Capítulo Dieciséis

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La celda donde trasladaron a Mia era igual de fría que la de Leo y se encontraban separados, Leo no podía recibir noticias de ella, ni sabía dónde estaba, ni porque no estaba con él.

Mia lloro hasta que sus lágrimas no pudieron y solo recibió visitas en las que le traían alimentó.

Se limpió las lágrimas.

Y un oficial se acercó, ella se puso de pie.

—Tiene visita, señorita Carpenter.

Mia abrió mucho los ojos cuando el oficial salió y dejo a Mia con su madre.

Amelia Carpenter había venido a ver a su hija.




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Su madre pagó la fianza.

Solo la de ella, no la de Leo.

Dejó los billetes, suficientes para que no saliera de sus bocas que tenían a su hija encerrada.

Mia no dijo nada, no pensaba hacerlo hasta que salieran de la estación.

Entonces su madre se volvió hacia ella.—Vámonos.

Mia se quedó helada y Amelia salió del lugar, cuando Mia se dio cuenta de la situación, salió detrás de su madre.

—¡Mamá!

Amelia se detuvo, más no se giró.

—Mamá, Leo...

Y lo hizo, se giró para enfrentar a su hija.

Abofeteo tan fuerte el rostro de Mia que su palma ardió, de todas las veces en las que lo golpeo, esta fue la primera en que verdad le había dolido pegar a Mia.

Los ojos de su hija se llenaron de lágrimas.

—Cállate .—Le exigió con los dientes apretados.—¡Cállate, Mia y sube al maldito coche!

Mia sostuvo su mejilla con dolor.

—Tu padre esta enfermó por tu culpa, al menos has eso.—La voz de su madre se rompió, Mia se sorprendió de ver sus ojos llenos de dolor como nunca.

—Mamá..

—¡Ahora te vienes conmigo a la hacienda!.—Gritó.—¡Y te olvidas de ese esclavo!

Mia sollozo.

—¡Y por favor ya deja de avergonzarme! ¡Deja de ser mi mayor grande decepción, Mia!

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