Capítulo 11 - La Tormenta del Primer Cielo

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—Aunque haga calor, seguro que llueve en unas horas—Ale sacó una sombrilla y le colocó una bufanda delgada alrededor del cuello a Xóchitl—. Aunque, sólo por ser Verano, lo más probable es que podamos ver un increíble arcoíris.

Xóchitl se rio viendo el intento de peinado de Ale. Lo despeinó.

—Así debe estar siempre—se arregló la bufanda como corbata—, y muchas gracias, querido.

Salieron de la mano, caminando entre las sombras de los árboles. No llevaban ningún tipo de prisa, por lo que se detenían a comprar todo tipo de postre, juguete o sólo para sentarse a ver al Sol moverse en el cielo, las nubes yendo lentas o rápidas.

O sólo abrazarse besándose lentamente, sintiendo el corazón del otro en cada roce de labios.

Xóchitl comenzó a llorar en el pecho de Ale.

— ¿Qué pasa, corazón?

—Sólo quisiera que de verdad estuvieras conmigo.

Xóchitl despertó del sueño, a las tres de la madrugada, en medio de lágrimas.

Antes de que algo más sucediera, se levantó y comenzó a mantenerse activa.

Después de todo era el día.

.

Era 21 de junio. Solsticio de Verano.

Se cumplía un año exacto del día que habían salido de la Biblioteca Amaxoaque de Coatzacoalcos. Que fueron secuestrados como próximos a sacrificar por Tlahuelpuchis a servicio de Nepextécolotl. Que Ale había asesinado a Yareth y había destruido a un monstruo gigante nacido de una cascada petrificada, para después caer en coma durante casi seis meses.

Un año después estaban peregrinando al lado de las mismas Tlahuelpuchi que intentaron sacrificarlos. Ahora ellas eran las aliadas. Y Ale no estaba, era tratado como traidor, genocida y como una bestia emergida de las pesadillas de los mismos dioses.

Las cosas cambiaban drásticamente en cuatro estaciones. Se tocó la cicatriz de su estómago, era un dolor fantasma ya, pero cada vez que pensaba en Ale, sentía un profundo ardor en su herida.

—...¿Xóchitl?

La chica volteó a ver a Luna que mantenía un mapa frente a ella. Daniel, Citlalli y demás figuras de autoridad estaban alrededor, viéndola expectante.

—Sabemos que día es hoy—dijo Daniel con la mirada caída—, no te sientas mal por eso.

Xóchitl se sonrojó y vio el mapa.

El terreno estaba en constante y agresivo cambio debido a las tormentas imparables. Montones y montones de ríos y lagos se desbordaban al punto de abracar bosques enteros. Montañas deslavadas bloqueaban cualquier tipo de paso. Incendios provocados por los relámpagos los mantenían alejados de sitios específicos. Poco a poco el camino se iba reduciendo.

—Se está reduciendo—dijo susurrando.

—Eso resulta obvio—dijo Citlalli viendo el mapa.

—No, no. Lo que quiero decir es que lo están reduciendo—Xóchitl señaló el mapa con energía—, desde hace semanas la lluvia ha modificado los caminos hasta traernos hasta aquí. En medio de dos pequeñas cordilleras de montañas, al lado de un río y con varios lagos detrás de nosotros. A cada día pareciera que las montañas siguen avanzando para cerrar nuestro paso y que los cuerpos de agua ascienden.

—Eso es algo que pasa cuando llueve como si el cielo se estuviera cayendo—dijo Daniel riéndose—. Oh, mierda ¿Te refieres a eso?

— ¿Referirse a qué? —Preguntó Luna sosteniendo el tabique de su nariz.

Los Guerreros del Quinto Sol III: Imperio RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora