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El domingo me llamaron del puesto de hamburguesas, el mismo al que Jade y yo habíamos ido antes. Y hablando de ella, no tenía mensajes suyos. Tal vez había notado que estaba incómoda y había preferido darme mi espacio.

Entonces pleno domingo. Un delantal negro, una iibretita en mano y una pluma.

Era un trabajo de fines de semana. Perfecto para mi. O para cualquiera en universidad.

Cómo mesera mi trabajo no era la gran cosa. Agotador mas que nada. Me costaba equilibrar algunas cosas en la charola cuándo dejaba los pedidos en la mesa. Y alguno que otro cliente se ponía especialmente difícil, pero el trabajo no me resultaba complicado.

Cuándo llegó la noche y abandoné el local para ir a mi casa, mi agradable jefa se encargó de cerrar. Tomé el carro y me fui a mi casa. Ese día no había recibido ningún anónimo. No me había fijado en el teléfono siquiera. Así que al prender la pantalla, descubrí que tenía una llamada entrante de Jade.

Contesté con pocas ganas a decir verdad. Mi primer día me habia dejado deshecha por completo.

    — ¿Hola?

    — Hola, Becca. Solo llamo para saber cómo estás. Cuando te fuiste ayer estabas... Alterada.

    — Sí, perdón, solo estaba algo apurada. Recordé que había dejado abiertas las llaves del gas, entonces...

    — Ah, claro, claro. No te preocupes, solo era eso. Te escuchas cansada.— mencionó después.

    — Vengo de trabajar. Es cansado.

    — Así suena. Bueno, espero que esté todo bien. Te veré después, ¿Sí?

    — Sí, sí. Está bien. Hasta luego.

    — Adiós.

La llamada se cortó y me recargué en el sillón. Tenía mucha hambre, pero los pies me dolían tanto que no quería levantarme. Mi estómago rugió y decidí que era hora de comer y luego iba a dormir.

Me quité los zapatos y me levanté a prepararme una sopa instantánea. Cené rápido y me dormí. Aunque las pesadillas no me dejaron descansar del todo. Ese horrible grito me zumbaba en los oídos, al tiempo que me ahogaba en anónimos aún peores que los que ya había recibido. Esto me hizo retorcerme de una incómoda y constante manera durante la noche. Para cuando volví en mí, sentía el cuello y los hombros adoloridos, junto con la parte baja de mi espalda.

    — La hora, la hora, la hora.— murmuré rápidamente antes de abrir bien los ojos de golpe. Tenía clases. Me enderecé del sillón con un horrible dolor de espalda.

Tomé mi teléfono muerto y maldije en voz baja. Me levanté para buscar el cargador y tomé la laptop para meterla en mi bolsa. Corrí a meter bloqueador y mi cosmetiquera antes de lavarme los dientes con ganas. No sabía qué hora era, pero a juzgar por la mala noche que había pasado seguro que era muy tarde. Darrel seguro estaba por llegar.

Me cambié de ropa antes de bajar corriendo las escaleras y ponerme calcetines en el sillón. Me iba a llevar unos tacones cómodos, principalmente porque eran los primeros con los que me habia encontrado. Mis tenis estaban perdidos en el mini desastre que tenía en la sala. Cuando terminé de ponerme el último botín, un claxon sonó frente a mi puerta. Salí corriendo con las cosas en la mano y entré en el auto.

    — ¿No dormiste bien?

    — Trabajar y estudiar es pesado.— fue mi única respuesta antes de que un bostezo saliera de mi boca.

    — Lo sé.— bufó con algo de gracia.

    — Sigo cansada, Darrell.— una llamada interrumpió a mi primo antes de que pudiera comenzar a hablar.— Espera, ¡Es Nick!— deslicé el dedo y contesté. Hace días que no sabía nada de él.— ¿Hola? ¿Nick?

Tienes Prohibido EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora