4: La bata de satén

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Una tormenta se desencadenó una hora después de haber abordado la embarcación con más de tres hombres desconocidos que tenían aspecto a leñadores salvajes. A pesar del techo que tenían para protegerse, Mille estaba totalmente empapada y más asustada que antes.

No paraba de ver a su alrededor con la esperanza de encontrar algún sitio a donde huir, pero todo era agua y jungla. Ella tampoco era buena nadadora, sin mencionar los animales que podía encontrase en medio de su escape.

La embarcación luchaba contra una poderosa corriente turbulenta, el río estaba muy crecido, y ella se preguntaba hacia donde la estaban llevando.

Cuando la proa viró brusca hacia tierra Mille parpadeó, entre sus húmedas pestañas logro ver otro embarcadero. Por lo visto habían llegado. La pelicorta se sintió demasiado sucia y miserable para seguir preocupándose por lo que le esperaba, solo deseaba salir de esa cáscara de huevo.

Supo que la estaban esperando porque unas manos se alargaron hacia ella para ayudarla a salir y, de inmediato la cubrieron con una capa impermeable. La halaron con apuro de allí para llevársela, no sabía hacia donde se dirigían pero era ladera arriba, sus pies sentían las rocas y la hierba.

−Tenho muito pena, senhorita. -Le dijo el hombre a su lado cuando estuvo apunto de resbalarse por sus zapatos.

Mille se peguntó si en la vida real los secuestradores se disculpaban con sus victimas, se sentía histérica. Hasta que por fin cesó el golpeteo de la lluvia y pudo escuchar voces femeninas.

−¡Pequena! -Exclamó una mujer tocando el cabello de Mille.

La señora era de tez morena y cara rechoncha, mantenía una sonrisa aunque reflejaba sorpresa en los ojos. La tomó por un brazo para encaminarla por un pasillo iluminado con lamparas de aceite, mientras caminaban se oía el chapoteo de los zapatos sobre el pulido suelo de madera.

Mille se mantuvo pensativa durante esos minutos, creía que realmente no la habían secuestrado, al contrario, ella solo era victima de un estúpido y embarazoso malentendido. Tal vez ellos eran los amigos de Lucy Preston.

La situación era complicada pero podría arreglarlo si la dejaran hablar con alguien que supiera ingles. Miró de reojo a la mujer que la halaba, luego volvió la mirada al frente, sus pisadas se detuvieron frente a una enorme habitación.

El mobiliario era oscuro y pesado, pero no estaba fuera de lugar en ese ambiente. Mille contempló la amplia cama con sabanas y almohadas blancas como la nieve, lo que más le llamó la atención fue el grandioso baño contiguo que la hizo suspirar satisfecha.

Había una gran bañera llena de agua vaporizante que la incitaba a sumergirse en ella, su acompañante extendió una pequeña mampara plegadiza y le indicó con señas que podía desnudarse.

La joven titubeó antes de obedecer, la verdad prefería más intimidad para sacarse la ropa. Todavía recordaba las humillaciones en el internado cuando tenía que compartir habitación con su hermana.

−Eres una terrible mojigata. -La acusaba Sophia en aquellos desdichados días. −Dios sabe que tienes muy poco que ocultar.

Sin embargo, se alegró cuando la mujer le dio la espalda para ofrecerle mucha más privacidad, como si hubiera leído sus pensamientos. La pelicorta se quitó todo, e incluso su ropa interior, y se sumergió dentro de la bañera.

Cuando la mujer se volvió le guiñó con alegría y tras recoger la ropa del suelo, salió del baño para dejarla sola. ¿Qué ropa me pondré mientras la mía se seca? se preguntó Mille, pero quiso preocuparse de eso cuando llegase el momento de preocuparse.

La pelicorta agitó el agua con un movimiento lánguido de la mano, disfrutando del leve aroma que desprendía. Pensó en quedarse así hasta que su piel se volviera una pasa. Suspiró y cerró los ojos apoyando la cabeza de la bañera, mientras en silencio ensayaba la explicación que le daría a sus anfitriones cuando los tuviera de frente.

Estaba tan anonadada que no se percató cuando la puerta era abierta, pero una voz masculina con timbre profundo y divertido la trajo de vuelta a la realidad con sobresalto.

−Querida, ¿Estas a punto de ahogarte...?

Mille se irguió sin pensarlo, mirando hacia la puerta paralizada por el temor. Su confundido cerebro registró la imagen de un hombre alto, de piel bronceada, cabello negro y despeinado, que en ese momento tenía una expresión tan sorprendida y consternada como la de ella.

Cuando la joven reaccionó sus mejillas ardieron y se hundió de vuelta en el agua para ocultar su delgado cuerpo.

−¡Salga de aquí! -Gritó con voz estrangulada.

−¡Deus! -La voz de él ya no era divertida, solo había cólera e incredulidad.

Allí se quedó por largos minutos luego de saber que estaba sola una vez más. La interpretación de Lucy de la palabra "amigos" ciertamente fue ambigua y necesitaría meditar una mejor explicación, definitivamente, los próximos momentos prometían ser más que difíciles para ella.

Cuando salió de la bañera notó un paquete tirado en el suelo, detalló una bata de satén de un profundo color amatista. La extendió y la contempló abatida, era sinuosa, sensual y obviamente costosa. Aunque no fue comprada para ella, era lo único que tenia en mano para colocárselo.

Todo le quedaba grande, por supuesto, Lucy Preston era más alta que ella y muchísimo más voluptuosa. Frente al espejo se sintió como una niña vestida con ropa de mujer. Lanzó una última mirada desesperada al espejo luego de hacer todos los arreglos posibles a la bata y decidió salir, no podía seguir ocultándose.

Bastó abrir la puerta del baño para verlo, él estaba de pie frente a la ventada observando la lluvia caer, y como si alguien se lo hubiera dicho, se giró hacia ella. Mille se humedeció los labios con la punta de la lengua.

−¿Quién... Quién es usted?

−¿No debería hacer yo esa pregunta? -El hombre hablaba inglés con acento, pero bien.

A la joven no le agradó su tono y tampoco la mirada con que la recorrió de la cabeza a los pies.

−Soy Michelle Graham. -Dijo con la barbilla alzada.

−Eso ya lo sé, senhorita. -Le indicó en voz baja mientras mostraba el pasaporte que sujetaba en su mano.

 -Le indicó en voz baja mientras mostraba el pasaporte que sujetaba en su mano

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El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora