Capítulo Doce

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La semana pasó muy rápido, semana en la que Leo ganó mucho más que semanas anteriores, además de trabajar en la hacienda, también sirvió y ofreció servicios en las haciendas cercanas, en las que le dieron una buena remuneración como mensajero o el traslado a caballo de algunos productos del pueblo a la hacienda vecina.

Recibió buen dinero y había alcanzado pagar comprar los dos boletos del ferrocarril.

Mía por su parte, se encargó de que su padre cambiara sus monedas por billetes, sumó el dinero con lo que ya tenía en el cofre y se sintió feliz, tenía mucho de los ahorros de toda su vida desde que era una niña, jamás gastaba porque tanto la señora Carpenter como el señor Carpenter le daban lo que ella pedía, a pesar de no ser una niña que pudiera mucho.

A continuación Mía guardo sus billetes en un bolso de tela, lo doblo y lo guardo.

Se acercó a su armario y fue escogiendo la ropa que deseaba llevar, dejaría los largos y caros vestidos, pero usaría los más cómodos y que no tuvieran nada más debajo que su ropa interior.

No quería llamar la atención cuando estuvieran en el pueblo, Leo aún no había dado una fecha exacta, pero ella ya se estaba preparando para cuando sucediera, no quería escoger todo a último minuto.





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Mía fue a la hacienda de Arturo del Fuente y lo visitó para ofrecerle disculpas sobre lo ocurrido días antes en su hacienda.

Observo a Arturo aún en cama, con la pierna hinchada.

—Lamento lo sucedido.

—No ha sido tu culpa, pero me agrada haberme accidentado y que estés aquí.

El sonrió y Mía no dijo nada.

—Has alegrado mi mañana con tu belleza, Mía...

Mía se sintió incómoda por las palabras y por no amar a este hombre.

Pero en el corazón no se manda y el suyo ya era de Leo.

—Gracias por venir.





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—Mañana. —Pronuncio Leo sorprendiendo a Mía.

Ambos estaban en los establos, ella había ido a verlo y el estaba arreglando las monturas de los caballos.

El corazón de mía latió emocionado.

—Los caballos ya están listos, trae tu equipaje mañana por la noche y nos iremos al pueblo en ellos.

Mía sonrió.

—Luego tomaremos el ferrocarril.

Leo le cogió de las mejillas y la sonrisa de Mía creció, se lamió los labios.

—Y nos iremos...

—Para vivir nuestro amor. —Pronunció ella besándolo.

—Viviremos nuestro amor, Mía. 

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