Capítulo Catorce

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Lo primero que hicieron al llegar al pueblo, de madrugada por cierto, fue intercambiar los caballos por una buena cantidad de dinero, no antes de que el mismo Leo se asegurara de que estuvieran en buenas manos.

Los caballos estaban sanos, por lo que el dinero que ganaron fue mucho.

Ambos se instalaron en un hotel y Mía despertó al oír la puerta abrirse, era Leo quien había salido después de despertarse cerca de las once mientras Mía durmió de corrido hasta pasada las dos de la tarde.

Leo le entregó unas bolsas de alimentos, era comida que había tomado la molestia de comprar tras el dinero ganado.

Comida que estaba acostumbrada a probar Mía.

—No debemos gastar el dinero tan pronto.

—Lo sé, solo fue una única ocasión. —Respondió el.

Mía lo entendió.

Leo suspiró. —Tengo malas noticias.

Mia abrió los ojos.

—Es fin de semana y ferrocarril no funcionará hasta el lunes. Tendremos que pasar dos días aquí.

—Esta bien, no hay nada que podamos hacer.

Leo le dio la razón.

—Deberíamos aprovechar para salir juntos.

Mía se sonrojo.

—Tener una cita.

Leo sonrió. —Suena bien, Mía.




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Aunque la cita era espléndida, más allá de las miradas que podían darle las personas que los rodeaban , en lo que Mía no dejaba de pensar era en sus padres.

No sé arrepentía, pero su mente los recordaba, sobre todo a su padre, poco o ya nada le importaba lo que decía su madre.

—¿Quieres volver?. —Preguntó Leo llamando su atención. La respuesta de Mía era un total no, pero pronto Leo fue claro. —Al hotel.

Había sido un día cansado.

Ella asintió con la cabeza.

Leo pidió la cena para llevar, de igual manera no lo dejarían entrar al restaurante.






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—Leo...

Mía gimió y arqueó la espalda mientras las manos de Leo probaban de sus pechos, lamió y tiró con sus dientes y bajo deslizándose por su abdomen.

Mía apretó el estómago y el besó de Leo se hundió.

Eran solo ellos, amándose en ese pequeño cuarto, sin miedo a alguna interrupción y ser descubiertos.

Ya no estaban en el establo, en la habitación de Leo o de Mía.

No tenían porque tener miedo.

Y juntos se dejaron llevar, amándose durante toda la noche, sin pensar en nada, ni tenerle miedo a las consecuencias.

Porque habría, su pequeña huida traería consecuencias graves.

—Te amo, Leo.

—Y yo a ti, Mía. Yo a ti.

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