Capítulo 1 - La esencia de la oscuridad

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Como de costumbre, el dolor no la dejaba dormir en paz por más de una hora. Y como debía ser, su papá entró de inmediato al escuchar sus quejidos de dolor. Le habría gustado tener sonidos de dolor insoportable menos dolorosos.

Al ver a su papá desesperado, casi llorando entrando a su cuarto, se sintió mal.

—Estoy bien papá—susurró sosteniendo su cicatriz.

Mintió, por supuesto.

No estaba bien.

Nada bien.

Su papá aun así entró, con brebaje médico que varios hechiceros, con Daniel de cabecilla, tuvieron que crear de emergencia la verla llegar a su escondite/fortaleza en Córdoba. No se sorprendieron de que un tropel de Tlahuelpuchi motorizadas la entregaran en camilla, lo que los sorprendió es que siguiera viva. Lo que, para ser justo, también tenía bastante impresionada a Xóchitl.

Era una sobreviviente de herida de macuahuitl en el estómago.

Admitía con amargura que pensaba que los macuahuitl sólo eran espadas aztecas, pero al sentir la herida de una se dio de lo gravemente equivocada que se encontraba. La espada bien la pudo haber asesinado con facilidad y de forma mucho menos dolorosa. El macuahuitl poseía cuchillas dentadas de obsidiana por una razón. La punta abría la piel, las primeras cuchillas cortaban, la primera dentadura hacía que la piel se moldeará, las segundas cortaban más profundo, las terceras aún más.

Desgarres monstruosos, sí.

Debió haber muerto, sí.

Cualquier otro habría estado muerto ya, sí.

Sí, sobrevivió milagrosamente.

¿Cómo lo hizo? Le habría gustado presumir que fue gracias a sus deseos de seguir viva, y una fuerza de voluntad más poderosa que una explosión volcánica, pero la verdad era un poco más realista y cruda. Atención médica mágica inmediata. Hechicería nigromante, un poco de Magia Oscura, para precisar. Citlalli, la Reina Tlahuelpuchi era una aliada con más trucos bajo la manga de lo que pudo haber imaginado jamás.

—Hoy te ves con más color, Xóchitl—dijo Rodrigo sentado al lado de la cama de su hija.

—Gracias, papá—respondió sonriendo. Pero ella sabía que eso no era del todo cierto, porque una flor como ella rara vez florecía sin luz de Sol. Y ella lamentablemente, ya no tenía a Ale a su lado. Le costaba demasiado creer todo lo que decían de él, así que decidió casi no hablar o pensar en eso.

Cada vez que pensaba en Ale, sólo quería y podía pensar en algo que la calmaba:

"Alexandro está muerto y no volverá".

Xóchitl se llevó una mano a la cicatriz de su estómago, una enorme e irregular cicatriz que ardía como la muerte (ella sabía muy bien de qué hablaba). — ¿Crees que vaya a cerrar todo pronto? ¿O que al menos dejé de doler tan horrendamente?

Su papá le tomó la otra mano. —Estoy seguro de que sí.

Le sonreía con honestidad.

Así que decidió creerle.

Siguió quejándose del dolor mientras bebía dos litros del brebaje que Daniel y su mini séquito de hechiceros le había preparado ese día, si sabía bien o mal, no importaba realmente, la hacían sentir mejor y era suficiente. — ¿Y si mejor me cuentas cómo fueron las cosas en el Telpochcalli el día de hoy?

—Bueno, pues un niño se volvió a perder en el complejo hoy...—todos los sobrevivientes de la masacre de Xólotl y Nexocho habían trazado curso a un refugio que sus papás tenían en Córdoba, de principio sólo era para la familia de su mamá, pero su papá con su sentido paranoico alerta, hizo mucho más que un sitio para resguardar a una familia enorme—, supongo que debo darles un mapa de cómo ubicarse dentro de la casa.

Los Guerreros del Quinto Sol III: Imperio RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora