servía otra copa, preguntó–: ¿Tan mala fue?

–¿El qué?

–La ruptura –dijo él, mirando en su dirección por encima del hombro–. Deduzco que es reciente y que fue difícil.

[Terminado] Repentino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora