I Falso reconocimiento.

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[La pérdida es parte de la vida...]

Al abrir los ojos fue irónicamente cegada de vuelta a causa de la luz que rebotaba por las paredes blancas de la habitación. Su cuerpo, mientras tanto, parecía no reaccionar a lo que su cabeza ordenaba. Se sentía tan ajena, todo parecía irreal, como no acabando de comprender su propósito. Ni en la habitación, ni en la vida. Levantó por fin su mano, estudiando las agujas que conectaban a ella. Cómo se enterraban con dureza pero a ella parecía no dolerle. Iban cubiertas con una cinta que era casi tan nívea como su piel, y que hacía resaltar aún más los cardenales rojos en toda la extensión. Levantó la mano derecha y vio el pulsioxímetro, y no fue sino hasta ese instante que el pitido en la habitación comenzó a calarle en las sienes. Pasó la izquierda por su cara, intentando aclararse de todo aquello, y una cosa en su muñeca le cosquilleó la nariz.

     –Marinette. D. C., 17 años– leyó, e incluso su voz le pareció desconocida.

Se reincorporó un poco, teniendo cuidado de no mover algo de más. Fijó la vista en la ventana,de dónde surgía la luz y el canto de las aves que se perdía por la bulla de las máquinas. Sonrió, aunque no sabía por qué. Bajó la vista a la mesilla junto a ella, dónde yacían unas flores frescas, podría jurar que recién cortadas. También se encontró un bolso de color rosado con unas iniciales, que según lo que había leído, eran suyas,  y un par de aretes de color negro. Miró éstos últimos detenidamente, como hipnotizada, como si fuesen a darle la respuesta de toda esa situación, pero el crujir del cuero la despertó de su ensimismamiento y giró pronto la vista al otro lado de la habitación.

Apenas cubierto por una chaqueta estaba un muchacho de apariencia casi tan descuidada como la de ella. Llevaba moretones por todo el rostro, y un par de curitas esparcidas por el mismo. Una venda le rodeaba el brazo descubierto. Le repasó una y otra vez, esforzándose porque los engranes dentro de su cráneo comenzaran a andar, pero más parecía que todos en la fábrica se habían marchado y la hubiesen dejado sola.

Un anillo plateado resplandeció en la mano del chico y ella no pudo evitar quedarse viéndole aún más, queriendo conectar todas sus ideas y la información que iba recabando, tal como ella permanecía conectada al millón de aparatos. La puerta clickeó al ser abierta, y entró una mujer con un par de vasos humeantes. Sus ojos rasgados se ampliaron al mirarla, y pronto se adentró colocándolos en una mesa que estaba en medio de la habitación.

     –Tom, Tom, pronto, llama al doctor, Marinette despertó– Dijo en voz alta a alguien que ella no podía ver.

El sillón de cuero volvió a crujir y ya reincorporado y tallándose los ojos se encontraba el rubio que ella antes había visto. Se acercó a ella con lentitud y le sonrió, pero se sentía extraña, como que no merecía aquél gesto del joven. Él se quedó quieto en su sitio sin intentar más, y la muchacha se inundó aún más de nervios.

     –¿Marinette?– cuestionó él.

     –Mari, cariño ¿Cómo despertaste, te sientes bien?

Ella les miró sin contestar a sus interrogantes, repasó una y otra vez las blancas paredes, los cristales y los rostros pesadumbrados de ambos.

     –¿Sabes cómo llegaste aquí?– preguntó el rubio sin titubear, ella negó–¿Sabes quién soy?– Ella volvió a negar.
Sabine soltó un jadeo de asombro, mirando al muchacho tan preocupada que la más joven se asustó también.

Memorias de un guardián || MLB|| Adrinette / MarichatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora