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Alex me había llevado a casa porque había olvidado mi cosmetiquera y necesitaba retocar mi maquillaje. Pero luego de eso, me había invitado a comer a un restaurante.

Inevitablemente lo comparé. De verdad no pude evitarlo. Michael jamás me había llevado a algún lugar. Era solo estar juntos en la escuela, y hablar por mensaje alguna que otra vez. ¿Cuando me había llevado a un restaurante? O ni siquiera eso, ¿Cuándo habíamos salido a solo caminar por ahí mientras platicábamos? Nunca se había molestado en hacerlo.

Alex no era realmente mi novio— aunque Michael tampoco había tenido ese título, ambos habíamos estado involucrados de esa manera—, entonces ¿Por qué le resultaba tan sencillo superarlo? Quizá Michael nunca lo había intentado realmente.

Negué con la cabeza ligeramente. ¿Por qué se empeñaba mi cerebro en recordármelo?

    — Ya llegamos, Becca.— Alex me sonrió y se bajó del auto, porque esta vez me había llevado en auto, sí.

Me deslicé fuera del cinturón, pero antes de que tocara la manija Alex me detuvo.

    — ¡No, espera! Quédate ahí.— cerró la puerta y corrió hacia mi lado para abrirla.— Baja.— lo hice, aunque un tanto desconcertada. No era intenso, solo era... Me provocaba un calor en el pecho, no de necesidad, sino de... Algo. Se sentía lindo.

    — Gracias.— le sonreí.

    — Es por aquí.— señaló la puerta de entrada a unos metros. El estacionamiento en el que habíamos quedado estaba a unos ¿Qué? ¿Seis metros?

Apenas entrar por las puertas de cristal polarizadas, el restaurante era acogedor pero elegante. Con detalles en dorado en algunas partes, mesas de madera oscura tallada, barnizadas, y con placas de cristal incrustadas en el diseño, plantas colgantes bien recortadas, acomodadas en sus armazones negros metálicos, luces en focos amarillentos de planta en planta y lámparas negras colgadas del techo para una iluminación más acorde. Con separación entre las mesas para que no se viera atascado, y un olor en el aire. No de comida. Era un olor reconfortante, como de... No sé, ¿Madera? El olor de madera bien conservada, cuando se somete al calor.

Era sencillamente un lugar magnífico. Me encantaba.

    — ¿Tienen reservación?— giré la cabeza para ver al mesero. ¿Reservación? Miré a Alex.

    — Eh, no...

    — No, Becca, espera.— me interrumpió Alex.— Soy Alex Scove. Debería haber una mesa.

    — Ah, claro. Por aquí.— nos miramos antes de que Alex me permitiera pasar primero para seguir al mesero.

Seguimos por una de las esquinas hasta la parte de atrás del restaurante. Se trataba de un pasillo con cubículos amplios, especiales, supuse yo. Con los vidrios polarizados pero con la misma decoración.

    — Aquí.— nos abrió la puerta y pasamos. Alex abrió una silla para mí y se sentó después.

En realidad no sabía de qué podíamos hablar, si no era de los anónimos.

    — ¿Quieres revisar la carta?

    — Sí.— tomé una y escondí mi rostro en ella. Me parecía muy extraño. Quiero decir, solo habíamos salido a comer, ¿Por qué a un restaurante así?

Me entretuve con la carta hasta que llegó el mesero. Alex pidió carne gratinada a los frutos con ensalada brol... Crol... Bueno, algo con «ette» al final. Yo pedí pasta mandra. Luego Alex también pidió una jarra de agua de limón con infusión de pepino y fresa.

Cuando el mesero se fue, no pude volver a ocultar mi rostro en la carta.

    — ¿Te fue bien hoy, en la escuela?— levanté la mirada de los detalles de la mesa para verlo.

Tienes Prohibido EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora