Capítulo Veintitrés

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Mía acompaño a Arturo a las afueras de la hacienda Carpenter, donde le esperaba un carruaje, por su parte Arturo seguía desconcertado por lo ocurrido.

Antes de subir se volvió hacia ella.

—Lamento lo ocurrido. —Se adelantó Mía.

—No te culpo por esto, Mía. —Le aclaró Arturo. —Eres hermosa, es normal que atraigas las miradas de todo tipo de personas, incluso alguien tan bajo como un esclavo.

Mía se sintió incómoda con ese comentario y una sonrisa burlona cruzó los labios de Arturo.

—Es normal que lo imposible les atraiga, aunque deberías tener cuidado. Puede obsesionarse contigo, mis criadas negras lo han hecho.

—Leo jamás me haría daño.

Arturo abrió grande los ojos.

—Y Leo no es ningún esclavo, somos amigos, nos conocemos desde los ocho años, desde que mi padre lo trajo a vivir con nosotros.

Arturo permaneció en silencio.

—Leo es mucho más caballero que muchos hombres que conozco.

—De acuerdo, solo me preocupo por mi prometida, no soportaría que te hicieran alguna clase de daño.

—Ya te dije que no debes preocuparte.

—Debo hacerlo, vamos a casarnos.

Ese "Vamos a casarnos" y cada vez que se lo recordaban, sonaba muy doloroso.

—Y lamento si te ofendí, ofendiendo a tu amigo.

—No vuelvas a hablar así de Leo.

—No lo haré, quizás el sea diferente a mis criadas.

Arturo trago saliva.

—Pero solo digo que cuanta más confianza les des, más rápido morderán la mano de quien los alimento.

Arturo mantuvo su postura, se despidió de Mía y subió a su carruaje.







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Mía fue al establo, terminado de despedir a Arturo aprovecho para ir a verlo, desde que su madre supo su relación con Leo, se le hacía prácticamente imposible salir de la hacienda, no solo por estar ocupada con los preparativos de la boda, sino porque Amelia le impedía acercarse a Leo.

Mía se adentró por los pasillos del establo y cuando lo vio se acercó a el.

Leo no la miro, siguió colocando los montículos de paja en cada caballeriza.

—¿Vienes a proteger a tu prometido?

Mía no respondió.

Leo se detuvo y la miró de frente.

—Si vas a...

Ella lo abofeteó en el rostro, la mejilla de Leo se giró.

—¿Sabes los tu puedes ocasionar con tu imprudencia?

Leo no respondió y Mía estaba lista para irse, sin embargo solo dio un paso, solo eso tomó para que Leo empezara a hablar.

—¿Y sabes lo que tu haces al mentirle?

—¿Cómo dices?

Leo se le acercó y se colocó frente a ella, poniéndole nerviosa.

—Al decirle que lo amas.

No le había dicho que lo amaba, pero Leo creía que si.

—Al casarte con el cuando me amas a mi.

El corazón de Mía latió rápido.

—No sabes lo que dices, fuiste un jue..

Leo estampó sus labios contra los de Mía y le sujetó de la cintura apretándolo contra él, Mía le devolvió el beso, un beso posesivo y lleno de pasión, donde sus bocas se tomaron hasta quedar sin aire, sus labios se movían con precisión y sus cuerpos se apretaron.

Mía jadeo sobre los labios de Leo y apartó su boca de la de su amado.

—Leo...

—No te resistas, Mía.

Cogió su única y la apretó otra vez, sus labios se encontraron en un nuevo beso.

Uno que ya no pudo parar Mía.

Había pasado poco, pero sentía una eternidad no haber probado los besos de Leo.

Eso lo hacía más adictivo y con ganas de no acabar.

—Mía, no imaginas cuanto te deseo. —Jadeo el y le dio otro besó, uno que Mía respondió perdida.

Entonces Leo la llevo a una de las caballerizas y ambos cayeron sobre la paja recién ordenada.

Y ya ninguno pudo parar.

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