3: Secuestro

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Alguien más, en otro lugar...

Me muevo por la casa ordenando todo una y otra vez, de vez en cuando llamo a alguna de las chicas de servicio y le doy nuevas ordenes. Especialmente hoy tengo los nervios de punta. Meu querido Tiago no ha dejado de beber desde que llegó y no conozco el motivo, tal vez pasa algo malo pero no he querido preguntárselo.

−Senhora Carmen, se não cozinharmos o frango ¿o que faremos então?

−Eu não sei garota deixe-me perguntar o patrão.

La sirvienta se devuelve a la cocina mientras yo avanzo hacia la pequeña oficina de Tiago. No tengo necesidad de tocar a la puerta, cuando la abro veo que está recostado en el viejo sofá con un libro en su mano derecha y una copa en la izquierda.

−¿Agora o que acontece?

−A comida, ¿quer algo especial? -Entonces baja el libro y se lo piensa por unos segundos antes de darme una respuesta.

−Quero que você faça uma iguaria deliciosa. -Dice con una sonrisa picara. −Hoje teremos um convidado.

Frunzo levemente el ceño. ¿Una invitada? eso es nuevo, ningún visitante llega sin anunciarse días antes, y sobre todo, siempre son hombres. Decido no decir nada al respecto y me retiro, ahora más que nunca creo que algo no está bien en todo esto.

En Mariasanta...

El optimismo de Mille disminuyó cuando vislumbró por vez primera el poblado de Mariasanta. Había un muelle de madera construido sobre pilotes y flanqueado por las acostumbradas casas estilo amerindio, con techos de hojas, que se erguían sobre el agua en sus soportes.

Detrás de todo eso estaba un grupo de edificios con techos de lámina corrugada y más allá, el denso bosque tropical.

Mille se preguntó si de verdad habría un hotel allí, no había vuelto a ver a Lucy Preston desde el día anterior cuando bajó a tierra sin tener siquiera la cortesía de despedirse.

Como era costumbre, la pelicorta tomó su bolso donde llevaba su pasaporte y resto de identificaciones, además del sobre, para luego bajar del barco. El capitán le había dicho que las cosas podían desaparecer si se dejaban a bordo sin compañía.

No le costó trabajo encontrar el hotel mientras caminaba por la población. Era un edificio pequeño de madera, con un letrero que, lo mismo que la pintura en las paredes, había visto tiempos mejores. Mille subió con cuidado los desvencijados escalones y entró.

El ventilador fijo en el techo hacía circular el aire denso y húmedo pero no disminuía la temperatura. La pelicorta miró alrededor mientras se secaba la cara con su pañuelo, le pareció más un bar y no un hotel, además, se encontraba desierto.

Cuando estuvo en el mostrador dio unos golpes en la madera sin pulir, transcurrió un momento y luego un hombre de baja estatura y gordo se abrió paso a través de una cortina de cuencas atrás del bar. La miró interrogante y sorprendido.

−Bom día, senhor, ¿Faia ingles? -Le preguntó Mille.

−Não.

Con un resoplido de decepción buscó su libro de frases portuguesas dentro de su bolso, y sacó el sobre enviado por Lucy.

−Tenho uma carta. -Añadió cuando recordó la frase que había estado practicando para esa ocasión. −¿O senhor da Santana mora aquí?

El hombre pareció más desconcertado y su movimiento de cabeza fue decididamente negativo, pero tomó el sobre que ella le entregaba limpiándose antes las manos con el pantalón, y examinó el objeto como si fuera a morderlo.

El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora