18: Secretos

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A menos de cuatro pasos, esa era la distancia que había entre Josep y Michelle. La pelicorta notó algo en la mirada del rubio que no le generó confianza, ¿Acaso intentará besarme o hacer alguna otra cosa?, quiso saber la joven.

−¿Se quedó muda, señorita? -Preguntó él con una sonrisa. −¿Sabe qué le recomiendo?... Que le siga la corriente al señor da Santana y disfrute su dinero, por el momento.

−Su sugerencia me parece de los más desagradable. -Ella aprovechó y giró las posiciones de ambos intentando caminar hacia la ventana. −Lo que necesito es alejarme de aquí y no puedo hacerlo sola, debo buscar ayuda.

−Creo que no la podrá obtener de mí. -Replicó. −Da Santana es un hombre muy poderoso y no podría enfrentarlo en estas condiciones, ya tengo mis propios problemas.

−Pero yo estoy segura que puedo hacer algo respecto a eso, puedo ayudarlo a recuperar la memoria.

−Todo a su tiempo, señorita.

Josep volvió a sonreír pero había algo oculto entre sus palabras que Michelle no pudo descifrar, ese hombre comenzaba a crearle ciertas dudas y desconfianza. La forma en que sonreía y observaba su alrededor, hasta cuando mencionaba el apellido de Tiago, su tono de voz era despectivo.

Por otra parte, nada estaba saliendo según su plan. Se sentía enferma de decepción, Josep Hughes no era como se lo había imaginado, a pesar de sus dobles intenciones con ella, pero ahora eso era lo que menos deseaba de él.

Pensaba hablar una vez más pero el sonido de unos pasos la terminaron de callar. Tiago venía hablando en portugués con alguien de la servidumbre y una oleada de calor invadió el rostro de la pelicorta.

Cuando el brasileño entró a la sala se detuvo al ver a las dos personas solas; su mirada se deslizó rápida del uno al otro.

−Buenas noches. -Saludó con cortesía. −Me disculpo si los hice esperar mucho. -Se acercó a Michelle y tomó su mano. −Pero creo que cuando te enteres del motivo de mi demora, querida, no seguirás enojada... Por cierto, estuve hablando por teléfono a Laragosa.

−¿El río...?

−Al fin ha descendido el nivel del agua. -Asintió. −El padre José llegará en dos días. -Sonrió con burla notando el miedo en los ojos de ella. −Es solo cuestión de horas para que seamos esposos.

Michelle haló su mano para liberarse de Tiago y con una mueca se dirigió a la mesa, él le siguió los pasos bajo la mirada de Josep. La pelicorta tomó asiento en el mismo lugar de siempre mientras Tiago se colocó frente a ella sin sentarse todavía.

−¿Y bien? -Su tono pasó a ser de reto. −¿No tienes nada que decir, querida?

Sí, que ahora tenía menos de 48 horas para planear su huida. Era lo que su mente le gritaba. Sin embargo, solo pudo decir otra cosa con la voz ronca.

−¿No... hay ya ningún riesgo?

−En una situación normal esperarían un poco más, pero como ha surgido algo urgente, están dispuestos a intentarlo.

−¿Algo urgente?

−La amnesia de tu compatriota. -Respondió dirigiendo la mirada hacia Josep. −Se alegrará de saber, amigo, que un médico calificado vendrá con el padre José. -Hizo una pausa para tomar asiento. −Si es necesario, lo enviaremos a un hospital en Manaos.

−No creo que eso sea necesario. -Se apresuró Josep a la mesa. −Espero que cuando el dolor de cabeza desaparezca por completo, pueda recordar.

−No, a mi me parece que si es algo necesario. -Había algo en la voz de Tiago. −Es una pena que no tenga la menor idea de lo que le causó esa herida.

−Tal vez fue el ramo de un árbol cuando...

−Tal vez. -Tiago sonrió. −Pero si se trata de adivinar, yo diría que la rama del árbol estaba en manos de alguien.

−¿Trata de decir que me atacaron? No entiendo porque lo harían y, ¿Quién?

−Eso es algo que usted podrá decirme cuando recobre la memoria.

−¿Qué trata de insinuar? -El rostro de Josep estaba rojo.

−Solo que es una lastima... Si yo tuviera un enemigo que trató de matarme, preferiría recordar su identidad siempre. -Suspiró. −Pero bueno, es hora de cenar.

La cena fue difícil. Michelle solo empujaba la comida de un lado a otro en el plato al tiempo que trataba de pensar en un plan. Lo que empeoraba las cosas era que Tiago la observaba, disfrutando de su incomodidad y eso la llenó de rabia.

No era ningún consuelo ver que Josep compartía su falta de apetito, era evidente que no se sentía tan bien como quería aparentar, y la noticia de que el médico ya estaba en camino tampoco fue de su agrado.

Ella esperaba que el rubio le dijera a Tiago cual era su nombre, por lo menos, incluso si los demás detalles seguían en blanco, pero se sorprendió al ver que Josep no decía nada. Tal vez todavía no creía en ella y en que lo conocía a través de fotografías.

Cuando la cena se hubo terminada, aunque no comió más de tres cucharadas, quiso retirarse a su habitación pero Tiago la detuvo.

−Por favor, acompáñanos en la taza de café antes de ir a la cama, esta noche tenemos un invitado. -Sonrió sarcástico.

La joven quería gritarle que la dejara en paz, lo menos que deseaba era seguir cerca de esos dos hombres que no la ayudaban en nada. No obstante, su corazón se le fue a los talones cuando el brasileño la tomó desprevenida para colocarle algo en el cuello.

Era un collar, pero no un collar cualquiera. Era un dije, un brillante solitario de gran tamaño tallado en forma de lágrima, una gota de una helada llama suspendida en una delgada cadena de oro. La boca de Michelle se secó y de ella brotó un jadeo extasiada. Ciertamente, era hermoso.

−Se que no te he dado un anillo pero espero que esto sea suficiente, por el momento, querida... -Le susurró al oído. −Me encanta como se ve en tu piel.

Por Dios, ella quería besarlo, y no exactamente por el regalo. Michelle se mordió la lengua antes de hacer una locura, en su lugar, se disculpó para retirarse al baño.

 Michelle se mordió la lengua antes de hacer una locura, en su lugar, se disculpó para retirarse al baño

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El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora