1: La carta

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−Disculpe, me pregunto si estaría dispuesta a hacerme un favor.

Michelle Graham entreabrió los labios en un silencioso jadeo de incredulidad, y apretó las manos sobre la barandilla del barco hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Siguió contemplando las aguas parduzcas del río esperando, contra toda esperanza, que el comentario estuviera dirigido hacia alguien más. A cualquiera. Pero eso no era posible porque, además de ella, solo viajaba otro pasajero europeo en ese barco.

Había recorrido miles de kilómetros hasta el otro lado del mundo en busca de paz y tranquilidad, con el fin de alejarse de peticiones como esas. Sin embargo, también ahí le sucedía lo mismo.

−Discúlpeme. -Insistió la voz y Mille se dio la media vuelta sin sonreír.

−¿Si?

−Me preguntaba... -La rubia le sonrió amable al tiempo que buscaba algo en su bolso. −¿Podría entregar esto a mi nombre en el hotel Mariasanta? -Le mostró un sobre.

A primera vista parecía una petición inofensiva; no obstante, despertó el interés de Mille, en especial porque la recién llegada, cuyo nombre era Lucy Preston según la lista de pasajeros, se había mantenido apartada casi sin dirigirle la palabra hasta ese momento.

−¿Por qué no lo hace usted misma? -Preguntó Mille. −Llegaremos a Mariasanta en dos días.

−Yo no iré tan lejos. -Declaró con brusquedad. −Desembarcaré en la escala y abordaré el siguiente barco de regreso a Manaos. -Se estremeció con dramatismo al decirlo. −Ya estoy harta de Brasil y del poderoso río del Amazonas. -Dejó escapar una risita desagradable. −Quiero decir... ¿Ha visto lo que califican como alojamiento de primera clase en esta cosa?

−Claro que sí... A decir verdad, ocupo parte de eso.

Lucy Preston movió la cabeza en un gesto negativo.

−Yo también, pero eso no significa que deba agradarme, este viaje ha sido un desastre desde el primer día. Simplemente no pensé que sería así... Tan primitivo y desagradable, me iré ahora, cuando aún puedo hacerlo.

Mille la miró con cierta diversión. Debía reconocer que la otra joven parecía estar fuera de lugar en el Manoela, carente de cualquier lujo.

La rubia tenía un aire refinado que solo el dinero podía comprar, desde la extravagante melena de cabello veteado hasta la ropa de diseñador y las elegantes sandalias. Mille se había preguntado más de una vez por qué Lucy Preston decidió hacer ese viaje cuando habría estado mejor en la Riviera, o en algún otro lugar de veraneo costoso y elegante en Europa.

Por eso no le sorprendió enterarse que cuatro días de sacar agua del río para bañarse, fueron suficiente para Lucy. Por no mencionar el espacio en cubierta que estaba delimitado por una cortina que hacía las veces de baño, más la ininterrumpida dieta de arroz y judías, en ocasiones con pescado y carne de cerdo si hacían escala en algún poblado amerindio.

−Eso parece muy serio. -Respondió con tono ligero. −¿Ha recibido alguna información secreta de que el Manoela está apunto de naufragar?

−Oh, no. -Los ojos azules parecieron de pronto evasivos. −Tal vez me expresé mal... Es solo que no quiero continuar el viaje río arriba, de lo contrario, podría perder el barco de regreso. -Le tendió el sobre. −Así que... Si usted quisiera ser tan amable.

Mille lo tomó sin molestarse en disimular su disgusto. Tal vez su actitud era mezquina, pero ya estaba harta de hacerle favores a los demás, de escuchar que todos decían confiados; "oh, Michelle lo hará" sin importar los inconvenientes que eso pueda significar para ella.

Mille es así, es su naturaleza. La mandadera universal. -Eso escuchó decir en una ocasión a su hermana, y todavía le causaba dolor.

Bajaría a tierra en Mariasanta, de manera que eso no le causaría ninguna molestia, pero al mismo tiempo sentía una inexplicable inquietud.

Le dirigió una mirada breve al nombre escrito antes de guardar el sobre en su bolso. Senhor T. da Santana. Eso decía en letras redondas e infantiles, no tenía dirección, ni siquiera la del hotel, pero Mille supuso que Mariasanta no contaba con más de un hotel.

−Había quedado de reunirme allí con unos amigos. -Le informó Lucy con sonrisa ansiosa. −Pensé que sería mejor enviarles unas líneas explicando por qué me fue imposible llegar.

Eso parecía cada vez más extraño para Mille, sobre todo porque esos "amigos" por lo visto eran del sexo masculino y en singular. Sin embargo, no le quiso dar tanta importancia porque no era su asunto.

−¿Entonces solo debo dejarlo en el hotel para que lo recojan allí?

−Si no es mucha molestia. -Asintió ansiosa la joven. −No sabe cuanto se lo agradezco.

−Está bien. -Respondió Mille con más cortesía que sinceridad, y Lucy le dirigió otra sonrisa insegura antes de alejarse tambaleando sobre sus tacones altos por la desigual cubierta.

Mille no tardó en volverse hacía el fascinante paisaje que pasaba ante sus ojos. Cuando inició el crucero, el Amazonas le pareció tan ancho como un vasto océano pero ahora se había angostado y la alta selva verde que bordeaba al barco, parecía casi accesible. Como si pudiera estirar el brazo y tocarla.

 Como si pudiera estirar el brazo y tocarla

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El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora