Capítulo 5 - Las cinco almas putrefactas

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Cuahyolotl dejó a Xóchitl en el patio de los hechiceros, dónde Daniel fue el primero en recibirla. El Dragón Olmeca alzó vuelo de nuevo dando vueltas alrededor de dónde descansaban. Un sinfín de Cazadores y Guerreros corrieron a ver a Xóchitl. El edificio parecía llevar a todo el Telpichcalli al jardín de los Hechiceros, para que pudieran llegar a ver y cuidar a Xóchitl.

La Cazadora tenía la ropa rasgada y quemada.

La cicatriz de su estómago parecía estarse convirtiendo en madera quemada. Destellos de fuego morado impregnaban la piel que comenzaba a petrificarse. Las heridas superficiales, las cortadas, las mordidas, los golpes, todo eso era insignificante comparada con la herida del estómago de su amiga.

Daniel apretó los dientes sintiendo impotencia.

Un hechizo de petrificación demasiado poderoso.

La muchedumbre no dejaba concentrarse.

—Quién no posea conocimientos básicos de hechicería, chamanería o al menos sepa sostener un plato lleno de Copal sin quemarse, más le vale que se alejen de aquí. O si no...—Lea apareció encima de la cabeza de Daniel y amenazó con sus pequeños puños peludos a todos los que se acercaban. Eran listos, todos se alejaron de la mirada furibunda de Lea.

—Xóchitl—susurró Daniel abrazando a su amiga— ¿Qué...? ¿Quién te hizo esto?

La chica sostuvo la mano de Daniel y exclamó casi como un lamento:

—Macinalxóchitl.

Daniel había estado leyendo ese nombre en su libro, con muchísima más frecuencia de lo que admitía quería tener. Macinalxóchitl, la diosa hechicera de las bestias y las plagas. Madre de Copil, hermana de la diosa Coyolxauhqui y de la reencarnación de Huitzilopochtli como hombre. La diosa había estado al lado de Nepextécolot, cuando el hechicero poseedor de la Marca de Xipétotec se convirtió en el Sexto Sol.

Xóchitl lloraba llena de angustia.

—Ale...—gimoteaba, seguramente comenzando a alucinar del dolor.

—Xóchitl, escucha—dijo Daniel tomándola del rostro—. Estás a salvo. Estás con toda tu familia ahora.

La Cazadora asintió llorando.

Ordenó a uno de sus niños que fuera a hablarle a Rodrigo y a Amanda. Sintió un nudo en la garganta y un hueco en el pecho en los instantes en los que sostuvo a Xóchitl sintiendo como el latido de su corazón comenzaba a apagarse, y su respiración se alentaba.

—Lo logré—dijo la estúpida de su amiga sonriendo llena de sufrimiento—. Destruí el Tren y los animales pudieron escapar...

Daniel comenzó a llorar mientras sonreía. —Eres tan estúpida como el pendejo de tu novio. Los dos se preocupan más por haber salvado a un montón de animales, que por su propia vida. Son tan tontos.

Xóchitl sonrió llorando un poco.

—Eso es muy lindo, así que ¡Ja! No me hiciste sentir mal.

—Ahora cállate—Daniel emitió un poco de humo de color amarillo e hizo que Xóchitl relajara su tonal— ¡Edgar! ¡Trae flor de Ruda y aceite de Ahuehuete! ¡María, trae agua impregnada de luz de Luna! ¡Celeste, prepara el jugo de buganvilia!

Daniel se quitó el gorro de tela y tocó los cuernos de Lea.

Agarró una taza de barro llena de copal.

El hechicero le prendió fuego al copal y empezó a ahumar el sitio.

A su alrededor el resto de sus niños se sentaron en círculo, comenzando a sonar cascabeles y entonar cánticos en náhuatl. El copal comenzó a ahumar con más fuerza. Dejo su copa de barro detrás de ellos, sintiendo el humo blanco rodeándolos, manteniéndolos a salvo de cualquier energía dañina.

Los Guerreros del Quinto Sol III: Imperio RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora