Capítulo 22 - El águila y el Murciélago

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Estaba sentado en la mecedora en la que su abuelita solía hacerlo todas las tardes. Viendo el desastre que su combate contra Mictlantecuhtli había provocado. Sin duda le costaría mucho al Cerro recuperarse después de todo eso. Así cómo a él. Tal vez a uno le costaría más trabajo que al otro, no había duda de eso.

La Naturaleza del Bosque se tornó de tintes cálidos y alegres.

Alexandro sonrió.

—Xóchitl.

Sostuvo el pedazo de una semilla roto entre sus dedos. Una semilla dorada con tintes blanquecinos. Vio el Cielo, buscando un Águila, quizá un Quetzal. Cerró los ojos apretando la semilla contra su pecho. Sentía como a cada segundo su vida escapa de poco en poquito, en cada aliento, en cada latido. Logró caminar/arrastrarse desde el códice dónde desterró a Mictlantecuhtli hasta su choza.

Abrió la Lagartija de Papel que Tonatiuh le había regalado.

Necesitaba saber la verdad en esos momentos.

—La Verdad...

Su padre, Itzápac, el Último Cuauhxique, lugarteniente de la Casta Maldita, Maldecido por el Colmillo de Cipactli, por la Maldición que asediaba su Tonal, infectándolo en todo sentido, era incapaz de tener hijos. Su madre, profundamente enamorada de su padre, quedó embarazada de Alexandro. Pero cuando fue dado a luz, Ale nació con una enfermedad aguda en su Corazón. Fue un embarazo y un parto muy complicado, Alexandro estuvo entre la vida y la muerte durante meses, al cuidado de su mamá, papá, su abuelita y abuelito.

Gabriela había salvado al Sol en una ocasión, Tonatiuh en compensación le dio un único regalo, uno pequeño pero poderoso: Una lágrima dorada, una gota de llanto del Sol que sería capaz de sanarlo todo. Esa única gota cayó en el pecho de Ale, cuando habían intentado todo y nada había funcionado.

Sabían lo que significaría eso.

Él viviría con Fuego Solar en su corazón.

Su papá falleció mucho antes de que pudieran encontrar un sitio seguro, sellando el Corazón de Cipactli para que no envenenara el Árbol de la Vida, para salvar la vida de su abuelita Fe... Su mamá murió llevándolo a ese cerro, permitiéndole una oportunidad más para intentar vivir.

Alexandro vio la semilla rota en su mano.

Por eso había podido sobrevivir al conjuro de destierro, porque lo que arrancó fue el Fuego Solar de Tonatiuh en su Corazón. Lo que lo había mantenido vivo durante tantos años ahora había desaparecido, sólo dejando ese pedazo de semilla rota. Ahora, a cada respiro, Alexandro sentía como su vida se escapaba lentamente.

Pero, quizá, debería pensar eso en otro momento.

Se levantó caminando a la cocina, tomando lo poco que había logrado recolectar para no morir de hambre y empezó a preparar lo que pudo para recibir al amor de su vida cuando al fin lo alcanzase allí.

.

Cuando Xóchitl llegaba a la chozita, no se sorprendió que aquel fuera el único sitio que no estaba totalmente destruido. Un olor a frijoles, tortillas, arroz rojo, salsa recién hecha y un postre de chocolate la hicieron llorar por lo ridículamente cursi que era su novio.

Al abrir la puerta fue recibida por un abrazo y muchos besos.

Xóchitl se alejó para poder ver la cara de Ale.

Sentirla en sus manos.

Había crecido mucho.

Su Ojo derecho ahora brillaba con ligeros tonos anaranjados, con varias cicatrices debajo y encima del parpado. Tenía el cabello más largo. Una pluma de Quetzal a modo de trenza en su nuca. Aunque llevaba pantalón y playera de manga larga, Xóchitl sintió las incontables cicatrices en su cuerpo. Ale la tomó en brazos y acaricio son suavidad la cicatriz que atravesaba su estómago y espalda, dónde casi había muerto.

Nada importaba ya.

A lo que tuvieran que enfrentarse.

Lo que sea que les pusiera enfrente.

Ninguno de los dos lo haría solo; se tenían el uno al otro al fin.

Después de seguir llorando y besándose.

Los dos se vieron sonriendo y se dijeron al mismo tiempo:

—Te extrañé tanto. Te amo. 

FIN DEL TERCER LIBRO

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