Recordaba sus ojos oscuros, su cabello negro contrastando con su piel pálida e inmaculada. Una sombra le bordeaba la mandíbula. Sus cejas negras y tupidas, unas pestañas, largas, espesas y gruesas. Una mirada tan intensa y penetrante que resultaba difícil no apartar la mirada. Empequeñecía a cualquiera, también a mí. Imagino que por eso fui una más para él. Porque era como las demás. Aún así, siempre que estaba con él me hacía sentir única, especial. Sus palabras tenían ese efecto, junto con esa voz ronca. Era un conjunto al cual resultaba casi imposible resistirse. Lo miraba, con la adoración que le tenía. Debían ser las siete de la mañana. Tenía su sudadera envolviéndome, aislándome del frío. Sus brazos alrededor de mí tenían el poder de opacar aún más a la sudadera. Me protegían, o al menos así me hacían sentir. Cómo si un búnker no fuera lo suficientemente seguro, si sus brazos no estaban a mi alrededor.
El frío parecía no estar ahí. Tenía la cabeza enterrada en su cuello, y las manos entrelazadas detrás de su espalda. Levanté la cabeza solo para observarlo. Para ver los ojos que me volvían loca. Su boca se estiró en una sonrisa. Esa misma sonrisa de la que me enamoré, a pesar de que era la que le regalaba a todas. Se acercó, y rozó mi nariz con la suya. Podía sentir la urgencia de presionar mis labios con los suyos. Quería sentir que me quería, que no estaba dispuesto a dejarme ir. Me gustaba pensar que yo podía ser el motivo de su sonrisa, como él era el de la mía. Me gustaba imaginar que se decidiría por mí. Cerré los ojos, aspirando todo su perfume. Quería grabar en mi memoria su olor, su escencia completa. Su misterio y su atractivo. Se acercó más, y me besó. Sus labios se sentían maravillosos. El simple hecho de estar con él lo hacía. Fue algo lento, como si él no sintiera la misma urgencia que yo de estar cerca suyo. De todas maneras me sentí especial. Dejé de escuchar los ruidos de la escuela. Sentí lo mucho que lo amaba. Una ola de calor se extendió desde mi pecho por todo el cuerpo. Fue una avalancha de placentera calidez. Deseaba ser su persona. Recibir un mensaje suyo todos los días, su atención únicamente yo. No la que repartía entre las demás también. Por un momento, un mínimo, delicioso y efímero momento, sentí que me quería. Sentí mi cuerpo entero vibrar de felicidad.
Cuando se separó de mi me miró a los ojos con esa preciosa mirada. Me sonrió de forma ganadora, el tipo de sonrisa que uno pone cuando gana el primer lugar en algo. La que alguien te pone cuando te vence.
— Hola de nuevo, Bec.
Abrí los ojos de golpe, sobresaltando a mis compañeros de mesa. Un chico me lanzó una mirada reprobatoria. Yo lo miré como pidiendo perdón. Tomé un trago de agua bien fría y me pellizqué las mejillas. Tenía que estar bien bien despierta. Aún así, ya habiendo perdido la clase, me ví en la necesidad de pedir apuntes. Localicé a un chico de aspecto inocente y fresco. De los que no dirían que no, aunque parecía inteligente.
Sus lentes redondos me recibieron con unos ojos grandes detrás.
— Hola.— no permitió que yo tuviera la primera palabra.— Tú eres Rebecca, ¿No?— había parecido introvertido, pero era claro que su aspecto mentía. Porque ahora parecía tan abierto y sociable. Tan agradable.
— Sí, Becca.— le sonreí.— Disculpa, es que, me quedé dormida gran parte de la clase.— confesé con algo de pena.— ¿Tendrías los apuntes?
— ¿Los apuntes?— no parecía haber esperado que ese fuera mi pedido. Yo le asentí con la cabeza.— C-claro. Los apuntes, yo, están en mi computadora...
— Oh, entiendo.— tal vez debería ver si alguien más los tenía.— Bueno...
— Si me das tu número te puedo pasar los apuntes en cuanto llegue a mi casa.— enseñó los dientes en una sonrisa dulce y cálida. Que tierno era.

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Tienes Prohibido Enamorarte
RomanceCuando Becca se muda a Miami para empezar la Universidad, cree que los problemas que tuvo en Seattle por fin han llegado a su fin. Al menos hasta que alguien peligroso comienza a mostrarle que sabe su secreto. Esto lleva a Becca a hacer un trato con...