21: Huida

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Transcurrieron dos largas horas y todavía no había señal de Ángel, el sobrino de Carmen. El plan que se le había ocurrido a Michelle era esperar a su joven tutor para robar el auto donde cada día llegaba.

La pelicorta se sentía cada vez más nerviosa y desesperada porque Tiago podría regresar en cualquier momento, mientras intentaba escuchar un motor que se acercara también temía escuchar los pasos del brasileño.

En medio de eso recordó una conversación, varios días antes, Tiago le había confesado que su alejamiento con su familia se debía a su hermano pero nunca quiso entrar en detalles. Posiblemente Tiago se sentía culpable y avergonzado, por eso ahora estaba obsesionado con cumplir las reglas de honor familiar.

Con dificultad alejó todos sus pensamientos y se concentró en Josep. El rubio se encontraba jugando Solitario en una mesa cerca de la ventana, toda la mañana la había pasado inquieto, como un animal enjaulado.

Algo en Josep la hacía dudar, ya no era como en un principio. Ella quería hacer ese viaje sin compañía aunque la selva amenazara su vida, pero tampoco era como si se sintiera segura y protegida con Josep a su lado.

−Senhorita. -Ángel entró de pronto a la sala.

−¿Acabas de llegar, Ángel? -Se apresuró a preguntar cuando Josep se levantó. −¿En dónde viniste?

−En la camioneta de Paulo, como siempre, senhorita. -Sonrió. −Siento haber llegado tarde pero...

−Eso no importa. -Josep lo cortó. −¿Paulo sigue afuera?

−Sim, senhor, está hablando con Carmen.

−Nosotros también iremos a hablar con él.

El rubio tomó a Michelle del brazo para halarla fuera de allí, ella se detuvo oponiéndose para ir en busca de su bolso y el sombrero, que reposaban escondidos en una se las sillas, pero Josep le aseguró que no era necesario.

−Al diablo con eso, la camioneta se irá. -Le advirtió.

Había un área cercada atrás de la cocina en donde estaban unas gallinas y un par de cerdos, el vehículo estaba estacionado al otro lado de la cerca; estaba vacío y las llaves puestas todavía.

−Espero sepa conducir esta maldita cosa. -Dijo Josep al tiempo que subían con premura.

−Sí, por suerte. -Respondió ella.

Sorprendida vio que el motor se ponía en marcha al primer intento. Al alejarse, Michelle vio por el espejo retrovisor que Pualo había aparecido por la puerta de atrás, con Carmen a su lado, de no ser porque se sentía muy tensa la expresión de horror en ellos le habría parecido divertida. Paulo incluso arrojó su sombrero al suelo y lo pisoteó como Don Ramón.

−Conduzca hasta la planta procesadora. -Le ordenó Josep. −Desde ahí podré orientarme.

−Debimos traer un mapa.

−Yo lo hice. -Sacó uno que llevaba guardado en la camisa. −Estoy seguro que el señor da Santana puede prescindir de él, tiene al menos una docena en su despacho.

−No debía entrar allí. -Protestó ella. −Es una habitación privada.

−No me diga. -Se burló. −¿No pensaría que iba a dejar la radio y el teléfono para que nos localicen?

−¿Destruyó los aparatos? -La voz le quebró. −Pero ellos dependen de la radio y el teléfono para poder comunicarse, ¿Qué pasa si se presenta una urgencia...?

 −Mi urgencia es más importante. -Replicó. −¿Cree que me importa mucho lo que le pase a un puñado de aldeanos y a su arrogante amo? Esto no es un juego, preciosa.

−Ya no me llame así. -Estalló ella luchando con el volante de la camioneta.

−Sabe algo, preciosa... -Sonrió con malicia. −Si la conociera mejor podría decir que se enamoró de la oveja negra de la familia da Santana.

−Oh, déjeme en paz. -Le pidió furiosa. −Usted no quiere que le haga preguntas; yo también puedo prescindir de sus especulaciones.

−Como guste. -Le guiñó encogiendo los hombros.

Parecían avanzar hacia el centro de un vasto túnel verde. Michelle se dio cuenta que la jungla se había cerrado detrás de ellos, absorbiéndolos en un mundo de altos troncos, frondosos doseles y retorcidas plantas trepadoras, y de que nadie volvería a verlos.

La pelicorta se sintió asustada cuando el repentino destello de agua le dijo que el sendero que estaba siguiendo en realidad los estaba llevando directo al río. No quiero terminar ahogada y muerta, pensó sin coherencia por los nervios. Sin embargo, pudo ver una columna de humo que surgía por arriba de los árboles, significaba que habían casas.

Era el caserío en donde vivían los trabajadores de la hacienda. Las cabañas con techos de bálago eran de diversos tamaños y estaban construidas en grupos, habían mujeres al pie de las puertas con niños jugando afuera. Cuando vieron la camioneta, con Michelle adentro, comenzaron a señalar con expresiones alegres.

−Siga adelante. -Ordenó Josep una vez más. −Al parecer, ellos la ven como una celebridad por ser la prometida de su amo, pero a usted ni se le ocurra detenerse.

−No querrá que atropelle a alguien ¿Verdad? -Lo miró de reojo. −No sabía que atraeríamos tanta atención, ahora podrán informarle a Tiago la dirección que tomamos.

−Para entonces, preciosa, ya nos habremos ido.

−¿Cree que no podrán seguir nuestra pista?

−No más allá de la pista de aterrizaje. -Resopló. −A menos que tengan alas para alcanzarnos en las nubes.

−¿Quiere decir que...?

−Sí, nos iremos en avión... El mismo que me ha estado trayendo a este lugar desde hace un tiempo.

−¿Para buscar oro?

−No exactamente, soy más bien un intermediario... Vendo información y algunas otras cosas.

−Dígame, ¿Tiene algo que ver con los garimpeiros y las búsquedas ilegales? Tiago me dijo... Me advirtió acerca de ellos.

−No soy un garimpeiro, ellos solo son hombres comunes que tratan de hacer fortunas, yo les compro las piedras en bruto para mis jefes. -Hizo una pausa. −No sabe la fascinación que generan las piedras preciosas, he tenido en mis manos topacios como naranjas, diamantes bellos y claros como el agua... Ellas se adentran en el alma de un hombre como espejos deslumbrantes.

−Muy poético. -Comentó desdeñosa. −Sin embargo, supongo que esos hombres comunes fueron quienes lo golpearon y lo dejaron a su suerte.

Josep estaba apunto de callarla cuando de repente apareció un hombre en medio del sendero, delante de ellos, moviendo frenético los brazos. Michelle quería evitar un accidente, al rubio no le importaba si alguien moría ese día.

 Michelle quería evitar un accidente, al rubio no le importaba si alguien moría ese día

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El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora