Prólogo - El Murciélago del Mictlán

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La muerte era algo natural, un proceso por el que todos los seres humanos debían pasar, un proceso del que ni siquiera los más poderosos dioses podían escapar. El Renacimiento era el ciclo que permitía que la vida siguiera a la muerte. Sólo a través de la muerte un alma podía purificarse para renacer, como la belleza de los dioses y la creación permitía. Rodrigo Germán Platas de la Serna era uno de los encargados de permitir que el Renacimiento purificara las almas de aquellos impuros que habían causado daño a la naturaleza, a la creación, a la vida y la muerte. Rodrigo, el Guarda personal del Tlatoani era el más letal Cazador de su generación. Las leyendas hablaban de que uno de los animales patronos de Mictlantecuhtli, el máximo emperador de la Muerte, era el murciélago. El murciélago era el mensajero de la Muerte. Dónde se presentaba auguraba desastres.

Dónde llegaba a tocar la sombra del Cazador del Tlatoani, susurraban el nombre "Murciélago del Mictlán". Durante años Rodrigo Germán Platas de la Serna dejó de llamarse a sí mismo por su nombre humano, ni siquiera en sus momentos de intimidad, los solitarios meditando, ni siquiera podía llamarse a sí mismo de otra forma que no fuera Murciélago. Era, quizá, sólo un desgraciado que sólo se excusaba para asesinar. El Tlatoani lo puso a sus órdenes.

Retuvo a una futura amenaza al Imperio, y la convirtió en un arma. Rivales poderosos, dioses mismos, bestias de Eras antiquísimas. Pueblos enemigos, ciudades enteras, ejércitos rebeldes que se oponían a la ley de sangre del Tlatoani. Tal vez, sólo se adjudicaba la justificación de un líder para poder dormir diciéndose con calma que estaba haciendo lo correcto, que estaba luchando por una causa justa, que no era alguien sin alma.

La Casta Maldita fue el punto final de todas sus masacres. El Tlatoani perdió demasiada familia por la Guerra de Revolución, todo México lo hizo. La República se fundó en cimientos hechos de huesos de gente inocente muerta. Pero el Tlatoani fue el que sintió la culpa de cada una de esas muertes, de esas familias sin padres e hijos. La culpa, al final, fue lo que sumió en la locura absoluta. Ascendió al Trono del emperador a una edad en extremo corta, él fue uno de los tantos que quedó huérfano.

—Rodrigo, mi Cazador—dijo llorando su Tlatoani viendo por la ventana de su palacio—. Itzapac, mi Cuauhxique.

—Mi señor—respondió el Cazador arrodillado a sus espaldas—, lo escucho.

—A sus órdenes, Tlatoani—respondió Itzapac a su lado.

— ¿Saben, mis sombras? A veces cuando colocó las palmas de mis manos en este trono, siento como si una sombra de mi padre se hiciera presente... Como si me susurrara el dolor por el que pasó en la Guerra. A veces... cuando veo por esta ventana, sentado en este Trono, casi puedo escuchar a esas voces de todos los muertos injustamente... Como si me pidieran, que eso, que esto, no volviera a suceder jamás.

Rodrigo permaneció inmutable escuchándolo todo, pensando lo que seguiría con un sabor amargo en la boca. Itzapac a su lado, siendo demasiado joven, permaneció inmutable al escucharlo todo. Rodrigo pensó en la Casta Guerrera a la que el niño pertenecía, los Cuauhxiques, más elevados que cualquiera en el Telpochcalli, más poderosos que los Guerreros águilas, más entrenados que los Guerreros Jaguar, más resistentes que los Hechiceros, más inteligentes que los Cazadores. Un Sacerdote de la Guerra, que pese a parecer no despertar ningún sentimiento de remordimiento y culpa, Rodrigo podía notar una profunda soledad en su interior.

—En esta época vivimos la mayor cantidad de Maciltonaleques nacidos que en cualquier otra, Rodrigo. Todos los guerreros, del pueblo, del Telpochcalli, de las fuerzas Porfiristas, todos los que murieron y fueron al Tonatiuhchan regresaron a buscar venganza. La Guerra terminó, peor hay cientos, casi miles de Maciltonaleques que amenazan a las nuevas generaciones. Y siento como si esas pobres almas malditas por la Luz me lo pidieran... "No dejes que esto le vuelva a pasar a nadie, Tlatoani". Y lo pienso... ¿Saben cuál es el papel del Tlatoani, cierto?

Los Guerreros del Quinto Sol III: Imperio RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora