✧BETWEEN THE LIPS✧

JUNSHUA

Hansol intentó poner un pie delante del otro. Derecho, izquierdo. Bien, era un buen avance.

Los cordones de sus diminutos zapatos azules estaban atados en un perfecto moño y el niño movía sus regordetas piernas con seguridad, aquello de tener los pies cubiertos era todo un mundo nuevo por explorar y una vez pasado el llanto inicial porque algo se comió sus deditos todo fue más sencillo. Joshua miró a su pequeño dar pasos algo torpes, mientras una de sus manitas se sujetaba con fuerza a la mesa de centro en la sala de su casa. Hansol hacía apenas unas semanas que daba sus primeros pasos pero nunca se había preocupado por calzar al niño más allá de sus calcetitas y Hansol no tenía problema con eso, sus deditos eran una maravilla elástica que le servían de manos extra al jugar y Joshua solo pensaba en que parecía un bebé chimpancé. Sin embargo, la magia de quedarse en casa tanto como quería estaba llegando a su fin, con Jun, su esposo, acordaron que debían llevar al pequeño al jardín de niños y que conviviera con otros pequeños, pues todo lo que tenía en casa era a su padre y las caricaturas y a Jun no le gustaba escuchar a su bebé balbuceos que no pasaban de las canciones de Princesita Sofía y hacer ruidos de cerdo gracias a Peppa Pig.

Cuando Joshua recibió las indicaciones de vestimenta para el grado al que cursaría solo pudo comerse las uñas pensado lo difícil que resultaría hacer que Hansol llevase ropa adecuadamente, desde simples pantalones a zapatos, afortunadamente, su pequeño asimilaba las cosas nuevas de manera rápida y pronto corría por la sala con ojos abiertos y brillantes gritándole a su padre lo rápido que iba ahora que tenía zapatos.

Pronto su euforia fue interrumpida por un fuerte golpe que dejó al pequeño Hansol con la mejilla aplastada contra el piso sin haber metido siquiera las manos, Joshua no supo qué hacer, temía que se hubiese hecho daño y quería correr a consolar a su bebé y por otro lado, había visto y leído que era mejor si los niños aprendían a consolarse por sí mismos, hacerlos enfrentar su dolor o de otra manera terminarían siendo malcriados, mimados y llorones. Pasados unos largos segundos sin que ninguno de los dos se moviera, Hansol puso las palmas contra el suelo a la altura de su cabeza y poco a poco se incorporó en cuatro puntos, luego echó a andar, como el bebé chimpancé que era.

¡Mira papi! ¡También puedo así!

Su padre solo pudo reír a carcajadas con aquel espectáculo, el niño tenía una marca roja ahí donde se pegó y los cordones desatados y mientras daba vueltas, logró atraparlo y lo sentó en el sillón mientras el niño manoteaba ansioso por volver al piso y correr.

Quédate quieto Hansol, necesito atar tus cordones o te volverás a caer.

¡Papi fue tan divertido! ¡Hansol quiere más zapatos!

Si, cariño.

Una vez atados, el niño no perdió más tiempo y se lanzó a jugar de nuevo. Tal vez Joshua fue demasiado débil ante las manías anteriores de su hijo habiéndole dado libre albedrío o tal vez es que aún era inexperto en la crianza y no se sentía preparado para enfrentarse a los berrinches ni a los cambios en esta etapa, Hansol ya no era un bebé, aunque tomara biberón, usara pañal y se colgará de él cuando el llanto lo embargaba, pero tampoco era un niño grande e independiente que pudiese atarse los cordones por sí sólo. Tenía a penas tres años y Joshua no estaba preparado mentalmente para dejarlo ir aunque solo fueran una horas y la guardería estuviese a diez minutos de su trabajo. Si bien, su salud física requería que alguien con experiencia y preparación para lidiar con un pequeño con la energía de tres bombas atómicas, tampoco quería dejarlo con desconocidos y se encontraba de nuevo en un bucle del que no podía salir. Por la tarde, Hansol había pedido que sus pies aparecieran de nuevo porque quería jugar y no podía sostener sus peluches solo con dos de sus extremidades, pero mantuvo cerca los zapatos pues quería enseñar a su otro padre lo rápido que era una vez llegara a casa.