24: Beso de despedida

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−Tiene una bala en el hombro, senhorita, debemos extraerla...

Michelle estaba acurrucada en el sofá de la sala, se quedó mirando a Ángel mientras este le servía un vaso de café con una buena dosis de ron blanco, pero eso no le ayudaría a dejar de temblar ni a mitigar el helado frío que sentía en su interior. Tal vez nada lo mitigaría jamás.

Había visto como depositaban el cuerpo flácido de Tiago en la cama, vio el grisáceo que acentuaba su piel bronceada y esa horrible mancha roja que crecía y se extendía cada segundo.

Tiago no había dicho nada, nadie sabía que había llegado a casa antes de lo sucedido, y los últimos que lo vieron antes de llegar no sabían que estaba herido.

−¿Cómo podrán hacerlo? No hay un médico...

−Paulo ha sacado algunas balas y Carmen dice que no podemos dejarla dentro hasta mañana cuando llegue el médico, eso sería muy peligroso... Debemos darnos prisa, senhorita, el senhor pierde mucha sangre.

−Esta bien, Ángel, hagámoslo.

El rostro de Tiago se veía espectral en contraste con la funda de la almohada. Murmuraba y su cuerpo se agitaba inquieto bajo las mantas, Michelle se acercó y lo miró sintiendo un nudo en la garganta.

−Es algo serio, senhorita, solo le dice que no a Paulo y a Carmen, se niega a que lo atiendan... Creo que no quiere luchar por su vida.

−Has que todos salgan, solo estaremos nosotros cuatro. -Ordenó. −No vas a dejar de luchar ¿Entiendes? -Le habló a Tiago. −Hay demasiadas personas que dependen de ti, además, me dijiste que quieres que me vaya, no lo haré hasta que te recuperes, Tiago da Santana... Desde ahora soy yo quien toma las decisiones, mi primera decisión es quedarme y que Paulo te saque esa bendita bala.

−Não. -Susurró el brasileño entre jadeos. −Não, basta... Pode ir.

−Nadie se irá de aquí. -Le aseguró con firmeza.

Al otro lado de la cama se encontraba Carmen con un cuenco de agua tibia, y Paulo estaba a su lado esperando la señal. Michelle dio un asentimiento de cabeza y el hombre se acercó para comenzar con la operación improvisada. Cuando tocó la herida Tiago se irguió en la cama con quejidos y se desplomó segundos después.

−Senhorita, no debe moverse, sujételo como pueda hasta que Paulo saque la bala. -Aclaró Ángel.

 ¿Cómo puedo hacerlo? Se preguntó ella. Por muy débil que estuviera, Tiago seguía siendo más fuerte que ella, si recurría a la fuerza él podría sentir más dolor. Todos se quedaron observándola, era evidente que algo debía hacer pero ¿Qué?

Tiago abrió los labios en un suspiro de dolor y obedeciendo a su instinto, la pelicorta se subió a la cama y se recostó a su lado.

−Calma, namorado.

Susurró ella cerca del rostro de Tiago antes de unir sus bocas. Era la primera vez en su vida que iniciaba un beso o que tomaba cualquier clase de iniciativa sexual. Deslizó la lengua en una caricia dulce y seductora a lo largo del labio inferior del brasileño, por un momento él se quedó tranquilo.

Presionó los senos contra el otro brazo de Tiago observando el rostro de Paulo, él hombre de inmediato se adelantó en su trabajo y ella cerró los ojos para hacer del beso algo más profundo y sincero, al tiempo que susurraba palabras cariñosas en portugués.

−Todo saldrá bien... Solo debes quedarte inmóvil, hazlo por mi. -Le pidió cuando terminó de besarlo.

Sin embargo, la operación requirió de otros cuantos besos porque el dolor hacia que Tiago se quejara a cada segundo, hasta que se desmayó y la bala quedó en el platito que Ángel sostenía para Paulo.

−Puede salir, senhorita. -Avisó Ángel. −Carmen dice que ya hizo suficiente, ahora ella se encargará de lo demás.

Por un momento quiso oponerse pero sabía que no serviría de nada, asintió y se marchó de la habitación tras una sonrisa de cada uno de ellos. Había ayudado a salvar a su patrão.

Esa noche no pudo dormir, caminaba de la sala al dormitorio, iba hasta el despacho de Tiago y luego hasta la puerta donde se encontraba él, todavía inconsciente. Por un lado se sentía culpable de todo lo sucedido y por otro solo deseaba verlo despierto, con su típica sonrisa burlona haciéndola enojar.

Solo cuando estuvo sentada en el sofá de la biblioteca recordó algo importante que habían pasado por alto todas esas horas. El bebé. No el bebé de Anita, sino el supuesto bebé que ella llevaba en su vientre, necesitaba saber si era verdad.

Tiago no despertó en toda la noche ni durante la mañana pero tenía mejor aspecto, sus labios ya no estaban grises y sus mejillas habían recobrado el color. Michelle aprovechó para darse un baño y colocarse uno de los vestidos que al brasileño le había gustado cuando se lo vio.

De repente escuchó que tocaban a su puerta y creyó que había pasado algo malo, corrió a abrirla y se llevó una sorpresa cuando observó a un hombre que nunca antes había visto. Era un poco más alto que Tiago y también con unos cuantos años demás.

−¿O que você quer, senhor?

−¿Señorita Graham? -Preguntó sonriente. −Es un honor conocer a la prometida de mi hermano, soy Gregori da Santana.

La pelicorta tragó fuerte y abrió los ojos con sorpresa, ¿Qué hacía ese hombre allí? ¿Y cómo se había enterado de su existencia en la casa de Tiago? 

−Disculpe, debe estar sorprendida. -Leyó sus expresiones. −He venido con el doctor de la zona, no puedo permitir que algo malo le pase a mi hermano sin antes decirle la verdad y pedirle perdón... Él tenía razón, Maya jamás me amó a mí.

¿Maya? Michelle frunció el ceño mientras en su cabeza iba encajando cada pensamiento. Lo podía entender, esa mujer a la que se refería era el verdadero amor de Tiago. Maya no amaba al hermano mayor del brasileño, eso solo significaba una cosa.

 Maya no amaba al hermano mayor del brasileño, eso solo significaba una cosa

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Gregori da Santana

El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora